Verdad, Cirilo y Mentira

 

Había un rey que tenía tres hijos. Se llamaban el mayor Verdad, el de en medio Mentira y el más chico Cirilo. Tenía una huerta de... con muchas frutas. Diariamente la estaban dañando los... no sé qué animales porque estaban desconocidos para ellos, a ver cuáles eran los que la dañaban. Y áhi está, pagando mozos, guardianes que cuidaran aquella huerta y velaran.
Y ya el rey enfadado de... de estar pagando mozos, dijo: —Bueno. Ya ustedes están grandes, dice. —Ya es bueno que sirvan para algo. Ya ustedes tienen que ir a cuidar la huerta, a ver qué es lo que la está dañando. —Bueno. Le dijo al mayor: —A ver, tú, Verdad. Tú tienes que ir. ¿Qué es lo que ocupas?
—Yo, Verdad dijo, —pos, me das tres carrotes de olote, una silla con clavos y una séptima.
—Está bien. Todo, todo, te doy.
Pos, ya lo arreglaron todo y se fue. La noche comenzó él a hacer pilas, prender pilas de olotes para distraerse, que no se durmiera, cantar canciones, fiestas, bailaba. Bueno, una forma en que no se... no le viniera el sueño. Por fin en la madrugada le venció el sueño. Se quedó dormido. Otro día llega allá a la presencia del rey y le pregunta el rey: —¿Quiubo, hijo? ¿Qué...? ¿Cómo te fue?
—¡Uuu! Pos, padre, me fue muy mal. Dice: —Me dañaron.
—¡ Uu! Tú no sirvites para nada. Vete.
Bueno. Ya salió el hijo aquel, el mayor. Salió de su casa.
Ya le dice al segundo, dice: —A ver, tú, Mentira. ¿Qué... qué necesitas tú para cuidar la huerta?
Ya dijo él: —Pos, lo mismo que mi hermano.
—Tá muy bien. Allá se... allá te arrimamos todo.
Ya en la noche se fue él. Comenzó lo mismo que el otro a hacer lumbradas, cantar canciones, gritos, bailaba. Por fin en la madrugada también lo venció el sueño. En la mañana fue el hijo con el papá y le dice: —¿Quiubo, hijo? ¿Cómo te fue a ti?
—Papá, dice. — Me fue mal. También entraron los... Me dañaron. No vaya que... a lo que le estaba dañando.
—Bueno. Pos tú también no sirves para nada. Vete. No te quiero... no te quiero ver en mi presencia.
Bueno, pues que ya salió aquel hijo. Quedó el más chico, Cirilo: —A ver, tú, Cirilo. Creo que tú también tendrás que dar el servicio de cuidar la huerta. Ya, ¿qué ocupas?
—Pos, lo mismo que los otros. Me da una malla para alrededor de la huerta.
—Está bien. Todo te doy.
Ya se fue él y comenzó a hacer lumbradas, a cantar canciones y todo lo anterior que hacían los demás. Pos, en la madrugada lo estaba venciendo el sueño cuando entraron tres caballos. Y se atoraron en la malla. Ya fue él. Dijo: —Ora sí. Los voy a matar. Ya hace tiempo de que están dañando la huerta y uno sin darse cuenta y...
—¡Hombre, mira! ¡No nos mate!, le dijeron los caballos.
—¡No, que no... no se los perdono! ¡Ya tanto tiempo de darnos lata! ¡Ya es suficiente y ora sí no se los perdono!
—Mira, no nos mate! Y debajo de.... Y te damos una varita de virtud.
—¡O, no se los perdono! ¡Tengo que matarlos!
—¡Sí, mira! Sácanos debajo de la cola. Está la varita de virtud. Y ésa en un caso... que puedas tú, pos, un precipicio, o alguna cosa, pos que ya es muy difícil para ti. Nos hablas, dice, —y estaremos allí en tu ayuda.
—Bueno, dice. —Entonces está bien.
Ya les sacó las tres varitas de virtud, una a cada uno. Ya se fue. Y ya antes de salir él, le dijeron, le dijeron ellos su nombre de cada uno. Uno era un caballo tordillo, el otro rosillo y el otro un melado.
