[ El viejito y la viejita ]

 

Este era un viejito y una viejita que no tenían hijos. Estaban solos y ya muy avanzados de edad. Dichos viejitos vivían en extremada pobreza en una aldea. La viejita le dijo al viejito un día: —Viejito, levántate mañana que es día de fiesta. Vas al campo y te cortas un, algún árbol fresco para que lleves alguna carguita de leña a la casa y allí, así podemos, para que traigas algo de alimento, alguna rosquita o alguna cosa para alimentamos, dice, —porque estamos ya muy viejitos, muy extremados, muy débiles. Dice: —Y en esa forma le vas a hacer.
Dice: —Pero, viejita. Pos no, no he podido. No he tenido tiempo ni de traer unos leños.
Dice: —Pues, mañana te levantas temprano y aunque sea con garrotitos del rastrojo, te cozo unas gorditas y te vas.
—Está bien.
Otro día por la mañana se levantó muy temprano. La viejita con los garrotitos del rastrojo que le sobraba a la burrita le hizo por allí unas tres gorditas. Se las echó en una saca y se fue. El viejito ande y ande. Llegó a un monte donde estaba un árbol seco. El viejito pa pronto saca su hacha y dice: —Pos aquí voy a hacer de este árbol leña, dice. —Ps, este árbol me puede dar una carguita o dos de leña.
En esto que le da los primeros hachazos, sale una viborita y... sería viborita encantada. Le dice: —Viejito, por qué me tumbas mi palacio? ¿Tú no ves que aquí están mis hijos? Dice: —Inmediatamente retírate de aquí porque si no, te mato.
—No, mira, viborita. No me mates. Si yo tengo necesidad de sacar leña de este árbol y... Yo lo tengo que tumbar para, como te digo, para llevar la leña al pueblo y traer algunos alimentos, dice.
—Pues, te voy a picar si no entiendes.
Entonces ya la viborita allí se impuso a picarle y él a darle hachazos. Y entonces que de tanto rato que estuvieron forcejando no pudieron hacerse nada ni uno ni otro.
Entonces ya cansada la viborita le dijo: —Mira, viejito. Vamos teniendo un rato de reposo y te voy a... ya que no nos pudimos hacer nada, ni tú a mi ni yo a ti, dijo, —estuvo mejor. Dice: —Te voy a hacer un regalo. Te voy a regalar unos manteles.
Entonces entró la viborita corriendo y sacó unos manteles y le dijo el viejito: —Bueno, ¿y esos?
Dice: —Pos, tienen la gracia de... Ora verás. Orita te digo: —¡Compónganse manteles! Ya los puso allí en el llanito, los extendió y al momento se derramaron de comida, de diferentes comidas.
Dijo el viejito: —¡Aquí que la! ... ¡Aquí que fregué! Dijo: —Ya siquiera mi viejita que está tan viejita ya no va a tener que hacer ni siquiera de comer porque ya los manteles esos dan la comida ya bien preparada.
Y tan sabrosa estaba que el viejito llevaba hambre y se puso pero pilinque.
Entonces ya envolvió los manteles y los echó a la saquita. Las gorditas que traía las tiró de gusto. Dijo: —Pos, ¿ya pa qué quiero estas gorditas tan feas?
Se fue a camine y camine muy gustoso para el pueblo. Llegó en casa de una comadre. Le dijo: —¡Comadre, comadre! Ya vine.
—Sí, compadre. Dice: —¿Qué traes por aquí? ¿Por qué vienes tan alegre? Dice: —¡Oo, nada! ¡Cosas que pasan en la vida! ¿Qué llamadas dan para ahí de misa?
Dice: —Pos, no sé, pero yo creo que todavía no dan la primera. ¿Que no quieres echar un cafecito o algo?
—No, vengo muy lleno, dice.
—Pero, ¿de qué te llenaste? Está largo el camino y, pos, hasta aquí ¿qué ibas a comer?
—Pos, no, no, no.
El viejito no le quiso decir. Luego ya dijo: —Bueno, comadre. Yo creo que se acerca la, la hora de la misa. Ya me voy. Dice: —Ahí te encargo esos manteles, dice. —No más no les vas a decir "compónganse manteles."
