Pedro de Urdemales

 

Esta era una viejecita que tenía dos hijos. Uno se llamaba Pedro y el otro Juan. Juan era muy vivo, un hombre muy inteligente, y Pedro era muy tonto, tan tonto así que nada de la declaración comprendía. Siempre llamaba las cosas al revés de como se las indicaban.
Sucede que una vez la mamá se pone mala y le dice a su hijo: —Hijo. Anda con el médico. Le dices que me mande una medicina porque me siento enferma.
—¿Qué tiene, mamá? ¿Qué le duele?
—Hijo, vete con el médico y le dices que me duele mucho la cabeza. Tengo calentura.
—¡Aa, que mi mama! ¡Usted siempre a friegue y friegue!
—¡Ve, hijo! ¡Corre corriendo! ¡Pa’ pronto! ¡Le dices que tengo mucha calentura!
Le vuelve a repetir la madre. Fue el muchacho con el médico y llega y le dice su mamá, su mamá está mala. Entonces el médico le da unas cápsulas. Le dice: —Toma. Llévate estas. Lleva estas pastillas a tu mamá. Son de Pelletier. Le das dos en la mañana, dos en el día y dos en la tarde.
Y este, como ve que en su rancho hay muchas cacas de borrego, le lleva. Coge muchas del corral. Dice: —¡Mmm! ¡Qué médico tan tonto! Más a pelo quiero y no me los puedo hallar.
Entonces recoge muchas del suelo y empieza... y se las lleva a su madre.
La mamá como... sin saber lo que era y como estaba enferma y con mucha calentura no se da cuenta qué pasa con aquella suciedad del borrego. Relativamente que la señora se puso muy mala.
Otro día va con el médico y dice: —¡Médico, médico, mamá sigue mala! —¡Pero hombre! ¿Qué tiene? ¿Qué le pasa?
—¡Mmm, mmm, muncha, muncha calentura!
Le dice: —Toma. Llévate esta, esta botella. Y al primer gallo que cante le pones una lavativa.
Este corre, a corre y corre llega con su mamá y le dice: —¡Mamá, mamá! ¡Ora sí se va a aliviar! Aquí le traigo esta botella. Fíjese no más lo que dijo el médico que al primer gallo le ponga una lavativa.
Otro día muy temprano se levanta él y canta el gallo y corre tras el gallo, pero encantado de la vida, queriéndolo alcanzar. Y por fin lo coge y le pone una lavativa y el gallo se muere, como era natural, ¿verdad? Va con el médico y dice: —¡Médico, mi mamá no se quiere aliviar!
—¡Pero, hombre! ¿Qué pasó?
—Fíjese. Lo que pasó fue que el gallo fue que se murió.
—Pues, ¿cómo? ¿Se murió el gallo? ¿Cuál gallo?
—¿Usted no me dijo al primer gallo que cantara le pusiera una lavativa?
—¡Pero, hombre! , dijo. —¡Tú eres muy bruto! ¿Cómo es posible que, que no piensas que el gallo es... es un animal y a tu madre es la que yo le mandé la lavativa?
—¡Oh, pos! ¡Yo hice un equívoco que al primer gallo que cantara le puse una lavativa! Pues, yo se la puse y el gallo se murió.
—Toma, le dice. —Llévate estos polvos. Ponles a hervir agua en un cazo. Los echas y ya que esté hirviendo le das un baño caliente a tu madre.
Y este corre. Va corriendo. Pone el cazo de agua a hervir. Está hirviendo cuando va y coge a la viejecita y la zambulle en el cazo del agua. La viejecita, pos, queda muerta con los dientes pelones. Él como era tonto la amarra a una soga a, a un caballo y él la trae por todo el potrero. Él luego empieza a gritarle a Juan: —¡Juan, Juan! ¡Mira no más qué aliviada está mi mamá!
Viene él corriendo por todo el potrero y muy aprisa el malacate. Juan viene a corre y corre y le dice: —¡Pero, hombre! ¿Qué es lo que has hecho? Mataste a mi madre. ¡Qué menso!, él le dice.
—Es lo de menos. Mira. Mi mamá ya está aliviada. Anda a risa y risa.
Con el diente pelón, porque se había muerto. Entonces el muchacho lo que hace es bajar a su madre del caballo. La lleva allí y la sepulta. Estando en el panteón le dice: —Oye, hermano. ¿Qué es lo que vamos a hacer ahora? Ya no tenemos nada. Pues, de veras tenemos que mejor irnos a buscar la vida. Anda. Te vas a corre y corre. Te trais la puerca. Eso es lo que nos queda para, para ver cuántos días trabajamos. Y con eso comemos.
