[ Pedro de Urdemales ]

 

Pos, viendo que Pedro de Urdemalas no se fue al barranco, entonces lo volvieron a tomar como prisionero y lo metieron a otro saco y le cosieron la boca y lo echaron arriba en una mula. Entonces dijeron aquéllos: —Ahora te vamos a arrojar al mar.
Y se lo llevaron. Y por allá en el camino, ¿verdad?, los que le llevaban se quedaron atrás y la mula siguió caminando y él iba delante. Y por los agujeros del saco vio que venía un pastor con bastantes borregas. Y luego empezó a gritar él: —¡Me llevan a casar con la hija del rey! Dice: —¡Yo no quiero! Y: —¡Me llevan a casar con la hija del rey y yo no quiero!
Entonces le dice el pastor, dice: —¿A dónde? —A la suidá Fulana, pero fíjate, yo no quiero.
—Pues yo voy.
—Pues ándale. Bájame y métete tú al saco.
Y pronto lo riató una mula y dice: —Bueno, dice. —¿Mis borregas?
—Yo te las cuido.
De modo que amarraron al otro y se jueron y alcanzaron los arrieros y lo llevan. Llegaron al mar y lo avientan al mar. Y allí estuvieron hasta que, hasta que creyeron que se ahogó, ¿verdad?, y como el agua gorgoreaba para arriba, dijo uno: —Ora sí. Adiós Pedro de Urdimalas. Dice: —Mira, está seguro, los gorgoritos.
Y se jueron ya muy contentos creyendo que lo habían matado, ahogado.
Cuando lo encuentran por otro rumbo con aquel hatajón de borregas y luego le dicen: —¿Quiubo, Pedro? ¡Hombre! ¿Pos no te echamos al mar?
—Pos, sí. Sí me echaron.
—Y luego, ¿no te hogaste?
—¿Cómo m'iba a ahogar, hombre?
—¡Pero, hombre! Si vimos que hacían gorgoritos en el agua.
—Es cierto también. Pero miren, dice. —Cada gorgorito era un borreguito y cada gorgorote era un borregote. Y aquí me tienen ora con este chinchorro de borregas.
Bueno. Entonces jue él y aquellas borregas las vendió y se jue a buscar trabajo. Que cuando llegó a la hacienda que lo pusieron de puerquero. Le dijo el rico: —Yo tengo de hacer, dice, —pero me vas a cuidar una engorda de puercos.
—Bueno, dijo él.
Y de ahí sale con su chinchorro de puercos gordos a pasiarlos por el campo. Y un día pasa un rico y le dijo: —Oye, dice. —¿Vende los puercos?
—¡Hombre, no!, dijo. —No los vendo.
—¿Por qué no? Dice: —Si nos convenemos en un precio, véndamelos.
—Bueno. Se los vendo pero con una condición. Sin orejas y sin colas.
—Bueno, dijo el otro. —Está bien, dice. —Eso no m' interesa.
A todos les mocharon las orejas y las colas y se llevó el rico los puercos.
Entonces él para poderse obedecer al patrón se jue a un pantano, una ciénaga, y allí enterró las orejas y las colas según era el tamaño del puerco. Y luego jue y le dijo al patrón, dice: —Señor, dice. —Los puercos se atascaron en una ciénaga y no los puedo sacar.
—¡No, hombre!
—Sí, dice.
—Pues entonces, ¡qué cuidados!
—Bueno, yo los dejé porque creí que se iban a bañar y ahí están. Dijo: —Nomás las orejas y las colas sacan.
—Pos, lleva gente a sacar esos animales. ¡Ándale!
Y por ahí va un montón de mozos y que llegaban y uno le agarraba las orejas y otro la cola y daban el tirón y salían las puras orejas y la cola. Y dijo él: —No. Pos, el cuerpo del puerco quedó enterrado.