—No, compadre. No tengas pendiente.
Ya el viejito se fue sin pendiente a misa. Acá la comadre, como las mujeres sabemos que son algo procuronas, le dijo: —¡Compónganse manteles!
¡Uu! Al momento se extendieron allí solos los manteles en la mesa y se derramaron de diferentes comidas, como ya había sucedido allá con la viborita. Entonces la señora aquella, pos, al ver todo aquello se asustó siempre pero ya que recobró su sorpresa y le dijo al muchacho o sea al ahijado del viejito: —¡Corre, corre, antes que venga tu padrino! ¡Anda a las tiendas y procura unos manteles pero igualitos! Dice: —Igualitos enteramente a estos pero que no eche de ver tu padrino que son otros.
Ya el muchacho se fue y con muchos trabajos pero los consiguió. Los halló por ahí en una tienda y los trajo. Doblaron los manteles que no eran de virtud. Los doblaron allí en la mesa y los otros los encerraron allá en una petaquilla.
Entonces ya salió el viejito de, o sea el compadre de la señora esa, salió de misa y ya dijo: —Comadre, ya vine.
—Sí, compadre.
Pos, con el gusto que traía, pos, ni, ni llevó leña al pueblo. ¿Con qué traía arroz ni nada? Ni se acordó. —¿Pa qué quiero? ¡Ps, si ya llevo los manteles que me dan comida hecha!
—Ya me voy, comadre.
—¿Que no quieres comer alguna cosita antes de que te vayas?
Luego dijo el viejito: —¡Bueno! Pos, dame algo de lo que tengas.
Dijo: —Mira, compadre. Pos, preparé aquí algunas comiditas. A ver si te van a gustar.
Y antonces le sirvió, pues, de las comidas que habían, que habían salido de los manteles. Entonces ya se habló comiendo el viejito y luego entre él se decía: —Bueno. Pos, estas comidas ya las he comido yo. Dice: —Se parecen a las comidas de la viborita. Dice: —Pero, ¡aa! Ha de ser algún mal pensamiento. ¡Ave María Purísima del Refugio! Dice: —No. ¡Ha de ser algún mal pensamiento del diablo que me quiere engañar!
Ya este acabó de comer y se fue. Recontento llegó a su casa ya oscureciendo y ya perdiendo la tarde. Y le dijo: —¡Viejita, viejita! ¡Vieras qué gusto traigo!
—¿Por qué?
Dice: —¿Sabes? Que cuando iba de aquí para allá me encontré una viborita y me regaló unos manteles de virtud.
—¿Qué? ¿Qué andas tú haciendo de hechicerías? ¡Viejo brujo este! Dice: —¡Y a la mejor no trajiste nada para comer!
Dice: —¡No, no, no, no! ¡No te enojes, viejita! ¡Mira! Sabes que estos manteles son de virtud y bájalos.
Los extendieron allí en una mesita toda charrengue allí, toda de mal trato y ya: —¡Compónganse manteles!
Nada.
—¡Compónganse manteles!
Nada.
—¡Compónganse manteles!
Y los manteles no echaron nada de comida, ni nada. El caso es que ya el viejito, furioso, enojado, cogió los manteles y los aventó al fogón.
—Pero viejito, ¿qué es lo que has hecho?, dijo la viejita. Dice: —Sabes que esos manteles aunque sea como sea, pero nos pueden servir para, para que los vendas en la próxima vez que vas al pueblo. Algo te pueden dar por ellos. Dice: —No. Ahora ya. Dice: —Se han hecho mascadas. —¿Ya qué te van a dar por ellos?
Dice: —Pero ahora verás. Al otro domingo, dice, —me voy más temprano y llego y tumbo el árbol, dice. —Pos, ¡qué diantre de viborita! ¿Para qué me engañó?
Así fue. El sábado en la noche quedaron en que otro día le iba a hacer sus gorditas con unas cañitas, del rastrojo de la burra porque el viejito no había tenido tiempo de, por andar trabajando en... por allí, cuidar unos animalitos, no había tenido tiempo de, de ir a traer leña. Entonces ya se fue muy temprano con sus dichas gorditas, que le hizo la viejita con las cañas del rastrojo.