Este va a corre y corre y luego en lugar de ir a traer la puerca va y le estira la puerta hasta que se cai. Jale y jale la puerta, y no quiere salir. Por fin, después de tanto trabajar saca la puerta. Se la echa al hombro y áhi va a corre y corre. Y Juan lo estaba esperando acá en el campanario.
Dice: —¡Pero, hombre! ¿Qué es lo que trais, hermano?
—¿Que no me dijiste que trajera la puerta?
—¡La puerca, hombre! Pues, la puerta ¿para qué la queremos? Pero, en fin, se está acercando la noche. Vente. Vamos a amarrarla al pie de este árbol y aquí dormimos.
Pos, que estos con los ceñidores, con lo que pudieron amarraron la puerta en el árbol. Se quedan dormidos cuando empiezan a oír que vienen unos pasos, unas voces que se acercan y dice Pedro a Juan: —¡No te muevas! ¡No te muevas porque vienen los bandidos!
—¡Cállate, hermano, porque tú siempre andas diciendo cosas que no debes!
—¡No, hombre! ¡Te digo que no te muevas! ¡Áhi vienen los bandidos!
Se acercan y como que áhi van directamente. Se sentaron debajo del árbol y empiezan a contar su dinero. Empiezan a repartir cuando empieza a decir Pedro: —¡Juan, Juan! ¡Yo me cago!
—¡Cállate!, le dice, —que aquí están los bandidos.
—¡Juan, Juan! ¡Ya me cago!
—¡Que te calles, hombre, porque están los bandidos!
—Pero, hombre. ¡Ya no aguanto!
—¡Ándale, pues! Haz lo que quieras.
El bandido que estaba abajo tirado en sus calzones dice: —¡Ay, qué hambre tengo! ¡Hombre, vale que no tuviéramos que estar rodando! ¡Figúrate que tengo una hambre tan feroz que si ahora el cielo me mandara algo me lo comería!
Y le va cayendo una suciedad en la boca. ¡Cómo le pasó!
Resulta que este cuando tenía tanta hambre dijo: —¡Ay, qué Dios tan bueno! ¡ Me ha echado hasta camotes en la boca!
Entonces le dice él, le dice el otro, el otro que estaba hablando que también era bandido: —¡Yo no quiero camotes!
Le dijo: —Pues, mira. ¡Me cayeron como buena suerte!
Bueno. Resulta que a poquito empieza Juan otra vez con su lata: —¡Juan, Juan! ¡Yo me meo!
—¡Hombre, que te calles! Porque mira, la primera vez nada aquí nos pasó pero ahora es la segunda. Si nos cogen nos matan.
Dice: —¡Ya me meo, Juan! ¡Yo ya no aguanto!
—¡Pues, méate!
Y este se meyó y le cayó en la boca del otro bandido: —¡Ay, qué Dios tan bueno!, le dice. —¡Mira no más! ¡Ya me echó agua! ¡Tanta sed que tenía!
Bueno, pues que Juan con su lata empieza otra vez: —¡Juan, Juan! ¡Está cayendo la puerta!
—¡Cállate, hombre! ¡Ora sí! ¡Ya dos veces ha pasado esto y nos van a matar!
—¡Juan, Juan! ¡Que está cayendo la puerta!
—¡Te digo que te calles, hombre!
—¡Que se está yendo la puerta, Juan!
—¡Muy bien! ¡Déjala caer!
Total que deja caer la puerta y hace un estruendazo y los bandidos se fueron. Corren... dejan todo el dinero allí y se van a despiar [i.e., espiar] donde más pueden porque creen que hay alguien que los está vigilando. Resulta que Pedro, que Juan, como era tan vivo, comprende que aquello fue una buena jugada para los bandidos. Se baja, coge el dinero y se van por otro camino. Pero como Pedro era muy necio, siempre le hacía muchos males a Juan, resulta que Juan se enferma y que llega día en que se pone grave. Se muere y queda esto... Pedro solo, pero con mucho dinero, porque como Juan tenía todo el dinero que se había robado a los bandidos.