Y así pasó. Entonces aquél, aquél de allí huyó y se jue. Ya con bastante dinero porque había vendido los puercos. Fue cuando supo que iba a pasar un hombre millonario por un camino y dio en venderle el pájaro cu. Éste arregló la ... , pues vio la hora en que iba a pasar aquel rico y ya cuando venía cercas se hizo a un lado del camino y se puso a hacer del excusado. Y luego tapó la suciedad con la gorra. Pero antes de eso había pintado una pluma de muchos colores.
Cuando llega el rico, ese rico ya lo conocía y sabía que era bajito pero no le hizo juerza. Dice: —Pedro, ¿qué estás haciendo aquí?
Dice: —Señor, tengo tanto tiempo detrás del pájaro cu y hasta hoy hube de aprisionarlo.
—¡No, hombre! ¡No seas mentiroso!
—No. Sí, señor. Ahí lo tengo debajo de la gorra.
Dice: —¡Véndemelo!
—No, y ¿cómo te lo voy a vender?, dice. —Si mi patrón me paga porque lo busque.
—No te lo creo, que esté el pájaro cu, dice.
—Le voy a enseñar no más. Ora verá.
Y ya se jue poco a poquito levantando la gorra y hizo que la pluma la sacó al tirón, ¿verdad?, y muy bonita, de muchos colores. Dijo el rico: —¡Hombre! Véndeme ese pájaro.
—¡No! ¿,Cómo se lo voy a vender?
—Véndemelo.
—¡Bueno!, dice. —Pos, si me da tanto dinero por él, sí se lo vendo pero con una condición, dice. —Que tiene que darme su sombrero y no tiene que destaparlo hasta que yo trastumbe aquella loma lejos, porque si me alcanza a ver el pájaro se va a seguirme porque ya me conoce.
—Bueno, dijo él, —y cuando vaya a tomarlo en sus manos, dice, —levante la gorra rápido y tírele el agarrón a las patas porque si no se le va.
Bueno, pues, el rico desesperado, ¿verdad?, y ya que lo vido que trastumbó la loma se jue y levanta el sombrero con cuidadito y le tira el agarrón y que se estampa aquel mierdón en la mano, que le va chipitir por todos los dedos. Dijo: —¡Este Pedro de Urdimalas ya me fregó!
Bueno. Se jue. Con ese dinero llegó a una ciudad y luego se fue a cambiar aquel dinero en puros cincos y puros dieces. Y compra un burro. Y sabía también que iba a salir una arriada de un rico. Otro día entonces él en la noche le da bastante maíz al burro y allí le echa todos aquellos cincos y aquellos dieces.
Y ya ese otro día se encontró con aquel hatajo y ahí va. Lo conocieron también: —Pedro, ¿a dónde vas?
—Ahí voy, dice. —Pa tal parte. Miraba ... Ya que comenzó el burro a querer hacer del excusado, corre él y le pone el sombrero y le dice, le dice el rico ese: —¿Qué vas a hacer, Pedro?
Dice: —Este burro caga dinero. —¡No, hombre! ¡No seas mentiroso!
—Sí, señor.
Ya está desbaratando pajosos y sacando cincos y dieces. Había comido en la noche mucho dinero el burro. Y empezaron a tratar: —¡Hombre, véndeme el burro!
—No, ¿cómo se lo voy a vender?, le dice. —Este burro me da mucho dinero. Y que caga de vuelta el burro y se va y le capta otra vez los pajosos. Así tanto fueron batallando hasta que le dijo: —Bueno. Sí, se lo vendo. Me da tanto. —Está bien.