Llegó al dicho árbol. Pos, se fue dirigido y llegó más pronto y como fue más temprano. Llegó más pronto y le dio cuatro hachazos. ¡Y ya el árbol se balanceaba cuando entonces salió la víbora pero enojada! Le dijo: —¿Por qué me tumbas mi palacio? ¿No te he dicho que aquí están mis hijos? Dice: —Te voy a matar, dice. —¿Para qué te quiero?
Dice: —Pues, yo también. ¿Para qué te quiero a ti?, dice. —La otra vez me engañaste.
—Bueno. Sabes tú que no te engañé pero yo no sé qué pasaría. Dice: —Pos entonces, a la carga, dice. —A la carga.
Y luego se agarra la viborita a quererlo picar y él a darle hachazos. Por siempre aunque estaba el viejito pero muy ágil y muy listo para manejar el hacha le da un hachazo aquí y otro acá pero como la viborita era más lista se sacaba y se sacaba. Bueno, hasta que por fin se rindieron de cansancio y le dijo la viejita, este... la viborita, le dijo: —Bueno. Veo que no nos podemos hacer nada ni uno ni otro. Sólo te voy a hacer otro regalito pero no seas tonto, dice. —No lo desaproveches. Con este tú puedes ya mantenerte toda tu vida sin necesidad de trabajar.
Pronto entró corriendo al dicho palacio y sacó una bolsita y le dijo: —Bueno, y esta, ¿qué gracia tiene?
Dice: —Pos, a ver. Tú, dile por tus propias palabras, dile "componte bolsita" y verás.
Ya le dijo el viejito: —Componte bolsita.
Pos, se derramó de pesos. Y luego dijo: —Bueno. Y estos centavos son para ti. Cógelos y échatelos a la bolsa.
Ya entonces el viejito recontento se los echó a la bolsa, no sabiendo que la bolsa la traía rota. Entonces él siempre gustoso se fue para el pueblo otra vez, a misa, y llegó con la comadre: —¡Comadre, comadre! Ya vine.
—Sí, compadre. ¿Por qué vienes tan gustoso?
—Pos, ya ves. Son casos de la vida. Dice: —¿Qué llamadas van de misa?, dice.
—Compadre, pues, me parece que ya dan la segunda. Ya van a dar la última.
¡Qué segunda ni qué última! Pos, lo que quería era la comadre que se juera a ver qué le dejaba otra vez para... pues, como la otra vez. Y le dijo: —¿Qué ahora no trae nada, compadre?
Dice: —¡Aa, sí! Aquí traía esta bolsita que se me iba olvidando encargársela. —Ahí déjela y como halló los manteles sí halla la bolsita. ¿Quién se la buiga de allí?
Ya la dejó allí, bien dobladita, encima de la mesa y se fue a misa. Entonces la comadre, como ya le han dado por la curiosidad de decirle "componte bolsita." Entonces ya dice: —Componte bolsita.
¡Uu! Pues cuál fue su asombro al ver que la bolsita se derramaba de pesos.
Entonces prontamente dijo: —Pos, ahora está más fácil. Dice: —Con este mismo dinero vas y compras otra igualita, muchacho. Pero pronto, antes que vaya a venir tu padrino, antes que vaya a salir de misa.
Y ya se fue el dicho muchacho a corre y corre a traer dicha bolsita y la halló poco más o menos igual. La halló poco más o menos igual y la trajo y la envolvió como estaba la otra, bien dobladita, y la pusieron sobre la mesa y entonces cuando vino el compadre: —¡Comadre, comadre! Ya vine.
—Sí, compadre. ¿Cómo le fue?
—Pues, bien.
Dice: —¿Que ya no quiere comer algo antes de que se vaya? Dice: —Sí, comadre. Ahí, cualquier cosita, lo que tenga.