Bueno. Ya amaneció y otro día llegaron los soldados de las frutas para el palacio del rey y el rey le había dicho que si amanecía con dolor de cabeza era que la habían dañado, que si no que no la habían dañado. Bueno. Otro día amaneció muy aliviado. Le llevaron los olores de la fruta hasta allá. Dice: —¡Mm! Ora a mi hijo le fue muy bien. No la dañaron.
Ya llegó él en la mañana y la le dijo: —¿Quiubo, hijo? ¿Cómo te fue? Dice: —Pues siempre padre, dice, —alcanzaron a entrar. Eran tres caballos. —¿Y no los mataste?
Dice: —No. No los pude matar. Se me fueron.
—Pero, ¿a qué te mandé?
—Pues, si. A cuidar la huerta pero no los pude matar.
Dice: —Ninguno me sirvió para nada. Tú también vete de mi presencia.
Bueno. Ya, ya al irse, allá a la pasada agarró una burra para no caminar a pie. Ahí va él en su burrita montado, andando por un camino. Delantito ve tre... ve dos. Dice : —Yo creo que esos han de ser mis hermanos. Voy a ver si los alcanzo.
Ahí va ande y ande y ande y ande hasta que los alcanzó. Y ya... les gritaba él: —¡Espérenme! ¡Espérenme! ¡Espérenme!
Y no lo querían esperar. No lo querían nada. Lo tenían muy aborrecido.
Dijieron cuando lo vieron venir: —¡Mm! Ahí viene mi hermano. Dice: —Yo creo que también lo corrió. No sirvió para nada. ¡Vamos!
Que ya llegó con ellos: —¿Quiubo? ¿Qué te pasó?
—¡Aa, pos también me corrió mi padre!
—¡Aa! Pos, ¡qué bueno!, le dijieron.
Ya siguieron andando los tres. Áhi van ande y ande y ande. Se llegó la... se llegó la hora de comer. Tenían hambre y le dijieron, dicen: —Vamos a comer.
Luego dijo uno: —¡Hombre! ¡Pos, no traemos agua! Ya nos vas a traer agua, dice. —Mira. Allá a la... allá delantito está un pozo con agua. Llévate este pan... para que vayas a traemos agua.
Le dieron el guaje y áhi va él a traer agua. Cuando llegó al pocito del agua vio unas hormiguitas que estaban allí. Salían y se metían, una y otra y una y otra así. Y dijo: —¡Mm! ¡Pobres animalitos! Tienen hambre.
Agarra su pan. Se lo desbarató allí y allí se estuvo hasta que no... terminaron de comerse el pan las hormigas. Ya que se lo comieron llenó su jícara de agua y se fue a llevar esa agua a los hermanos. Los hermanos, que ya habían acabado de comer ya estaban ansiosos, pues, de... traían muchísima sed. Ya lo vieron venir. Dice: —Ya allá viene aquél, después que acabamos de comer. ¿Quiubo? Pues, ¿qué hiciste? ¿Qué hacías que tardaste tanto? ¡Nosotros aquí con tanta sed, muriéndose de sed!
Pos, por fin ya llegó él y tomaron agua y ya siguieron caminando. Ahí van ande y ande y ande. Se llegó la... se llegó la hora de cenar y... cenaron y se acostaron. Bueno. Otro día muy temprano ya siguieron caminando y ahí van andando. Y es poco el paso, ratos aprisa, y ratos se cansaban, así es de que ya siguieron. Más delantito vieron una casita... Ya al oscurecer vieron una casita con una luz. Y llegó la hora de la comida y se sentaron ellos a comer. Luego le dice: —¡Hombre, anda a traerte agua que tenemos poca agua de a tiro y necesitamos tener agua! Porque tenemos sed después de la comida.
Áhi va él a traerles agua. Al llegar al pocito ve él unos pescaditos. Y este, ps... la comida que llevaba para él se la echó a los pescaditos y hasta que no se la comieron no se fue de vuelta con los hermanos. Bueno. Ya llegó y: —¿Quiubo? Pos, ¿qué hiciste? ¿Por qué tardaste? No tiene remedio. No en balde mi padre te corrió que te tenía por más vivo.