Se lo vendió. Pues ya, ya cuando él se fue ¿verdad?, el burro volvió a hacer del excusado y ahí va el rico a la carrera y que le captó los pajosos, uno que otro cinco, pues, que le quedaban reservados al burro, pero entre más menos y más menos hasta que ya ni un cinco. —Bueno, dijo, —¡pues éste me fregó! Sin duda es Pedro de Urdimalas.
Bueno, entonces él con aquel dinero se va a otra parte donde sabía que iba a pasar también un millonario y luego aprovecha un árbol que hay a un lado del camino. Y como llevaba mucho dinero, se puso y lo pegó todo aquel dinero al árbol por las ramas, por las hojas, por dondequiera, y le barrió bien alrededor allí. Hizo un patiecito bonito y ahí estaban sentado al pie del árbol.
Cuando pasa aquel rico, ya le dice: —Pedro, ¿qué estás haciendo ahí?
—Señor, estoy cuidando este árbol.
Y lo ve cubierto de dinero el rico y dice: —Oye, dice. —¿Ése es el fruto de ese árbol y este fruto da? ¡Hombre!, dice. —¡Véndemelo! No reparo en el precio.
—No, ¿cómo se lo voy a vender?, dice. —Nomás, ¡qué travesura!
—¡Véndemelo! No reparo en el precio.
—Bueno, dice. —Pos se lo puedo vender en tantos miles de pesos, pero con la condición que me deje aprovechar este fruto. Sabe usted que cada veinticuatro horas da fruto, dice. —Ya aproveche usted el fruto el de mañana.
—Bueno, está bien.
Pues, el rico allí, se quedó a cuidar el árbol aquel. Dijo: —Váyase, Pedro.
Yo me quedo a cuidarlo.
Y ahí está otro día al pie del árbol él, pelándose los ojos para arriba a ver si lo veía abotonar o florear, y nada. Y pasó el día y nada, y ya ése comprendió que Pedro lo había fregado y entonces ya se fue enojado. Se jue.
Ya Pedro siguió caminando y jue a otra ciudad, ya con bastante dinero. Entonces fue cuando llegó a una ciudad y compró un equipo de fragua, ya con dinero, y se metió a herrero. Y fue herrero y fue su oficio. Y estaba trabajando allí de herrero cuando un día en una borrachera se encuentra con la muerte, y se hicieron compadres, él y la muerte.
Ya siguió viviendo en el mundo y a poco tiempo se encuentra con el Señor, con Dios, nuestro Señor, y le dice: —Pedro, dice. —Vengo a concederte tres mercedes. Di cuáles son las que quieres.
Dice: —Pos una, Señor, dice, —es que en mi casa tengo una higuera y la gente se sube y me roba los higos. Ahora quiero que el que se suba a mi higuera no se baje hasta que yo quiera.
—Está bien.
Y luego tenía allí una banqueta en su casa muy curiosita y no quería que se sentara nadien. Dijo: —y otra es que el que se sienta en mi banca no se levanta hasta que yo quiera.
—Está bien. También se la concedo.
—Y la otra es que a la jugada que yo llegue, no vaya a haber un jugador que me gane.
—Bueno, también.
Lo dejó. No, pero así fue. Siguió éste. Ya después no arregló el oficio de la herrería sino que se dedicó a la pura jugada. No perdía nunca. Cuando ya el Señor se le hizo muncho lo que hacía Pedro y lo que ya era tiempo de llamarlo, manda a la muerte y le dijo: —Anda por Pedro.