Entonces la comadre, pos, como ya no hacía comida, con los dichos manteles siguió exigiéndole a que, como eran de virtud, pos, a que echaran comida. Entonces ya el viejito dijo: —¡Ay, esta comida ya la he comido yo! Y no sé dónde. Dice: —Pues, me parece que fue la que comí allí con la viborita, dice. —Pero no han de ser malos pensamientos. ¡Ave María Purísima del Refugio! ¡Quíteme este mal pensamiento! Dice: —Mi comadre no es capaz de hacer una cosa igual, una cosa de estas, no.
Entonces ya comió y se fue, gustoso. Llegó con la, con su esposa, con la viejita, y le dijo: —¡Viejita, viejita! Ya vine.
Dice: —Sí, otra vez veo que no traes nada, dice. —¿Qué pasó contigo? ¿Ya te habrás creído otra vez de brujerías o hechicerías?
Dice: —No, viejita. Sabes, que ahora estuvo mejor. Dice: —Fui otra vez al dicho árbol y quería tumbarlo cuando salió una viborita y me dijo que no le tumbara su casa Y ¡bueno! Tanto así que, que nos agarramos, ella queriéndome picar y yo a quererla matar con la hacha, pero como los dos nos pusimos listos no nos pudimos hacer nada. Dice: —No, viejita. No andes haciendo eso. Dice: —Porque de repente, pos, fíjate, hasta peligras de la vida. No andes haciendo eso. Bueno, viejita.
Y luego sacó la bolsita y le dijo: —Mira. Ésta es la bolsita de virtud que me regaló.
—Mmm! Y esa, ¿qué gracia tiene? A ver.
—Pos, pide tú, "componte bolsita." Pero no digas que yo, que conmigo no hace lo que le digo.
—¡Mmm! Dice: —Pos, ya no más le voy a decir porque no te enojes, pero son brujerías.
Entonces ya la pusieron en la mesita y luego: —¡Componte bolsita!
Y nada.
—¡Componte bolsita!
Y nada.
—¡Componte bolsita!
Y nada. ¡Uuu, entón más corajuda que la otra vez! La cogió el viejito y la aventó al fogón. Entón la viejita dijo: —¡No, hombre! ¡No seas tonto! Dice: —No la avientes. Nos puede servir para venderla en la próxima vez que vayas al pueblo y con eso traes una rosquita.
Dice: —¡Ay! Y aparte de esto, ¡fíjate no más! Dice: —Y traía con qué traerlo.
Dijo: —¿Con qué?
Dice: —Pos, con el dinero que dio la bolsita. Dice: —Nada más que fue cierto que dio dinero la bolsita y aquí, ¿por qué no quiere?, dice.
Se esculcaba las bolsas del pantalón y nada. Pos, luego que va echando de ver que estaba rota la, la bolsa, dice: —Pos. Dice: —¡Ay, viejita! Se me tiraron todos y no supe ni dónde.
Dice: —Ya ves. Por todos lados te sale mal.
Dice: —Pero, no te apures, viejita. Dice: —Ora el jueves, que es jueves de Corpus, dice, —voy al pueblo y tumbo ese árbol porque lo tumbo. Dice: —Ora sí no me hace tarugo la viborita sino que ya voy a tumbárselo.
Entonces ya le echó sus gorditas en la mañana muy temprano la viejita y se fue. El viejito enojado llega a ¡zas, zas, zas! Le dio cinco hachazos al árbol y ya se balanceaba como para caerse cuando salió la viborita. Dice: —¿Que no te di con qué te mantuvieras? Dice: —¿Por qué vienes a tumbar mi casa?, dice. —No.
Entonces sin más ni más se, pos, fueron, otra vez a la lucha. La viborita a quererle picar y ahora sí ponían más interés uno y otro, dice, pos, para acabar de una vez uno con otro, pero como habíamos dicho eran tan listos los dos que pos ya, y más bien ya estaban entrenados en aquella lucha. Pos no se podían hacer nada ni uno al otro. Dice, pues ya la viborita y el viejito fatigados.
Dijeron: —Bueno. Vamos suspendiendo un momento de pelea y después seguimos. Dice: —Porque ya estoy un poco cansado, dijo el viejito.
Dice, pues, la viborita, dice: —Pos, yo también. Dice: —Bueno. ¿No te parece que te voy a dar con qué te defiendes? Dice: —Te voy a traer unas tres bolas de bronce.
—Está bien.
