[ Los hermanos que se perdieron en el bosque ]

 

Estos eran dos hermanitos y ellos no tenían mamá. El papá se casó, y los niños no los quiso su madrastra. Un día la señora se halla con mucha necesidad y le dice a su marido: —Oye. Estos muchachos ya son lata para nosotros. Fíjate que ya no tenemos que comer. Y otros, dos bocas más. Y no tenemos para nosotros. ¿Cómo no me los tiras?
—Pero, mujer, le dice él. —¿Cómo quieres que yo tire a mis hijos?
—Sí, llévalos para allá al monte. Allá los dejas y te vienes.
El papá, como le duele en su corazón, se lleva a los niños al bosque dizque a cortar leña pero no vio que ya les había dicho su madrastra. Agarra ceniza. Áhi tenía un costalito y se van con su padre a cortar la leña. Llegan al monte y empiezan a ayudar a su padre a cortar leña. Por supuesto que ya habían dejado en el camino la señal por donde habían venido. Ya que habían juntado leña, el señor les dijo que se fueran a jugar. Ellos se van a jugar pero mientras estaban jugando el papá se vuelve. Llega a su casa y deja a los niños perdidos.
Se acerca la noche y entonces el mayorcito le dice a la muchachita: —Oyes, hermanita. Vámonos. Ya está haciendo noche.
Se van los dos. Llegan a su casa y ya está el papá. Dice: —Mira. ¿Por qué no andaba con nosotros?
Entonces la mujer le dice : —Vete. Esta vez no tiraste bien a los muchachos. Otro día que los lleves los llevas más lejos para que ya no vuelvan.
—Sí.
Pues otro día se vuelve a llevar a los niños. El muchachito agarra piedritas y por el camino las va regando hasta que llegan allá. Entonces los dos muchachitos en el bosque se quedan. Pero como el muchachito, ya tenía él su señal de que... de las piedritas, por ellas regresan a su casa. Llegan y estaban cenando. El papá le da mucho gusto de verse ya a sus hijos. Les da de cenar. Los acuesta, pero la señora siempre sigue con la misma idea : —Y esos muchachos no los quiero porque no nos alcanza la comida. A ver si sin ellos la repartimos. Otra vez vas a llevarlos.
Entonces los chiquillos ya no hallaron qué llevar. El papá no les dejaba salir.
Todo lo que... hasta todas las cuestiones diversas las escondía. Le dio un birote de pan a cada uno y se los llevó. El muchachito, que se llamaba Roberto, se empezó a regar el pan por el camino. Andaba, daba un paso y arrojaba un pedacito de pan. Daba otro paso y arrojaba otro pedacito de pan. Se le acaba a él y le pide a la hermanita también el birote. Y sigue regando su panecito hasta que por fin llegan al bosque. Y ese bosque estaba más espeso y sin quemar, mucho más que las primeras veces.
Llega la noche. El padre se va por la leña. Los muchachitos se pierden.
Empiezan a buscar las migajitas de pan y no las encuentran. Los pajaritos las habían recogido. Ya que se ven perdidos se ponen a llorar. Le dice Roberto a su hermanita: —Oye, Celia. ¿Qué vamos a hacer ahora? Figúrate no más. Dice: —Los pajaritos se comieron seguro el... el pan y no podemos encontrar el camino. Vamos subiendo este árbol, le dice, —porque de noche se oyen muchos animales y si nos ven, nos comen.
Se subieron a un árbol. Ahí pasaron la noche. Otro día en la mañana se bajan y se van a buscar el camino para volver a su casa. Pero no lo encuentran. Caminan mucho, mucho. Por fin ya Celia está cansada con mucha sed. Roberto también. Y entonces le dice Roberto a Celia: —Oye. Yo tengo mucha sed. Yo voy a tomar agua de aquí de este tanquecito.
Se arrima a tomar agua y oye una voz que le dice: —No tomes agua de áhi, niño, porque si tomas te vuelves un... fiera.
—¡Ay!, le dice Celia. —No tomes, porque entonces sí, ¿qué hago? Si te vuelves fiera me comes.
—No, hermanita. Yo tengo mucha sed.
—No la tomes, le dice.
Siguen caminando. Llegan a otro lugar en donde también está otro arroyito.
Vuelven a querer tomar agua. Entonces la voz le dice: —No tomes agua de áhi, niño, porque si tomas agua te vuelves caballo.
—Oye, hermana, le dice.
—¡No, no! No tomes agua porque entonces, ¿qué hago? Tú corres y me dejas.
Por fin siguen caminando. Tropiezan con un arroyo pero era de leche. Y allí llegó sin más ni más. Empieza a tomar mucha leche. Se abre aquel arroyo y pueden pasar. Llegan donde está una casa que era de azúcar y como tenían mucha hambre empezaron a morderle la pared. A las mordidas que estaban dando sale una viejecita muy irritada. Luego les dice: —¡Muchachos! ¿Qué andan haciendo? ¡Ora verán, bribones! ¡Ora les voy a comer! ¿Para qué se andan comiendo mi casita?
—¡Ay, nanita, nanita, nanita! Tenemos mucha hambre.
—¡Bribones, sinvergüenzas! ¡Ahora sí van a saber lo que quién soy yo!
Pásense para acá para darles de comer.
El niño y la niña comen muy a gusto. Otro día les forma una jaula. Allí los mete, dice, para cebarlos y después comérselos, porque esta viejecita tenía la costumbre de comerse a los niños. Y así pasan muchos días, aquellos niños en aquella jaula. Un día se mete un ratón y Roberto, como era tan listo, coge el ratón y le corta la colita. La viejecita todos los días llegaba y les daba de comer y dice: —A ver, hijitos. Saquen el dedito para ver si han engordado.