Y como ya vienen compadrados llegó y ya le preguntó a la señora. Dice: —¿Dónde está mi compadre?
Dice: —Está en la jugada, señora. Dice: —Pues ya mejor ir a hablarle.
Pues ya vino Pedro: —¿Quiubo, comadre? ¿Qué estás haciendo?
—Pos, hombre. Sabe que el Señor me manda por ti, dice. —Ya es muncho lo que has hecho en este mundo y ya se le llegó el día que te vayas.
—¡Hombre, comadre! Es tan a gusto que estoy viviendo aquí en el mundo, dice. —Pero, en fin, dice, —Si el Señor lo manda, no más me permites ir a traer unos cigarros allá a tal parte.
—Está bien. Anda.
—Oyes, comadre, dice. Pero antes de eso dice: —¿No te gustan a ti los higos?
Dice: —Sí, me gustan.
—Mira, aquí está tu talega. Súbete a la higuera y llénala pa ir con ella por el camino, todos juntos ahí los dos.
—Bueno, dijo.
Se trepa la muerte arriba y la llena de higos pero ya no se pudo bajar y él se jue a la jugada. Ahí está la muerte desesperada hasta que empezó a gritar a la señora y ya se iba la señora: —Pos, ¿qué estás haciendo ahí?
—Pos, mire no más. Mi compadre aquí me trepó y ahora no puedo bajar. Vaya y háblele.
Ya fue la señora: —Oye tú, ¿tu comadre?
—Ahí está, hombre. ¡Ah, qué va a haber de mi comadre!, dice. —Orita voy.
Ya fue: —Comadre, ¿qué estás haciendo ahí?
—Pos, aquí estoy, compadre, dice.
—¿No te quieres ir?
—¡Bájame de esta higuera, hombre!
—No, dice. —Dile al Señor que no me voy. Estoy muy a gusto en el mundo. Vete.
Se jue la muerte. Ya jue y le dijo al Señor: —Pos, no quiso venir ese Pedro.
—Bueno.
Pasó un tiempo y ya le dijo otra vez el Señor. —Ve. Anda trae a Pedro. Ora sí ya no lo dejes.
—Bueno.
Ya se jue la muerte, pos, pensando por el camino. Dice: Ahora si me compadre me dice que me suba a la higuera no me subo.
Llegó y ya le dijo a la señora. —¿Ún tá mi compadre?
—En la jugada.
—Vaya y háblele si me hace el favor.
Ya vino: —¿Quiubo, comadre? ¿Ya vienes tú de vuelta?
Dice: —Sí. Dice: —Ora sí, vengo por ti. Dice: —Aprevente, porque nos vamos. Y ya dijo: —Ora si dice que me suba a la higuera no me subo.
Aquél dijo: —Bueno, comadre. Pos entonces sabes que yo compré una botella de vino para ir tomando por el camino. Voy a traerla. No más espérame tantito. Siéntate aquí en esta banca. Mira, comadre, orita vengo.
Se sentó la muerte en la banca y él de allí se jue a la jugada. Cuando la muerte quiso levantarse, se levantaba con todo y banca y no cabía por las puertas y ahí está a grite y grite. Y al ir la señora: —Pos, ¿qué estás haciendo?
—Pos, mire. Mi compadre aquí me dejó pegada en esta mesa. Vaya háblele.
Ya jue: —Oye, ¿tu comadre?
—Ahí está hombre. ¡Aa, que mi comadre tan terca!
Allá jue. Ya le dijo: —¿Qué estás haciendo ahí, comadre?
—Mira, compadre, ¿no te quieres ir? Levántame de esta mesa. Despégame y me voy.
—Vete y dile al Señor que tal no me voy.
Y ahí lo dejó otra vez. Llegó allá con el Señor la muerte y dijo: —Pedro no quiso venir.
—No, dice. —Anda tráetelo. Ya es tiempo. Anda, tráetelo de vuelta.