Trajo la viborita las dichas tres bolas de bronce y le dijo el viejito ansioso también por su curiosidad que ya se había vuelto curioso. Le dijo: —Bueno. Y esas bolitas, ¿qué gracia tienen?
Creía que por den... que se abrían y por dentro tendrían oro o algo así.
Entón le dijo: —Pos, compónganse bolitas, le dijo la viborita.
Entonces agarraron al viejito a bolazo y bolazo y bolazo. Dice: —¡Aa, viborita! Dice: —Me engañaste. Dice: —Ahora no me pudiste matar con tu ponzoña, dice, —pero ahora con tus bolas estas me vas a matar. Dice: —No seas ingrata y quítamelas, por favor. Y: —¡Quítense bolas! y ¡quítense bolas! y, ¡de bolas! Pos no, le decía.
Pero no era la palabra para que lo hicieran. Entonces ya el viejito dijo: —¡Por amor de Dios, viborita! ¡No me mates con... tus bolas! Dice: —Ya hazme el favor de quitármelas.
Y luego ya le dijo la viborita: —¡Apacígüense bolas! Dice: —¡Ay, viejito, que esas son las palabras! Cuando quieras, empléalas en que te defiendan a ti o que te, bien contra otra gente para que te defiendan, se dice "compónganse bolas" y cuando te digan y cuando quieras ya que cesen se dice "apacígüense bolas."
—Está bien.
Dice: —Bueno. Y a todo esto, dice, —yo creo que alguien tienes en el pueblo que te está robando lo que te doy.
Dice: —No, viborita. Dice: —No puede ser. Dice: —Bueno, tengo una comadre allí en el pueblo, dice, —pero esa comadre no sería capaz de hacer eso. Dice: —Me quiere mucho. Dice: —Me quiere bien.
Dice: —Pos, lo más seguro es, y luego le dice: —ora vas con la misma comadre y le encargas las bolitas sin decirle nada de "compónganse bolitas" ni mucho menos. Dice: —Te vas a misa sin pendiente y las mismas bolitas se encargarán de lo demás.
—Está bien.
Entonces se fue regustoso y llegó con la comadre: —¡Comadre, comadre!
Ya vine.
—Sí, compadre. ¿Qué trae ahora?
—No, comadre. No traigo nada. La pura saquita sola, dice, —y hasta allí no más, dice. —Ahí la dejo en la mesita, dice. —Al cabo que no traigo ni... con qué comprar nada. ¿Para qué me la llevo a la plaza?
—Está bien, compadre.
—¿Qué horas son? ¿Qué llamadas son? ¿Qué horas son o qué llamadas van de misa?
Dice: —¡Oo, compadre! Pos ya han dado la última por lo menos.
La comadre quería que se fuera. Y por eso le dijo que iban a dar la última pero todavía habían dado la primera. Pos fue el viejito y se sentó por ahí en una banca. Se empezó a dormir con el cansancio del camino. En eso se empezó la misa, y allá la comadre que, este... se puso a decirles a las bolas, ¡compónganse bolas! Y ya la mataban. La echaron para fuera de la cocina a bolazos y llegó a la... entró, se metió a la sala y cerró las puertas y le quebraron las puertas y ¡qué caray! Ahí la traen a maltrer. Y se metió detrás de la puerta y ahí la sacaban. Se metió debajo de la cama y de ahí la sacaban y ¡quítense bolas! y ¡quítense bolas! y ¡háganse bolas! Y pos no. Pos no hallaba con la palabra mágica que se necesitaba decirles para que le sosegaran y así es de que por las bolas a ¡zas! y ¡zas! y ¡zas! Y luego entonces dijo: —¡Muchacho, por el amor de Dios! Dice: —Anda en el momento con tu padrino y búscalo allí en la parroquia, dondequiera que lo halles, dice. —Pero lo buscas hasta que lo halles y le dices que ya sus bolas me están matando, que no sea ingrato. ¡Que venga a quitármelas!
Y fue el muchacho a corre y corre: —¡Padrino, padrino! Sabe que ya matan las bolas a mi mamá. Sus bolas le están matando a mamá. ¡Qué ingrato!, dice.
