El zahorí de pasojos

 

Estos eran dos compadres, uno rico y otro pobre. El compadre pobre no hallaba qué hacer para remediar su miseria y pensó en robarle unas puercas a su compadre para después ponerse a cargo de dinero. Fue y escondió las puercas entre unos matorrales.
Después vino y supo que el compadre andaba apurado por sus puercas. Fue y le dijo que él era zahorín pero necesitaba diez pesos para hacer los polvos con los cuales él podía hacer sus experimentos. Ya después fue y le trajo las puercas con lo cual empezó a correr la voz de que aquel hombre era zahorín.
Una vez que se vio otra vez necesitado fue y le robó dos bueyes a su compadre y los escondió en lo más espeso de la sierra. Vino otra vez y ya el compadre le dijo: —Se me han perdido dos bueyes. Tú que sabes adivinar dime dónde están.
El compadre le dijo que le diera cincuenta pesos porque como los bueyes eran de más valor era necesario comprar más polvos para los experimentos. Vino y entregó los bueyes y entre más crecía el rumor de que aquel hombre era zahorín.
Su mujer siempre que a ciertas cosas le decía: —Ahora verás. Zahorín de pasojo es lo que te va a suceder.
Después fue con el compadre y le robó siete caballos y los escondió de nuevo. Fue el compadre y le dijo: —Ahora sí. Me han robado siete caballos y quiero que más pronto me los busque. No sea que se vayan a perder.
—Pos, dame cien pesos que es lo que necesito para hacer los experimentos.
Una vez que recibió los cien pesos fue y le dijo en donde estaban los caballos.
Había un rey que tenía tres hijas a las cuales se les habían perdido los anillos reales en cierta ocasión y no había podido dar el rey ni sabía en qué lugar o dónde estarían los anillos. Habiendo llegado a oídos de dicho rey que en cierta hacienda había un zahorín, mandó llamarlo y le dijo: —He sabido que eres un gran zahorín y quiero que me digas en dónde están los anillos de las princesas.
—Pues, señor, si no soy zahorín, decía el hombre aquel, asustado.
—Pues, si no lo haces dentro de tres días penas de la vida y si lo haces te ofrezco darte una carga de monedas de plata. Entre tanto quedarás incomunicado en los jardines del palacio.
Quedó, pues, aquel hombre incomunicado durante tres días. Los criados que lavaban los baños de las princesas, que eran los que se habían robado los anillos, empezaron a ispiar a aquel hombre para ver qué era lo que hacía porque tenían miedo de que fuera a descubrirlos. Entre tanto el pobre zahorín anduvo el primer día triste y ya cuando empezaba a oscurecer exclamó: —Ahora, sí. Uno ya estuvo.
El criado que andaba ispiándolo, pensando que se trataba de él y que había dicho: —Ora sí. Ya estuve yo, vino y les dijo a los compañeros. Dijo: —Ya yo ya estuve, dijo. —Ya el zahorín dijo que yo ya estaba y seguramente que ya me va a descubrir.
Entonces le dijo uno de ellos, dice: —Ahora voy a ispiarlo yo mañana a ver qué es lo que dice.
Sucedió igualmente, que entonces el zahorín dijo: —Ahora sí. Dos ya están.
El zahorín se refería a los días que iban pasando y los criados pensaban que se trataba de ellos. Al llegar al tercer día ya los criados habían llegado a un acuerdo de ir con el zahorín y decirle que ellos eran los ladrones pero que les dijera lo que habían de hacer para que no les fuera a descubrir con el rey y le darían los pocos ahorros que tenían.
Así lo hicieron y al tercer día se presentaron con el zahorín y le dijeron: —Como usted ya sabe que dos de nosotros somos los bandidos de los anillos y es muy posible que también ya sepa que este otro es el del otro anillo, venemos ofrecerle nuestros ahorros y que nos diga lo que hemos de hacer para que el rey no se entere de que nosotros nos hemos robado los anillos y nos mate.
Entonces el zahorín se quedó admirado, no por lo que aquellos hacían sino por cómo Dios lo había ayudado para salir de aquel trance. Otro día muy temprano mandó el rey que le llevaran y le dijo que si ya sabía quiénes eran o dónde estaban los anillos de las princesas.
Entonces él le dijo: —Los anillos quedaron en los baños de las princesas dentro de unos agujeritos que estaban hechos en los baños y no se han podido hacer.
Esto lo dijo porque ya había quedado con los criados que tenían que depositar allí los anillos.
El rey, no contento con esto y haciéndosele muy pesado darle una carga de dineros de plata a aquel hombre por tan poquito trabajo, le dijo: —Ahora me tienes que adivinar otra cosa. Vete y mañana vienes para que me digas qué es lo que te pregunte.
El rey entre tanto se puso a pensar qué era lo que debía hacer que no pudiera adivinar aquel hombre. Trajo una de las más finas mascadas que había en su palacio y en ella se envolvió varios pasojos de burro, pensando que nunca aquel hombre podía imaginarse lo que dentro de aquel pañuelo tan fino había de haber.
Al siguiente día mandó llamar al zahorín y le dijo: —Dime, ¿qué es lo que hay aquí adentro?
En ese momento el hombre se acordó de lo que su mujer le había dicho y exclamó: —¡Ay! ¡Zahorín de pajoso es lo que te va a suceder!
El rey, creyendo que había adivinado, le dijo: —Bien. Has acertado de nuevo pero ahora tienes que adivinarme otra cosa. Si no, te mato y no te doy nada de lo que he prometido.
Estuvo el rey toda la noche pensando la manera de hacer que aquel hombre no le adivinara. Se acordó que en el puente real hacía muchos años cuando él era niño, cierta vez pasando muchos puercos por el río, una puerca se había ahogado a medio río. Después con el tiempo allí era un gran puente pero al rey no se le había olvidado donde había sido donde aquella puerca se había ahogado.
Mandó llamar, pues, al zahorín y le dijo: —Vamos al puente para que me digas una cosa que te pueda preguntar. Llegados al puente le dijo: —Aquí donde estoy pisando, ¿qué fue lo que sucedió?
En ese momento aquel hombre se acordó del refrán que dice: —Aquí fue donde la puerca torció el rabo.
El rey, pensando que aquel hombre le había adivinado, le dijo: —Ahora sí. Puedes llevarte tu carga de monedas de plata porque en realidad eres un zahorín de verdad y ya no quiero hacer más pruebas porque he visto que eres un gran zahorín.

 

Nº de referencia: 146

Al habla:
Cristóbal Reyes
(24 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Valle de Guadalupe (Valle de Guadalupe, Jalisco), el 9 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 129

Notas
This tale contains all the elements of type 1641 Doctor Know-All, although their order is somewhat different from the outline presented by Aame- Thompson. The zahorí or soothsayer first builds up a reputation by finding his neighbor's stock that he has hidden himself [K1956.3]. He is reluctant to show his prowess as a zahorí after he arrives at court.

 

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) -

 

Ver los tipos

1641. - Doctor Know-All.

 

Materiales adicionales

 

 

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