Se va la muerte. Ya por el camino, dice: —Ora ni me subo a la higuera ni me siento en la banca. Dice: —A ver cómo le hago.
Pues ya llegó. Ya llegó a la señora: —Pedro anda en la jugada.
—Háblele si me hace el favor.
Ya vino. Dice: —Oyes compadre. Pos, ora sí no hay escape.
—¡Hombre, comadre! Dice: —Pos ora sí ya. No tengo otro remedio más de que me voy. Pero antes de eso deja aprevenirme, dice. —Yo ocupo llevar algunos menesteres. Ya le habló a la esposa. Dice: —Mira, dice. —Ora sí me voy a ir. Compras mi caja y dentro de mi caja, me echas una baraja nueva, una botella de vino, mis tenazas de corva, mi martillo de mano y otras cosas que yo necesito.
Se murió. Se lo llevó la muerte. La señora todo lo echó en la caja. Cuando llega allá al cielo con San Pedro topa con él. Ya le habla el tocayo, ¿verdad?: —Tocayito, aquí estoy a tus órdenes.
—Sí, tocayo, dice. —Tú no eres de aquí, dice. —Tú eres del infierno.
—Pero, ¿cómo va a ser justo?
—Sí, dice. —Tú, vete al infierno.
—No, dice. —Yo no me voy.
—Bueno, pues. Voy a hablarle al Señor.
—Háblale.
Ya llegó el Señor y dijo: —No, no. Tú te vas al infierno. Vete pa’ allá.
—Bueno. Está bien.
Se jue él. Llegó al infierno y allí al portón del infierno luego saca el martillo que siempre llevaba y le pone unos martillazos fuertes a la puerta. Y ya dijo Luzbel: —Por ahí hay uno muy rejego. Sal a ver quién es.
Pues que sale un diablo muy narizonote, muy narizón, ¿verdad?, y sale y saca la cabeza y él le pesca las narices con las tenazas y le pone un martillazo en la frente y le arrancó las narices. Y corre el diablo pa dentro. Al rato vuelve a golpear la puerta y ya dice el diablo, le dice: —Sal a ver qué merece.
Sale otro igual de narizón y le, también le toca las narices con las tenazas y otro martillazo y las arranca y se las echa a la talega. Viendo que ya nadien le abría se jue de vuelta con San Pedro allá a la gloria. Ya llegó: —Tocayo, ya vine de vuelta.
—Pos, ¿qué pasó, tocayo?
—No, dice. —No me quieren abrir la puerta allá, hombre. No, déjame entrar pa dentro.
—No, no te dejo, dice. —Deja hablarle al Señor. Pues ya vino el Señor. Dice: —¿Qué pasó, Pedro?
—Pues, ya aquí estoy otra vez. Allá no me quieren en el infierno, dice.
—Pos, le salió alguna vagancia.
—No, ni una vagancia siquiera. ¡Nada! Al fin ya le dijo: —Bueno. Sabe, salió un diablo de los muy narizones y me pareció quitarle las narices y aquí las traigo en mi talega.
—Bueno. Pos sabes que ora tienes que regresar siempre allá y tienes que ir a pegárselas y dejárselas como yo se las tenía. Y luego tienes que traérmelas aquí para ver si les quedaron bien pegadas.
—Bueno, me voy pues.
Se jue. Llegó de vuelta al infierno y pega otros golpes a la puerta y aquéllos vinieron y le hablaron y lo primero que preguntaron: —¿Traes fraguas aquí?
—Sí, hombre. Está una.
—Bueno, a ver.
Luego luego la puso en movimiento y echó las narices allá al carbón y ya está atizando la fragua y dice: Busquen unos diablos por ahí que traen mochas las narices. Tráiganmelos.