Entonces este va al pueblo, compra una pistola, una cobija, un sombrero y se va a la orilla del pueblo. Por supuesto en este pueblo era lejano porque estaba en otra tierra. Allí empieza a pensar que qué será bueno hacer. Si él no sabe trabajar. Nadie lo ocupa porque nunca ha trabajado nada ni sabe tampoco, ni sabe hablar muy bien. Piensa poner un árbol de dinero. Todo el dinero que tenía lo acomoda en un árbol y se sienta debajo del árbol. Empieza a silbar...con su pistola, su máuser al lado, su pistola. Y luego pasa un ranchero y le dice: —¡Hombre! Pero, ¿qué estás haciendo áhi tú?
—¡Aa, este es menso! ¡Mire no más! Y este hombre debía tener algunos centavos. ¡Mmm!, dice. —¡Si tú supieras lo que estoy haciendo aquí!
—Pues, ¿qué estás tú haciendo?
—Pos, figúrate. Cuidando este árbol.
—Y ese árbol, ¿qué tiene?
—¡Válgame!, le dice. —¿Porque no sabe usted que es de dinero?
—¿Cómo?
—Sí, mire.
Coge una ramita y la estira y caen centavos. —¡Hombre, de veras!, le dice. —¿Me lo vende?
—¡Aa, qué esperanzas! Figúrese que yo... paso mi vida no más sacando dinero con él, como con él, visto y yo así doy... y pido ya de lo que quiero con tanto dinero.
—¡Hombre! ¡Anda!
Le dijo: —¡No! ¡Imposible que yo te venda esta... este árbol!
—Pero, ¡hombre! ¡Véndemelo! Mira. Te doy diez mil pesos.
—¡Uuff! ¡Diez mil me los cojo en el mismo día!
—Le doy veinte mil.
—¡Uu, tampoco! En fin, se lo voy a dejar por veinte mil pero con una condición.
—Ándele, sí, le dice.
Él se empieza a sacude y sacude a darle y recoge su dinero. Le dan este... los veinte mil pesos que él le había tratado y se va, burlándose naturalmente del pobre aquel que se queda esperando que el árbol vuelva a dar dinero.
Pues que pasan dos o tres días y el árbol no suelta ni un centavo. Pues, total que un día tanto le anduvo sacudiendo que sacó un diez: —¡Ay, qué bueno! Dijo: —Ya empieza. ¡Ora sí! ¡Qué buena suerte la mía! ¡Ya empieza a caer dinero!
Otro día lo sacude y cae un cinco: —¡Aa, otro cinco!
Otro día lo sacude y cae un tostón. Y así estuvo todos los días que sacude y sacude. A los ocho días dice : —Ya no me cae. Este muchacho me hizo el tonto. No es tan tonto como dicen. Es muy vivo.
Bueno. Pos, que este... Pedro, se va a otro pueblo y en aquel pueblo sabía que no había sacerdote. Y entonces dice: —¡Mmm! Yo aquí me voy a hacer de padre pa’ sacar mucho dinero.
Se encuentra un ranchero y le dice: —¡Oye! ¿Vas a aquel pueblito?
—Sí, le dice.
—Y les dices que aquí va un padre, que va a decir misa.
—¡Aa, padrecito! Y ¿qué les digo?
—¡Oh, pues que preparen el templo! ¡Que voy a decirles misa y que abran bien la bolsa, desde luego, que necesito centavos!
Bueno, pos que el muchacho va corriendo. Le dice a la gente del pueblo.
La gente sale, naturalmente, pues, muy contenta. Tenían muchos años de no tener sacerdote. Entonces él se viste de catrín. Se pone zapatos, se compra su sombrero chiquito. Bueno, elegantísimo llega al pueblito aquel. Sale toda la gente a recibirlo. Unos lo abrazan, otros le besan las manos, los otros le besan los pies. Otros... las mujeres lloran. En fin, es una alegría allí en aquel pueblito. En esto llega al curato. Allí le preparan una cama, le hacen... le dan de merendar y ¡bueno! encantados de la vida pasan la noche con él.
Pero resulta que como él no sabía ni lo que era misa, pos, no oyó... fue imposible. Y le dice el... un señor: —Oiga, padre. Vamos a traer un sacristán.
—¡No, hombre! ¡Yo no necesito nada! Siempre digo yo mi misa solo.
—Bueno, padrecito. ¿Y no quiere música?
—¡No, no, no, no!, le dice. —Violentito, violentito, porque tengo mucho que hacer.
Bueno. Resulta que entonces él bostea [sic]. Este... se va a decir su misa, ¿verdad?, otro día. Y ven que no más les hace las gentes... les hace las señas y está diciendo misa. Acaba de decir la misa y entonces ya les dice: —Hijos míos. Ahora al cabo los voy a confesar. Dice: —Les cuesta cinco pesos a cada persona para confesarse. Voy a tener una canasta en frente del confesonario... para que allí me echen todos el dinero que necesite.