Dice: —Esas bolas, dice. —Bueno, yo no les dije que les dijeran ¡compónganse bolas!, ni mucho menos, dice. —Bueno. Si yo no me voy hasta que no se acabe la misa porque el precepto manda que oír misa todos los domingos y fiestas. Y hoy es día de fiesta y tiene que guardarse el precepto y...
—¡Aa, pero no sea ingrato, padrino!
Y cada rato le picaba las costillas. No le dejaba oír misa con devoción, hasta que ya se acabó la misa y se salieron. Ahí va el viejito poco a poco, lo primero que, pos, no podía andar y lo segundo, pos, que no le interesaba llegar a tiempo para castigar a la dicha comadre. Entonces llegó: —¡Compadre, compadre! ¡Por el amor de Dios! ¡Mire no más cómo me pusieron ya sus bolas!
Ya toda asentada de la cara, del cuerpo y dondequiera pedazos de carne y sangre por dondequiera, cuajerones de sangre y carne. Pos con todo y eso medio medio se compadeció el compadre pero no, no tuvo muy a pecho aquello para que la comadre no echara de ver que se condolía de ella. Entonces dijo: —Pos, comadre, le quito las bolas con una condición, que me entregue la bolsita y los manteles.
Dice: —No, compadre. Pos yo, ¿cuáles manteles?
—¡Aa, entonces, compónganse bolas!
Luego ya entonces las bolas, pues, con más furia le pegaban, hasta que la viejita le dijo —¡Compadre, por el amor de Dios! ¡Quíteme esas bolas, dice, —que me van a matar.
Dice: —¡Comadre, hasta que no me entregue los manteles!
—No. ¡Yo no tengo ningún mantel y ninguna bolsita!
—Pos, compónganse bolas.
Más fuerte le pegaban. Ya la viejita, viendo que no tenía remedio aquello, entonces ya le dijo: —¡Sí, compadre, yo se los doy, pero quíteme sus bolas!
Dice: —No. Hasta que no me dé los manteles y la bolsita no le quito las bolas. Sabe, que si no me los da, la matan. Dice: —Y al cabo ya una vez muerta usted, yo buscaré dónde están los manteles y la bolsita y me los llevo y ya usted muerta, ¿qué se va a ganar?
—Dice bien, compadre. Yo se los voy a dar, pues, pero sosiegue un poco las bolas.
Entonces ya fue a la petaquilla y sacó la bolsita de virtud y los manteles.
Se los entregó al viejito. Y le dijo: —Aquí están, compadre.
—Bueno, comadre, dice. Sabe que estoy muy sentido con usted con lo que hizo, dice, y me voy. No espere que nunca jamás la vuelva a ver.
Entonces ya se fue, se fue el dicho viejito pa su rancho ya muy contento porque él sí llevaba en el camino, ni se acordó de comer en la casa de la comadre. En el camino tendió los manteles allí en el llanito y luego dice: —¡Compónganse manteles! ¡Compónganse manteles!
Entonces al momento los... se llenaron de... se derramaron de comidas diferentes. Entonces el viejito se comió lo que pudo y alzó los manteles y se fue corriendo. Luego dijo: —¡Bueno! Y la bolsita, ¿qué tendrá? Virtud también. Dice: —¡Componte bolsita!
Y también un buen chorro de pesos que soltó la bolsita que hasta se derramó. Él los echó a la bolsa de la camisa porque pensando en que la otra vez los había tirado de la bolsa del pantalón porque estaba rota. Entonces ya llegó con la viejita y dice: —¡Viejita, viejita! Dice: —¡Ora sí vengo! ¡Lo más alegre, mi vida!
—¿Por qué?
Dice: —Pos, sabes que la bolsita y los manteles los tenía mi comadre.
Dice: —¡Sí, ya vienes otra vez con tus brujerías!
¡Bueno! Entonces ya dijo: —Mira, para prueba de ello. Y luego: —¡Compónganse manteles!
Y ya la viejita tenía hambre y el viejito también. Ya tenía hambre de vuelta porque, pos, estaba muy lejos la casa. Estaba muy largo el camino y a él le había pegado de vuelta. Entonces comieron los dos hasta que se pusieron pilingues, como estaban jorobaditos y ya se veían como camellitos con jorobas por delante y jorobas por detrás. El caso es que se pusieron pilingues de comida.