Ya los llevaron. Y les pegó a las narices y se las limó con una lima y dio bregada, pero luego pensó que cómo iba a llevarlos. Entonces les dijo: —Miren, muchachos. Dice: —Empalmen las caras así y junten las narices los dos a ver a quién le quedó más bien pegadas las narices.
Luego que las juntaron les pescó las narices a los dos con las tenazas y: —Saben que vamos a ir con el Señor porque me dijo que los llevara.
—No, nosotros no vamos. No.
—Sí, cómo no.
Y los llevó. Ya llegando allá a la loma del Señor, dice: Aquí están los diablos. Vea usted si les quedaron bien las narices.
—Ansí es, correctamente. Están bien. Pero suéltalos y vete tú con ellos.
Siempre eres de allá. —¡A, qué carambas!
Bueno, se jue. Pues ya llegaron al infierno allá, él junto con los diablos.
Y luego ya les dice a los diablos: ¡Hombre, ustedes aquí!, dice. —Todos, sus familias se han criado sin escuela, sin la bregada, dice, —pues. —Yo soy profesor de escuela, puedo darles aquí estudio a los chamacos.
—Bueno, dijo el diablo. —Si sabes tú algo de eso, pos, almitemos. Bueno, pues. Llaman luego. Este... hicieron unas bancas y todo y luego les puso pegadura a todas las bancas. Y ya se juntaron todos los diablitos allí en la escuela, ¿verdad? Y se sentaron en las bancas. Y ya se juntaron todos los diablitos allí en la banca y se suelta pintando cruces por las paderes y gritando: —¡Ave María Purísima!, dice.
Y que no más la truenas y vieras diablos por todas partes, de los palos y los cuernos y todo eso. Bueno. Total que les hizo tanta gracia a los diablos, pos que, que no lo aguantaron. Tuvieron que echarlo para afuera.
Entonces jue otra vez allá con San Pedro y ya le dijo: —Oyes, tocayo. ¿Cómo lo hacemos? A mí no me quieren en el infierno.
—Hombre, dice. —Pos, deja hablarle al Señor.
—¡No, no! Antes de que le hables, dice, —vamos a tener un convenio.
—¡No, no! ¡Conmigo no arreglas nada!
—Oyes, tocayo, dice. —Permíteme. Ábreme tantito la puerta. Baja a ver por donde la gloria, dice. —Se me hace que ha de estar muy lindo pa dentro. —Sí, es muy justo, dice.
—Déjame ver con un ojo.
Pos ya le permitió que viera con un ojo y luego le dijo: —Oyes, tocayo. Déjame ver con los dos, hombre.
—Bueno, pero ya te vas.
—Sí, luego me voy.
Luego que pudo ver con los dos, le dice: Oye, tocayo. Hombre, no me friegues. Déjame meter la cabeza para ver hacia los lados. ¡Hombre, está muy lindo esto!
Pues San Pedro le afloja la puerta y metiendo la cabeza y se mete con todo y cuerpo y se sienta a un lado de la puerta. Ya le dice San Pedro: —Tocayo, vete.
—No, de aquí no me muevo. No me sacan de aquí.
—Te va a hablar el Señor.
—Pos, háblale.
Ya vino el Señor y: ¿Quiubo, Pedro?
—Pues, no me quieren en el infierno, Señor, dice.
—No, vete para allá.
—No, Señor. De aquí no me salgo. Aquí onde estoy y no me muevo.
Dice: —Bueno. Pos si no me obedeces te volverás piedra.
—Bueno, Señor. Sí, pero con ojos y boca. Los ojos pa estar viendo y todo eso. Bueno, pos, se volvió piedra. Y allí está todavía, el amigo este. Bueno ya.