Bueno. Resulta que ya dicho sacerdote aquel, empieza a confesar. Y ya empieza el tonto a confesarse. Dice: —No seas tonto.
Y empieza a darle consejos. Dice el supuesto padre al, a los fieles. Otro día dice, les dice: —Hijos míos. El que está bien confesado me vaya a oír lo que yo diga. Y el que no queda bien confesado no va a oír nada.
Pero este no era tonto. Parecía tonto pero no era tonto. No creen que les hablaba, no más hacía las señas. Y toda la gente a llore y llore: —¡Ay, padrecito! ¡Estoy condenado!
—¡Ay, padrecito! ¡Mi hijo vive en pecado!
—¡Ay, padrecito! ¡Me pelié con mi vieja y no le dije!
—¡Ay, padrecito! ¡Yo me robé una gallina y no... no se lo confesé!
Y así toda la gente. Ya que vio que toda la gente lloraba, les dice: —Hijos míos. Ahora después de la confesión diez pesos, para que así me vayan dando los diez pesos cada uno. Me voy a sentar a confesar.
Y ya también se empezó a confesarlos a todos otra vez y entretanto allá unos mozos estaban echando el dinero en unos sacos para cargarlo en unas mulas. Ya que empieza este... a acabar de confesar a la gente les dice: —Ora sí, hijos míos. Voy a decirles que yo y mi Señor llevamos a los pesos, que son buenos.
¡Uu, una gente contentísima! ¡Cante y cante y más aún de gusto! Total que se juntó mucho dinero y entonces ya que ve que tiene mucho dinero le dice a los sirvientes de allí del pueblito, que le consigan unas mulas. ¡Imagínense no más! ¡Cincuenta mulas cargadas de puro dinero consiguió aquel hombre! Se fue. Sepultó el dinero en un agujero cerca de allí de la ciudad en donde tenía ya él todo lo que había conseguido del, del árbol.
Este sigue caminando. Va a un pueblito. Compra otro traje muy distinto para que no le conozcan que era aquel supuesto sacerdote y se viste él ya de ranchero otra vez. Y va por el camino él solo cuando ve que viene mucha gente. Y se esconde porque él tenía muchas ganas de hacer caca. Se fue y se sienta debajo de un fresnito no más viendo el huizache y allí hace su necesidad... silbe y silbe y silbe para que las... las gentes que venían no se dieran cuenta de lo que estaba haciendo. Y donde era un sacerdote. Luego le dice: —Buenas tardes, amigo.
—Buenas tardes, señor.
—Oiga, muchacho. ¿Para dónde vas?
—Pues, señor. Voy pa allá pa aquel pueblito.
—Oye. ¿No me hicieras un favor?
—Sí, señor. ¡Cómo no!
—Mira. Vas al curato Fulano y le dices al que está allí que te dé mi reloj, que allí lo olvidé.
—Sí, señor. Voy para allá.
Bueno. Resulta que este que fue. ¡Aaaa! Y le dice: —Oye. ¿Qué es lo que tienes áhi debajo del sombrero?
Porque este tapó la suciedad con el sombrero para que aquel hombre no se diera cuenta lo que tenía.
—¡Ay!, le dice. —¡Válgame Dios, señor! Que tengo un pajarito.
—Oye. ¿Sabes con quién hablas?
—No, señor.
Dice: —Yo soy padre.
—¡Ay, padrecito! ¡Pues, figúrese no más, que allí tengo un pajarito!
—Oye. Y ¿cómo se llama?
—Pues, yo no sé. Mi mamá cuando murió me lo dejó de herencia. Figúrese nomás. Es una herencia que me dejó mi mamá.
—Oye, ¿me lo vendes?
—Canta muy bonito. No, padrecito. No lo vendo. ¿Cómo quiere que lo venda si es... era de mi mamá?
—¡Anda, hombre! No seas tonto. Véndeme el pajarito.
—No, padrecito. No lo vendo.
Tanto le rogó aquel padrecito hasta que por fin le dijo: —Oiga, padre. Sí le vendo el pajarito pero con una condición, de que usted me da su sombrero y yo le doy el mío.
—¡Hombre! ¿Por qué?
—Pos, porque... Figúrese. Pos, si le quito el sombrero como me quiere tanto y me conoce tan bien, al levantar el sombrero, pos, se va el pajarito detrás de mí y no se deja ver ya.
—¡Oye, pos es muy maldito!