Bueno. Ya se sentaron y comieron ellos y se fueron. Siguieron caminando y... Siguieron caminando, pos, hasta que se oscureció y llegaron a... se acostaron y otro día ya que amaneció siguieron caminando y... a la hora de la comida le dijieron —¡Hombre! Anda a traerte agua. Mira. A la trastumbada de la loma está un pocito. Ve y llévate la burra para que nos traigas agua.
Bueno. Se agarró a la burra y áhi va con su guaje a traer agua. Y allí estaba un cuervo, unos gritos, el cuervo grite y grite. Dice: —¡Umm, pobrecito! ¡Ha de tener hambre!
Sacó un cuchillito que traía y mató la burra y ya le... le colgó las piezas de carne en unos palos que estaban allí y fue y llenó su guaje de agua y ya volvió con los hermanos.
—Pero hermano, pos ¿qué hacías tanto rato por allá? Y luego, ¿on ta la burra?
—¡Uu, ps! Allá la dejé. Se la di a un cuervo que traía mucha hambre.
Bueno. —Así que ¿hasta dónde te lleva de tarugo? No dejas tú de... de ser el más menso.
Allí lo regañaron y lo pusieron de a tiro por el suelo. Pos ya siguieron caminando ellos, toda la tarde camine y camine y camine. Ya a la tardecita, oscurecido, vieron una luz ellos, por allá muy lejos. Áhi van ande y ande y ande. Llegaron y estaba una viejecita allí en la casita y le dicen: —Nanita, ¿no nos da usted posada?
—Sí, hijitos. Pásense.
Ya llegaron ellos y hicieron, pues, todas sus cosas que llevaban allí y la viejita les contó que otro día ahí iba a haber una fiesta, muy suntuosa, muy lujosa, para la hija del rey que quería eligir ella un novio para casarse. Bueno, pos ya se acostaron y otro día muy temprano los hermanos mayores se pusieron a cambiar. Se arreglaron de todo y le dijieron a la nanita: —Mira, nanita. Vamos a ir al pueblo. No dejes... no dejes ir a Cirilo. Áhi lo amarras.
Bueno. Pos que ya ahí en su presencia fueron y agarraron unos mecates y lo amarraron y lo tiznaron todito para que no fuera él al pueblo. Ya se fueron y Cirilo se quedó allí todo tiznado y amarrado. Y ya le dice Cirilo a la nanita: —¡Oo, nanita! ¡Déjame ir!
—¡No, hijito! ¡Cómo te voy a dejar ir si no me hicieron el encargo tus hermanos! De que no te dejara ir.
—Mira, nanita. Te traigo frutas, te traigo dulces. Bueno. Lo que tú quieras te traigo. Déjame ir.
—¡No, hijito! Pos, ¿cómo va a ser eso? Mira. Se dan cuenta ellos y me regañan.
—No, no. Si no les voy a decir.
Bueno. Tanto insistió él en que lo dejara ir hasta que ya admitió ella en dejarlo ir. Lo soltó y luego ya se levantó y se dirigió a un arroyito que estaba cercas de la casa. Fue y se bañó y se arregló. Y sacó una de las varitas y dijo: —¡Ee! ¡Ee, mi caballo tordillo!
Entonces ve el niño un caballo muy bonito, que no más dice y así. Llegó y luego dice: —Quiero que me traigas un... un traje de los mejores, de lo mejor del mundo. Y una silla de las mejores, frenos, espuelas.
Bueno. Ya fue el caballo y volvió ya con... con todo lo que le había pedido él. Ya lo montó y áhi va él al pueblo. Ya cuando él llegó ya estaba la plaza de toros, ya estaba cerrada. Pues, no había por donde entrar. Nomás levantó la rienda al caballo y brincó la plaza de toros. Allí estaba la fiesta, ya la estaban celebrando. Estaba la hija del rey y pos, toda la corte. Al entrar él, ¿verdad?, la hija del rey, pos, ve que sabe torear muy bien todo, y le dice: —Mira, papá. Ese es el que me gusta.
—Sí, hija, le dijo él. —Luego a la salida le hablamos. Ora lo verás.
Pos, ya al terminarse la corrida, antes de que se terminara, tantito antes, le alzó la rienda al caballo y brincó las estorbas y se fue. No se dieron cuenta por dónde se fue. Bueno. Se perdió él y quedó la reina triste, la princesa. Y ya llegó allá con la nanita y le llevaba frutas y dulces y dijo: —Ora sí, nanita. Ya vine. Amárrame. Tízname.