Y sacaban el dedito. Pero ese día que ya estaba el ratoncito allí y que le cortaron la cola, empezaron a sacar la colita del ratón: —¡Válgame Dios, niños! ¡Entre más les doy de comer más flacos están! ¿Qué será bueno hacer con ustedes?
Por fin así todos los días. Aquí anda ya la viejecita cansada de tanto darles de comer y que no engordaban, de flaca, y cuando sabe que esos los tiene muy gordos, muy de gusto, buenos ya para comer. Ya que ve que están, pues, para... de modo para podérselos comer, manda a Celia a que ponga lumbre en un horno. Ya que puso lumbre, le dice: —A ver, hijita. Anda. Ve. A ver si ya está el horno listo. Voy a asar un corderito para que nos lo comamos.
—Sí, abuelita. Sí, ahoritita.
Vio que estaba el horno, muy bien caliente. Tenía el horno, era como una casa y tenía como un corredorcito. En aquel corredor se metían, así es de que no se quemaban sino que le puso calor. Se iban allí deslizándose, se asaban más bien. Y ya que estaban asados se los comía allí. Bueno. Pues que ya estaba el horno muy bien preparado, muy caliente, les dice la viejecita: —Métanse los dos.
—¡Abuelita, abuelita! ¿Y qué modo es eso?
—Muy bien, les dice. —Mira. Se meten así. Uno se para aquí, el otro se para acá.
—Pero no sabemos cómo. A ver. Díganos usted.
—No, niños. Miren. Voy a decirles cómo.
Entonces la viejecita se metió. Se paró en donde habían de quedarse los niños y los niños se mueven tan listos que cerraron la puerta del horno. De allí se asoman la viejecita. Le dan un empujón y allí se quedó la viejecita. Los niños, ya que vieron que la viejecita no podía salir ya, que les gritaba y les rogaba que la sacaran, no le hicieron ya caso. Pues bien. Al salir, pues, ya no vieron la casa como era al principio de azúcar sino que era un palacio, que había allí muchos sirvientes. Salieron los niños corriendo y los sirvientes les dicen que qué es lo que huyen, que están para servirles.
Les dicen: —Lo que nosotros queremos es que nos lleven con mi papá. Tenemos muchas ganas de ver a mi papá.
—Niños, ¿en dónde vive su papá?
—Pues, tenemos que pasar un arroyo de leche.
—No, niños, les dicen. —No, no. El arroyo de leche antes pasaba por este... este palacio era encantado. La viejecita la tenía encantado y hacía falta que vinieran ustedes para que desencantaran este palacio. Así es de que su padre está muy lejos.
—Vamos allá, dice el muchachito. —Aunque esté muy lejos mi padre, tenemos que buscarlo.
Entonces ya manda el niño Robertito a muchos de los sirvientes y les dice que vayan a buscar a su padre. En donde esté que de allí lo traigan. Pero como ellos tenían tantas ansias de verlo, mandaron traer muchos carros y muchos sirvientes y damas. Y fueron a buscar a su padre.
Se encontraron a su padre sentado, ya de mucho andar, por supuesto, ¿verdad? Tenían años de caminar, de estar andando buscando el lugar donde estaba su padre. Llegan y ya su padre estaba muy viejecito. Estaba en la puerta. En una piedra, llorando, pues, porque sus hijos no lo habían encontrado. Y no sabía dónde se encontraban ellos. Él creía que sus hijos se los había comido alguna fiera. Ya Robertito es grande. Llegan y abrazan a su padre. Les dice: —Ustedes, ¿quiénes son?
—Padre, le dicen. —Somos sus hijos. ¿No nos conoce?
—No, les dice. —¿Cómo son ustedes mis hijitos? Mis hijitos eran muy chiquitos. Y veo a ustedes tan guapos, tan bien parecidos, tan elegantes. Pos, ¿quiénes son ustedes?
—Pos, nosotros somos príncipes, le dicen. —Y usted es un rey.
—Pero, ¿cómo he de ser yo un rey?
—Sí, padre, dicen. —Ahora somos muy ricos y venimos por usted.
Bueno. El señor muy alegre y muy contento empieza a llorar. Le gusta porque ve a sus hijos tan grandes y que van por él, ya ricos. Ya de modo, de poderse mantener sin tener que sufrir aquellas calamidades que estaban sufriendo antes.
Ya entonces el papá vuelve en un carro, los hijos también. En otros carros los sirvientes. Y llevan a la madrastra. Todos llegan allí al palacio. Allí los están esperando con música. Empiezan a gritar de que ¡Viva el rey! ¡Que vivan los príncipes! Y allí viven desde entonces y ya están muy felices. Y aquí se acabó el cuento.

 

Nº de referencia: 60

Al habla:
María del Refugio González
(40 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 20 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 42

Notas

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

327A. - Hansel and Gretel.

 

Materiales adicionales

 

 

Los materiales de este sitio pueden ser usados y reproducidos para fines de educación e investigación sin fines de lucro, citando su fuente y sus datos correspondientes (informante, recopilador, transcriptor, etc.). Cualquier otro uso requiere autorización. Este sitio es posible gracias al apoyo de la DGAPA, proyecto PAPIIT IA400213

© Laboratorio de Materiales Orales. ENES, UNAM Morelia.