 

Nº de referencia: 12

Al habla:
Cipriano Ramírez
(35 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Amapa (Santiago Ixcuintla, Nayarit), el 25 / 1 / 1959

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1972. Amapa Storytellers. Berkeley: University of California Press, núm. 9

Notas
This long narrative of Cipriano Ramírez is an amalgam of several Aame-Thompson tale types, held together by the central figure of the protagonist, the trickster Pedro de Urdemalas. Such amalgams are not uncommon in Hispanic narrative tradition. The listing of other versions provides a clear picture of the variety and frequency of the combinations that appear. A. M. Espinosa (CPE, 111, 130-140) prefers to focus his analysis upon the amalgam as a narrative unit and establish types that are determined by their varying intemal composition. Amapa no. 9, however, does not correspond to any of the types established by Espinosa. The capture of Pedro de Urdemalas by mule drivers, his escape, and the substitution of another in his place in the sack that is thrown into the sea corresponds to A-T 1535 V a [K842]. Element V b, the subsequent reappearance of the trickster with a flock of sheep and his enemy's desire to obtain animals by being thrown into the sea, is incomplete in that Pedro reappears with a flock but his enemies do not emulate him. Because the episode lacks the preceding elements of A-T 1535 The Rich and the Poor Peasant, I have elected to consider it as A- T 1737 The Parson in the Sack to Heaven. Type 1004 in Spanish America consistently contains only element I of the three indicated in the Aame-Thompson index. Narrators and their audiences relish the episode in which the trickster sells his master's pigs, keeping for himself the tails and ears, which he leaves in the mud of a swamp, thereby convincing his master that the pigs have become mired in the swamp. Neither the narrator nor the audience is familiar, however, with the incident of the sheep whose tails are in the tree [K404.3] nor the one in which the tail of a dead ox is put in the mouth of another [K404.2]. In this respect, Cipriano Ramírez's narrative conforms to the Spanish American pattem. Type 1528 Holding Down the Hat is a frequent component of amalgams such as this. Despite its wide circulation in Europe and Spanish America, no versions have yet been reported from Spain. Boggs reports none in his Index of Spanish Folk-Tales and I have found none in tale collections that have been published subsequent to the appearance of his index. One wonders if perhaps the tale exists in the peninsula but is a bit too earthy for the taste of Spanish folklorists. Two motives K111.1 Alleged gold-dropping animals sold and K118.2 Sale ot tree alleged to produce coins are often included in narratives of the adventures of Pedro de Urdemalas and belong to A-T 1539 Cleverness and Gullibility. The latter motif, despite its frequence in Hispanic narrative tradition, has not yet been included in Stith Thompson's Motif-Index of Folk Literature. Type 1539 infrequently appears independently and usually forms part of an amalgam such as Amapa no. 9. On the contrary, type 330A may have an independent existence or it may be the final unit of a chain tale or an amalgam. The portion of the present narrative that corresponds to this type is organized as follows on the basis of Aarne-Thompson: I Trickster as smith becomes co-father with death. II a (Lord) b c d f (ability to win at cards) III a (death) IV b a (with his tongs removes lesser devils' noses) *g When smith returns to heaven, God orders him back to hell to replace devils' noses. *h Smith goes back to hell as schoolteacher, replaces noses. He glues little devils to benches, then paints crosses on walls, shouts "Hail Mary!" Smith is thrown out of hell. c Smith gets head in heaven's door, then slips in but refuses to leave when God so commands him. God turns him to stone but smith is happy because he still has eyes to see heaven. The current version, which is more or less representative of Mexican narratives on this theme, displays a greater complexity than the pattern outlined in Aarne-Thompson, particularly in element IV. Mexican narrators are fond of incidents in which the trickster brings discomfort to the devils in hell by the display of Christian symbols or other acts. The entry of the trickster into heaven is relatively consistent throughout Mexico in that the trickster pleads with St. Peter for a glimpse of heaven and the gatekeeper opens the gate slightly. After he enters heaven by deception, even though he is turned to stone, the trickster considers that he has won his point. The final words of this tale usually are: "Sí, pero con ojos y boca." He still has eyes with which to see the glories of heaven.

 

Ver los motivos
1) K824 - Sham doctor kills his patients.
2) K527 - Escape by substituting another person in place of the intended victim.
3) K404.1 - Tails in ground.
4) K1252 - Holding down the hat.
5) B103.1.1 - Gold-producing ass.
6) K111.1 - Alleged gold-dropping animal sold.
7) K118.2 + - Sale of tree alleged to produce money
8) Z111 - Death personified.
9) D1761.0.2 - Limited number of wishes granted.
10) D1413.1.3 - Fig tree from which one cannot descend.
11) D1413.5 - Bench to which person sticks.
12) N221 - Man granted power of winning at cards.
13) Z111.2.1 - Death stuck to tree.
14) Z111.2.2 - Death (demons) glued to chair.
15) A661.0.1.2 - Saint Peter as porter of heaven.
16) Q565 - Man admitted to neither heaven nor hell.
17) G303.4.1.4.1 - Devil has a long nose.
18) K2371.1.4 - Heaven entered by trick: sitting on Peter‘s chair.
19) D231 - Transformation: man to stone.
20) Q551.3.4 - Transformation to stone as punishment.

 

Ver los tipos

1004. - Hogs in the Mud; Sheep in the Air. (Including the previous Type 1525P.)

1528. - Holding Down the Hat.

330. - The Smith and the Devil (previously The Smith Outwits the Devil). (Bonhomme Misere.) (Including the previous Types 330A-D and 330*.)

Véase también:

1737. - The Clergyman in the Sack to Heaven.
1539. - Cleverness and Gullibility.

 

Materiales adicionales

 

 

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