Ya lo amarró y lo tiznó y ya cuando llegaron los hermanos le contaron que había habido una corrida muy bonita y que la hija del rey estaba muy bonita y que había caído un torero muy bonito, charro, que se parecía a Cirilo: —¡No, hombre! Pues, ¿cómo iba a ser Cirilo si Cirilo está amarrado, todo tiznado? Dice: —Áhi 'stá dormido debajo del mezquite.
Bueno. Ya consintieron ellos en que no había sido, ¿verdad? Los hermanos se daban cuenta de, de lo que andaba haciendo el hermano, ¿verdad? Bueno, pos ya estaban preparando ellos para la segunda corrida, ¿verdad?, el segundo día de la corrida para que la hija eligiera el esposo que más le gustaba.
Luego los hermanos se arreglaron de vuelta y volvieron a hacer lo mismo con Cirilo. Lo amarraron, lo tiznaron debajo del mismo mezquite. Luego que ya se fueron ellos le dice Cirilo a la nanita: —Anda, nanita. Déjame ir. Mira. Te voy a traer tus dulces, tus frutas.
Dijo: —Yo tengo miedo que se den cuenta tus hermanos.
—¡No, nanita! No tengas pendiente. Yo te aseguro que no me ven.
Bueno. La viejita consintió en dejarlo ir. Ya lo desamarró y ya se fue él otra vez al arroyo, de costumbre, onde iba él diario a bañar. Llegó y se bañó y sacó la varita de virtud y luego dijo: —¡Ee, mi caballo tordillo!
—¡Ee! Ya vino el caballo, que no más se dice así, un caballo muy bonito. Ya llegó y le dice: —Quiero un vestido mucho mejor que el anterior.
Ya volvió el caballo con todo, pues, lo que él había pedido. Lo montó y se fue al pueblo. Ya cuando llegó ya estaba la plaza de toros cerrada. Le alzó la riendá al caballo y brincó para adentro. Ya andaban allá toreando. Ya se fue él a torear y luego dice la princesa: —¡Ay, papá! ¡Ese es el que me gusta! Y ¡ese es el que me gusta!
—Sí, hija.
Y el rey, ¿verdad?, por lo anterior que se les había ido, puso guardia ¿verdad?, para que no se les vol... para que no se les saliera, a agarrarlo. Bueno. Él allá toreando y la princesa muy encantada. Ya le dice: —¡Hombre!
Saca la princesa una naranja, ¿verdad?, y se la avienta al... a Cirilo. Cirilo la agarra en el viento y se la echa a la mula. Pos, ya al terminar la corrida, tantitito antes, le levanta la rienda al caballo y vuela la... barra de la plaza de toros y se va.
Bueno. Ya llega él allá con la nana y le dice: —Mira, nana. Te traje de vuelta tus dulces, tus frutas.
Ya fue y lo amarró la viejita y lo tiznó de vuelta. Ya al rato llegaron los hermanos: —¡Uu, nanita!, dicen. —Fíjate ora tú, mucho más lucido que el charro que fue el otro día. ¡Si él mismo se parecía a Cirilo!
Luego le dice el otro, el segundo: —¡Aa, hombre! No me andes contando tú de Cirilo. Mira. Mira no más. Ese está áhi todo tiznado. ¡Aa, no me andes contándome de él!
Bueno. Ya faltaba una corrida y no podían localizar el charro aquel que le gustaba a la princesa. Pos que el tercer día ya le dicen a... a la nanita los muchachos: —Mira, nanita. Nos vamos allí de vuelta. No vayas a soltar a Cirilo para nada.
—No, hijitos. No tengan pendiente. Yo me encargo de eso.
Bueno. Ya se fueron ellos. Y luego Cirilo luego le dijo a la nanita: —¡Anda, nanita! ¡Suéltame! Ya sabes que te traigo tus dulces y tus frutas.
Ya fue la viejita y lo soltó. Él fue luego al arroyo de siempre a bañar. Sacó la vara y luego le dijo: —¡Ee, caballo melado!
Al rato viene el caballo, que no más viste silla. Ya llegó y dice: —Hoy quiero un vestido mucho mejor que ninguno de los que me has traído.