—Sí, padre. ¡Maldito, maldito de a tiro! No es el sombrero. Oiga, padre. Y no me echa una maldición.
—Dime. ¿Qué me quieres decir?
—No, padrecito. Que si el pajarito se va me echa una maldición.
—No, hijo. Vete. Vete en paz.
El muchacho se va, encantado de la vida porque el padre lo hizo tonto. Luego le dice al... al que iba con él: —¡Oye! ¿Agarras el pajarito o lo agarro yo?
—No, padre. Agárrelo usted.
Dice: —Si se me va a mí, mejor que lo agarre usted.
Entonces el padre va poquito a poquito. Mete la mano y cuál no será su sorpresa que en lugar de coger el pajarito coge la caca. Dice: —¡Aa, muchacho malvado! ¡Con razón me dijo que no fuera a echar una maldición! ¡Mira lo malo que hizo!
Y se sacudió. Él que se sacude y da un golpe a una piedra y como duele tanto se llevó el dedo a la boca, y también la caca.
Entonces Juan se fue. De allí se va, encantado de la vida porque había hecho también al padre tonto. Va y se cuenta su dinero que le había dado el padre, y manteniendo el otro. Estaba él sentado en un... una... en un puesto de birria cuando oye unos que dicen: —¡Hombre! ¿Sabes que dizque el rey le da mucho dinero a la persona que mate al gigante?
—¿Cuál gigante?, dice.
—Porque está comiendo los animales. Fíjate no más. Siempre anda comiendo los animales.
—¡Pero, hombre!, le dice. ¡Qué ganas de ir yo!
Y Pedro estaba oyendo aquella conversación. Piensa: —Yo voy. Pero primero voy con mi rey a ver qué condiciones me pone.
Se va con el rey y dice: —¡Oiga, rey! Yo vengo a decirle que yo mato al gigante.
—¡Hombre! Tú, ¿qué vas a matar? Mira. Eres muy tonto. ¿Qué vas a matar?
—Sí, señor. Yo lo mato.
—Tú, ¿qué vas a hacer? ¿Qué quieres?
—Yo no quiero nada. No más quiero saber. Pues vengo a recibir las condiciones.
Pues que se va Pedro. Llega con el gigante y le dice... el gigante: —¡Oye! ¿Qué es lo que andas haciendo por acá?
—No, señor, le dice. —No más vengo a ver qué es lo que se me ofrece. Necesito trabajo. Soy muy pobre y quiero trabajar.
—¿De veras?
Dijo: —Sí. ¿Y sabe que yo soy fuerte? Casi la verdad le voy a decir que soy más fuerte que usted.
—¡Mm!, le dice. —¡Qué esperanzas de que tú seas más fuerte que yo! ¡Imposible! Yo te apuesto lo que quieras.
Dice: —Bueno.
—Vamos a ver. Te voy a dar tres cosas que me tienes que hacer. Tienes que tirar una lanza, a ver quién tira más, tú o yo. Tienes que atravesar de un golpe un árbol con la mano empuñada, y tienes que...
Entonces él le dice: —Ándele. Llévelo usted.
Bueno. Pues que otro día en la mañana se levanta él más temprano que el gigante. Y luego va y hace un agujero en el árbol y lo rellena de queso y le pone una tablita en cada lado. Cada prepara su lanza y la arregla. Le pone bien el... la flecha y se va, otra vez a su cama.
El gigante se levanta como de costumbre y va y levanta al muchacho y le dice: —¡Ándale, holgazán! ¡Levántate! ¡Ya es hora! Vamos a probar a ver qué tan hombres eres. A ver si eres más hombre que yo. Tengo más fuerza, le dice.
Entonces se va el muchacho: —A ver, ¿cuál árbol?
—El que tú quieras.
Dice: —Pues, a mí este me gusta.
—¡Ándale, pues!
Y entonces corre lejos y le dice: —Ora verás cómo yo traspaso el árbol.
Se va a corre y corre y corre. Llega y le da el golpe tan fuerte al árbol, según él, que traspasa el árbol. Y dice: —¡Hombre! ¡Que de veras eres muy valiente! ¡Tienes mucha fuerza!
Le dijo: —Como te digo, que yo tengo muchas fuerzas.
—Vamos a probar el... la lanza.
Entonces agarra su lanza y se va. Y el gigante tiraba primero. Dice: —Tire usted primero.
—¡No, hombre! ¡Tú!
—No, usted primero.
Bueno. Pos avienta el gigante la lanza y entonces él ve en donde queda el muchacho y empieza a agarrar la lanza.
Se agarra:

—Lanza, lanza,
Corre esta tranza
Y le pica en la panza
De la madre del gigante.

—¿Qué me dices?, le dice el gigante. —¿Qué es lo que estabas diciendo?
—No, señor. Nada.
—A ver.
Vuelve a repetir:

—Lanza, lanza,
Corre esta tranza
Y le pica en la panza
De la madre del gigante.

—No, le dice. —Tú no puedes hacer eso porque matas a mi madre.
—Ve. ¿Ve cómo soy más fuerte que usted?
Entonces le dice: —No, no cabe duda. Sí, te doy trabajo.
Este Pedro se va con el rey y le dice: —Ora sí, señor. ¿Qué es lo que usted quiere?
Dice: —Mira. Si acaso tú haces lo que yo te diga, te casas con mi hija.
—Muy bien. ¿Qué es lo que quiere que haga?
Le dice: —Mira. Me has de traer el colchón, la cobija, y por encima me lo traes a él.
—Muy bien. Sí, lo traigo.
Pos, entonces este se va y le dice al gigante: —Oiga, señor. ¿Qué es lo que tengo que hacer ahora?
Dice: —Mira. Tengo muchas ganas de que me hagan una caja. ¿Sabes de carpinterito no más? Bueno. Que me vas a hacer una caja para cuando yo me muera.
—Sí, señor. ¡Cómo no!
Este va y baja su madera. La corta, la labra y empieza a formar la caja del gigante. Pero en la noche, que fue la primera noche que durmió allí, le puso sus... muchos alfileres al colchón. Y este, le empiezan a picarle, empiezan a picarle. Y este, pensando que eran animales, empieza a bajarse del colchón, y empieza a bajarse porque los saca, y luego corre Pedro.
Se va a corre y corre con el rey y le dice: —Aquí está el colchón.
—¡Hombre! Pero, ¿cómo lo hicistes?
Dice: —Pues, muy bien. ¿No ve que aquí lo traigo?
—¡Y qué te dijo?
—No me dijo nada.
Bueno. Pues que entonces ya se vuelve otra vez con el gigante y le dice el gigante: —Esta noche no pude dormir.
—¿Por qué?, le dice.
—Pues, figúrese no más. Quién sabe qué animales me picaron, que tuve que dejar el colchón. Yo me duermo en su cama, no más.
Bueno. Resulta que otro día, de nuevo el colchón. Llega y le dice: —¿Qué pasará con mi colchón? Se perdió.
—¿Cómo se perdió?
Le dice: —Sí. ¡Figúrate no más, que no hay nada! Ora nomás veo las puras tablas. ¿Qué se hizo?
En la noche, pues, se acostó el gigante. Y él poco a poquito se va debajo de la cama y empieza a tirar la cobija. Le da un tironcito. Le da otro. Le da otro y por fin lo deja desnudo y corre con la cobija. Le dice al rey: —Aquí le traigo la cobija. ¿Ve cómo las puedo?
—Pues de veras, tú eres muy valiente. Y ahora lo que necesitas es traer a él, ¿verdad?
—Ora verá. Es sencillo. A poquitos días.
Bueno. Se fue y empieza a hacer la caja, la hacha, y todos los días trabaja y trabaja, hasta que por fin queda aquella caja completa. Y que la hizo probar a ver si está bien le dice al gigante: —A ver. Oiga, venga. Métase en la caja a ver si le queda bien.
—Sí, cómo no, le dice. —Está perfectamente bien.
—A ver, ¿la cierro?
—Sí, pase. Sí, deje cerrarla.
Y le dio fuerte cincho a la cerradura, bien cerrada.
Este que ve que lo metió en la caja, dice: —No me vas a dejar cerrado acá con llave.
—No, le dice. —¡Qué esperanzas! ¡Eso sí que no! Únicamente... para que... para probar a ver si también les va la cierra.
La cierra bien con llave y empieza el gigante a gritar: —¡Suéltame!
—No, señor. Ahora no lo suelto. Usted está haciendo muchos males a la humanidad. ¡Figúrese no más! Que el rey dice que ya está cansado de usté.
Dice: —Si me suelta le prometo a usted...
Dice: —¡No! Así ha prometido muchas veces y nunca lo ha cumplido.
—Suéltame, te digo.
—No, le dice. —No le suelto.
Bueno. Pos entonces este ya que ve que no hay remedio, llega, pues, a preguntarle al rey lo que quiere. Entonces llega Pedro de Urdemales y le dice al rey: —Ora sí, señor. Ya tengo al gigante encerrado. Si quiere, ándele. Vamos por él.
Dice: —Voy a mandar muchos mozos y se lo train.
Luego le dice: —Ora, sí. Cumpla su promesa.
—No, hombre, dijo. —Tú eres muy pobre. Figúrate. ¿Qué es lo que tienes?
Cuenta, pues, él, que tiene mucho dinero.
—¡No, hombre! ¡No tienes nada! Necesitas dinero antes que la quiera dar, dice. —Te doy a mi hija con una condición, de que vayas a trabajar dos años. De otra manera no se la voy a dar.