Dijo: —¡Ay, viejito! Dice: —¡Ahora sí te estoy queriendo y te estoy creyendo todo lo que me decías!
Dice: —¿No te querías creer?
Dice: —Pos, tenías razón.
Entonces ya dice: —Bueno, ¿y la bolsita que me platicabas?
Dice: —También. Mira. Tú dile, "componte bolsita."
Y entonces la viejita le dijo: —¡Componte bolsita!
Y ya se derramó de pesos. Dijo: —Y estos... ¿este dinero es para mí?
Dice: —Sí. Es para ti. Cógelo y álzalo y ya somos los hombres, los seres más ricos del mundo, más felices, dice. —Ya con dinero, para vestimos, y con comida ya hecha, dice. —¿Qué hay mejor?
Dice: —¡Oye! Y esas tres bolitas, esas tres bolas de bronce, ¿qué contienen?
Dice: —No viejita. Eso no hay que, eso no hay que moverlos, dice, —porque te va mal.
—No, viejito.
Y como habíamos dicho anteriormente que eran, que son muy curiosas las señoras, pos, tanto insistió, en que le dijo: —Bueno, si tú quieres decirle "compónganse bolas," tú sabrás.
Entonces ya dijo la viejita: —Sí, yo les digo. ¿Qué puede suceder?
La viejita también creía como el viejito que se abrían las bolas aquellas y que tenían oro por dentro o algo así: —¡Compónganse bolas!
¡Uumm! Pos no lo hubiera querido. Le dan a bolazos y a bolazos a la pobre viejita y luego el viejito que hasta se estiraba de risa. Dice: —A ver, viejita. Te decía yo.
—No. Pos, quítame tus bolas.
Y "¡háganse bolas!" Y, bueno, le decía de diferentes maneras y aquellas bolas mientras más mal le pegaban. Dice: —¡Aa, viejito! Dice: —Pos, no es que de los más felices del mundo. Dice: —Ahora que quieres matarme, dice, —para quedarte viudo para casarte con otra.
Dice: —No, viejita. ¿Quién me va a querer?
Dice: —Sí. Sí te quieren, cuando menos por tus riquezas, dice. —Pos, quítame tus bolas.
Entonces ya le dijo el viejito: —¡Sosiéguense bolas!
Ya las bolitas las saltaron allí, a la puerta del zaguán. Y siguieron viviendo algún tiempo felices.
Entonces supieron una banda de ladrones. Eran veinticuatro ladrones. Supieron que aquella viejita y aquel viejito tenían aquellos manteles y la bolsita y entonces se decidieron a ir robárselos. Una noche cuando estaba la luna como a la mitad del cielo y alumbraba muy bien. Entonces llegaron los ladrones y le dijeron, dijeron: —Sabes que...
¡Tan, tan! Tocaron. Llegaron y le dijeron: —Viejito, sabes que andamos perdidos. Quiero que nos hagas favor de darnos aquí la ruta del camino.
Dice: —Pues, miren, señores. Ya es muy noche pero aquí siguiendo a la derecha y luego dando vuelta hacia a la izquierda, dice, —está el camino.
Dice: —Pues, yo quiero que tú salgas a alumbramos.
Entonces cuando abrió la puerta lo pepenaron y lo amarraron y entonces salió la viejita desaforada. También la amarraron y allí los dejaron a un lado de la puerta del zaguán. Y entonces les dijo. Andaban esculcando ya los ladrones allá dentro. Dice: —Bueno. Y ya que no hallaron ni los manteles ni la bolsita, dijeron: —Ora los vamos a matar, dice, —porque sabemos que tienen unos manteles y una bolsita. Dice: —Y si no nos los dan, los matamos.
Dice, en resumidas cuentas, de todos modos, entón la viejita dijo: —Pues, ¿qué hacemos?
Luego dijo el viejito: —Pos, sabes que les voy a pedir una merced. Dice: —Al cabo a todos los que van a matar les conceden una merced.