Bueno. Superior en todos los demás, mejor que los del rey, nunca visto, silla, freno y un toro distinto. Ya se fue el caballo y volvió con todo lo que aquél le dijo. Y lo montó y llegó al pueblo. Pos, llegó al pueblo y ya cuando llegó estaba la plaza de toros cerrada, como él ya se había retardado acá en irse a arreglar y en todo. Así cuando él llegaba estaba todo cerrado. Luego le alzó la rienda al caballo y volvió a brincar la barra. Empezó a torear allá dentro.
Dice: —¡Papá, papá! ¡Mírale! ¡Ya vino! ¡Es el mismo!
Y el rey, había puesto guardia doble por todos lados y pa que no saliera ese, ya bien resguardado. Áhi anda él toreando y luciéndose, ¿verdad? Y los hermanos allí cuando miran: —Mira. Se parece mucho a Cirilo, le dice uno al otro.
—¡Cállate tú, hombre! Tú...
Le decía el menor, decía que era Cirilo y el mayor decía que no, que no anduviera pensando en eso, como lo habían dejado encerrado allá. Quiero decir, amarrado. Y por final, que él no creía que fuera él. Bueno. Al... tantito antes de que terminara la función la princesa sacó un anillo. Se lo avienta. Él lo agarra y lo envolvió en su mascada y se lo echó a la bolsa. Tantito antes de terminar la corrida le alzó la rienda al caballo y las guardias del rey no le sirvieron para nada. Voló muy alto.
Pos, ya se fue pal rancho y mucho antes que los hermanos llegaba diario.
Llegó con la nanita y le llevó sus frutas y todos sus regalos que le llevaba de siempre. Le dijo: —Mira, nanita. Ya te traje aquí tus frutas y todo. Ora sí, ya amárrame y tízname.
La nanita fue y lo amarró y lo tiznó todo. Entonces ya llegaron los hermanos. —¡Ay, nanita! Fíjate no más. Ora estuvo mucho más bonito. La princesa le aventó un... anillo al charro y... dijo que ese iba a ser su esposo. Pero no lo han podido agarrar.
Y en esto ya, el rey allá dio un orden como no comparecía a pagar un diezmo, no comparecía el del anillo. Dio orden que esculcaran casa por casa y... pobres, limosneros, ricos y ya quien fuera a ver quién se le encontraba el anillo aquel que la princesa le había aventado al charro.
Bueno, pos áhi van, casa por casa, y llegaron a la casa allí de la nanita donde estaban los tres hermanos. Entón allá ven. Cirilo estaba amarrado allá afuera todo tiznado. Estaba hasta dormido. Ya fueron y esculcaron a los dos hermanos. Los hermanos fueron y compraron anillos y... pa ver si alguno de aquéllos era el anillo aquel de la princesa. ¡No! ¡Ninguno salió! Ya, ya se iban a ir los enviados del rey cuando vieron al tiznado aquel que estaba ahí debajo del mezquite. Y dijeron: —Hombre, mira! Allí está aquél. Vamos a ver si acaso... a esculcarlo.
—¡Aa, hombre! Dice: —¡Aquel tiznado, todo chorreado! Dice: —Qué esperanzas! Dice: —¿Qué va a tener allí?
Bueno, dice. —Pero si el rey nos mandó tenemos que hacerlo.
Ya fueron y lo esculcaron y... pos ya no le hallaron nada. Se fueron. Dice: —¡Hombre! El ceñidor debajo de los guaraches. Allí los tenía por un lado.
Ya fueron y levantaron los guaraches y allí lo tenía: —¡Uu! ¡Ándale! ¡Camina!
Y lo levantaron luego luego.
—Pero, ¡hombre! Así que ya sus hermanos envidiosos, esos dos hermanos:
—Pero mira, nanita. ¿No te dijimos que no lo dejaras ir? ¡Mira lo que hicistes!
—No, pues.
Si la nanita se negó, pues, de todo, ¿verdad?, que ella no le había dejado ir. Ni se había dado cuenta. Por fin, ya le dice Cirilo, dice: —¡Hombre!, a los enviados del rey: —¿No me esperan tantito? Deje... déjenme ir a cambiar.
—Sí.