—Muy bien.
Este se va muy triste. Llega a un campo donde hay muchos higos, pero muchos, blancos. Y empieza a comer higos. Pero donde va viendo que al primer higo que se come le sale un cuerno. Dice: —¡Hombre! ¡Qué malo será esto!
Se come otro y le sale otro cuerno. Y entonces dice: —Ora sí. No me va a querer el rey. Dice: —¿Qué voy a hacer?
Pero sigue caminando. En otro potrero se encuentra un... otros higos y que son negros. Se come un higo a ver qué resultado le da. Y cuál no será su sorpresa que cuando se come el higo negro se le va uno de sus cuernos. Luego se come otro. Dice: —Ora sí. Quién sabe para esto me voy a poner rico, lo ricos que están.
Se pone de catrín. Se arregla y luego se va. Corta muchos higos. Los pone en una canasta y se va a un pueblito donde no los conocían. Allí estaba él sentado en el mercado vendiendo sus higos. Y esa gente como no conocía aquellos higos naturalmente que tuvo que comprarlos, ¿verdad? Quien compraba uno, quien compraba cinco. Total que allá estaba vendiendo una fruta que se llaman higos y que ellos no conocen y también andan comprando. Y la hija como ella también era amante de esa fruta los va a comer. Resulta que tantos higos que comían les iban resultando cuernos. Unos en los pies, otros en las asentaderas, otros en la espalda, otros en la cabeza, otros en las piernas. Y aquel pueblo se llenaba de cuernos, toda la gente tenía cuernos. Ya que ve que están afligidos y que piensa que le puede seguir algún mal, alguien por haber vendido aquellos higos, se va. Va y compra una canasta y compra muchos higos. Llega a orillas del pueblito y de unos los empieza a oler, otros los hace pildoritas, otros hace agua en un cántaro.
Se viste de catrín, coge un veliz y llega al pueblito y se anuncia como médico. Toda la gente empieza a ir con aquel médico a curarse de los cuernos, como era natural. A unos les daba píldoras, a otros les daba bebidas, a otros les daba pastillitas. En fin, empieza a curarlos.
Llega a oídos del rey que hay un médico allí que cura esa enfermedad y lo manda llamar y le dice: —¡Hombre! Dice: —¿Usted sabe curar la enfermedad esa que llaman cuernos?
—Sí, señor, le dice.
—Figúrese no más, que mi hija se puso a comer higos y está llena de cuernos. No puede estar acostada, no puede estar sentada, no puede estar parada porque todo el cuerpo con cuernos. Ahora tiene usted que aliviarla porque de ninguna manera puede estar.
—Sí, dice. —A ver si acaso puedo yo curarla.
Va en el pueblo a donde estaba. Pela unos higos, otros los echa en una botella y en fin le lleva aquella bebida de aquellos higos a... a la princesa. La princesa, como ella, pues, tenía muchas más ronchas empezó a tomarse la medicina y se curó, de aquellos cuernos. Entonces ya que quedó la hija curada le dice que se vaya con su padre.
El muchacho va con el rey y le dice: —Ora sí, señor. Ahi tiene usted a su hija curada.
—Muy bien. Ahora, ¿qué quieres?
—Pos, le dice. —Yo quiero a su hija por esposa.
—¡Hombre, no! Tanto como eso, no, le dijo. —Pida lo que quiera.
Le dice: —No, señor. Solamente eso y nada más. ¡Sí, hombre!, le dice. —Otra cosa, no. Yo quiero a su hija por esposa.
—Bueno. Pero, dime. ¿Con cuánto cuentas?
—Con mi trabajo, le dice.
—Oye, y tu trabajo, ¿cuál es?
—Pues, curar.
—Bueno. Y ¿qué más curas?
—Pos, no más eso.
—Ahi 'stá. Dice: —No hay quien llega a traer higos cuando se casa aquel individuo, se queda a quitar cuernos.
—Está muy bien, le dice. —y si no, para probarle que yo soy rico, mando ahorita unos mozos al pueblo Fulano con cien mulas y verá cómo me train mucho dinero.
—No, le dice. —Tú no más me haces tonto.
—No, le dice. —Yo soy rico, sumamente rico. Si no, va a verlo usted.
Entonces él mismo agarra aquellas mulas y se va. Y como era tan egoísta y de mal corazón, le dijo al rey que quería una pieza para todo aquel dinero. Empieza... empezó a meter aquel dinero en aquella pieza. Tanto fue el dinero que vació, que llenó la pieza y la pared la tumbó sobre el rey y lo mató.
Y colorín colorado, que el cuento ha terminado.