—¿Cuál es?
Ya le dijeron: —Señor capitán de los... de ustedes, ¿cuál es el capitán?
Dice: —Yo.
Se presentó allí uno muy vivo, todo muy bien presentado.
—Quiero que me haga una merced. Dice: —A los que van a matar se le concede una merced ya para morir.
—Sí. No siendo la vida, pide lo que quieras.
—Pos, que me deje despedir del Mundo, del Tiempo y de Mis Días.
No sabiendo los ladrones que tenían tres perros que así se llamaban, uno el Tiempo, otro el Mundo y otro Días. El caso es que aquellos perros estaban tan gordos que parecían leones. Pos, ¡fíjese no más! Con la comida que les era de todos los días se mantenían aquellos perros de monstruos, tan gordazos y fuertazos.
Luego dijo, y ya empezó la viejita: —¡Adiós, Tiempooo! ¡Adiós, Mundo! ¡Adiós, mis Días!
Entonces los perros se asustaron a percibirse y a quererse reventar y los mecates como estaban ya podridones de tanto tiempo, no más que los perros estaban muy mansitos y nunca en tiempo se soltaron porque esta... ya estaban llenos.
Entonces el viejito ya dijo: —¡Adiós, Tiempo! ¡Adiós, Mundo! y ¡Adiós, mis Días!
Entonces sí se vinieron los perros corriendo a ladrazos y luego empezaron a pelear contra los ladrones los perros y los ladrones a echarles balazos a quererlos matar y no podían. Y luego le dijo la viejita: —¡Viejito, viejito! ¿Cómo no te acuerdas?
—¿De qué, viejita?
Luego le... miraba para el techo, dice, para que no se dieran cuenta los ladrones a donde miraba. Y luego: —¡Viejito, viejito! ¿Que no te acuerdas?
—¿De qué, viejita?
Y luego le daba con el codo y le subió para arriba. Y entonces hasta que volteó el viejito para arriba y se acordó de las bolas de bronce. Dijo: —¡Aa! ¡Qué barbaridad!, dice. —Pos, estas nos van a salvar. Y ¡compónganse bolas! y ¡compónganse bolas! y ¡compónganse bolas!
Siguen dando las bolas. Entre más le decían más recio les pegaban. Entonces los perros contra los caballos y las bolas contra los hombres y en tanto que ya la acabaron. Así es de que prontamente acabaron con los ladrones porque las dichas bolas aquellas los mataron. Y entonces ya unos cuantos caballos que sobraron los encerraron en el corral.
Otro día por la mañana rastrearon toda la carne y la echaron a un zanjón. La taparon con piedras y con nopales. Y ya le fueron y le comunicaron al... le mandaron decir al rey que viniera, que habían matado los veinticinco ladrones. Entonces el rey muy contento vino hasta su casa y les dijo que ya no siguieran viviendo allí, que porque se peligraban de la vida. Y de gratitud le regaló al rey el caballo del capitán que era el mejor y a la reina le regaló una yegua muy bonita también del asistente del capitán y los viejitos también dejaron unos caballos para ellos.
Y en eso se fueron pa la ciudad. Y llegaron junto a allí. El mismo rey les dijo: —Bueno. Pos, saben que yo no tengo ya padres. Dice: —Y ustedes me simpatizan para que sean mis padres. Dice: —Mientras que vivan yo los voy a tener aquí a un lado en un palacio chico que, que mandé fabricar expresamente para ustedes.
—Bueno. Pos, es una merced que nos quiere hacer usted.
Y allí todavía el otro día que fui a la dicha ciudad, todavía los vi y están gustando de, todavía de cabal salud, con sus manteles y sus bolitas y su bolsita de virtud. Y todos están viviendo muy felices.
Salgo por un caño y salgo por otro y usted me ha de decir si le cuento otro.

 

Nº de referencia: 96

Al habla:
José Refugio Padilla Romo
(36 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Jalostotitlán (Jalostotitlán, Jalisco), el 10 / 12 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 79

Notas

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

563. - The Table, the Donkey and the Stick.

1530*. - The Man and His Dogs.

 

Materiales adicionales

 

 

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