 

Nº de referencia: 149

Al habla:
María del Refugio González
(40 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 20 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 132

Notas
This lengthy narrative consists of several types in sequence. I have included under type 1681B several numskull episodes. For example, the ailing mother sends the boy to the doctor for pills but he retums with goat droppings. When the doctor tells the boy to give his mother an enema, he misinterprets the doctor's metaphor and gives the enema to the rooster instead [J2489]. I have also included here the equivalent of A-T 1013 Bathing or Warming Grandmother, because it involves a fool rather than a trickster. From this point on, however, the narrator is more interested in the deceits of the trickstcr and in the antics of the numskull. Following type 1653B, the trickster sells an alleged rnoney-bearing tree to some rnule drivers [Hansen 1539**A], then steals a priest's clothes and rnilks the humble residents of a village. Following the episode of Holding down the Hat [A-T 1528], the narrator shifts to what Thornpson calls "Ordinary Folk Tales" (types 300-1199). The narrator involves the protagonist in athletic contests with a giant, to push his fist through a tree [A-T 1085 or K61l, and to see who can throw a spear farther [K18.1.2]. These elements actually make up type A-T 328 The Boy Steals the Giant's Treasure, which here ends with elements IIIa, in which the giant is tricked into a coffin and imprisoned. The tale from Tepatitlán ends with A-T 566, III, IV, The Three Magic Objects and the Wonderful Fruits.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

566. - The Three Magic Objects and the Wonderful Fruits. (Fortunatus.) (Including the previous Type 580*.)

1085. - Making a Hole in a Tree.

1528. - Holding Down the Hat.

328. - The Boy Steals the Ogre's Treasure. (Corvetto.)

1653. - The Robbers under the Tree. (Including the previous Types 1653A-F.)

1681B. - Fool as Custodian of Home and Animals.

1824. - Parody Sermon.

 

Materiales adicionales

 

 

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