Ya fue él al arroyo de siempre y mentó a sus tres caballos, tordillo, rosillo y melado. Ya volvieron y les pidió el traje más hermoso del mundo y todo, mejor que los anteriores. Ya volvieron con todo aquello y ya llegó con ellos y áhi van con la princesa. Pos, ya se presentaron allí, ceremonias y un toro y los hermanos envidiosos. Bueno. Fueron y le dijieron al rey que su hermano se comprometía en una noche a apartar una carreta de linaza y otra de chía revuelta, a apartarlas en una noche. Y ya le dijo el rey a Cirilo: —Oyes. Que tú dijistes que tú te comprometías en una noche a apartar una carreta de chía y otra de linaza revueltas.
—No, señor. Yo no. Yo no he dicho nada.
—Bueno. Tú lo has dicho. Me dijieron a mí. Luego tienes que hacerlo antes para fin de que te cases con mi hija.
Pos, áhi 'stá apuradísimo en la noche, pensando no más que... que no iba a poder hacer nada. Cuando sale un hilito de hor... de esquilas y luego le dicen: —¡Ummm! ¿Qué estás haciendo tan pensativo? ¡Pobre hombre!
—Pos, ¿por qué no he de estar pensativo? Fíjate... fíjense que vinieron mis hermanos y me pusieron el mal que yo tendría que apartar un... una carreta de chía y otra de linaza ora en la noche. Dice. —Y ¿cómo lo hago? Yo no yo no voy a poder apartar nada.
—No te apures, dijo. —Nosotros te ayudaremos.
Del agujero aquel empezaron a salir muchísimas esquilas. Ya fue a buscar a una... diferentes, en diferentes partidas, una para un lado y otra para el otro. Un lado llevaba la linaza y el otro la chía. Pues antes... en unas cuantas horas apartaron aquello. Cuando amaneció ya, llegó el rey a tocarle a Cirilo. Y... : —¿Quihubo?
—Ya está todo listo.
—Bueno. Está muy bien pero sabrás que tus hermanos vinieron y me dijieron que tú habías dicho que yo tenía una niña, que tú me traes el retrato de ella.
—Pero, señor. Si yo ni... yo no he dicho nada.
—Bueno, ps. Seguramente es lo que dijistes. Tus hermanos me dijieron. Para fin de que te cases con mi hija, necesitas traerme el retrato de ella.
Pos ya se puso él pensativo.
Dice: —Te doy medio día de plazo.
Bueno. Ya se puso muy pensativo y muy triste, cuando llega el cuervo. —Pues, amigo mío, ¿por qué estás tan triste?, dice.
—¿Por qué no he de estar triste? Fíjate, que mis hermanos me han hecho el mal, que yo había dicho que el rey tenía una hija y que yo le iba a traer el retrato de ella.
—Bueno. Pues, no te apures. Dice: —Ora verás.
Se fue el cuervo. Fue allá, no sé, donde el rey tenía alguna casa y se robó un retrato y se lo trajo. Ya fue y esa no era. Pues ya volvió el cuervo y fue y trajo otro y que sí que esa era.
Va. Ya ganó esa... esa tarea. Ya él para vengarse de los hermanos, ¿verdad?, le dijo al rey que sus hermanos habían dicho que ellos apagaban una carreta de pólvora a sombrerazos y ... escupidas y a caballo podían pararse arriba de la pila de pólvora. Bueno. Cuando llegaron los hermanos el siguiente día con el mal, ya el rey les dijo: —¡Hombre! Que ustedes dijieron que ustedes apagaban una carreta de pólvora a sombrerazos y a escupidas y como les fuera posible, ustedes pararse arriba en la pila de pólvora.
—¡Hombre, señor! Que nosotros no hemos dicho nada, que ¡qué esperanzas!
—Pos, ya lo dijieron y tienen que cumplirlo.
Ya el rey mandó traer una carreta de pólvora y los instalaron allí. Subieron ellos al mero arriba. Ya ordenó que les prendieran y se quemaran los hermanos y Cirilo quedó, él muy contento, encantado de la vida viviendo con la princesa.

 

Nº de referencia: 89

Al habla:
Pedro González
(26 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Acatic (Acatic, Jalisco), el 12 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 72

Notas
This tale contains the episodes that make up A-T 530, with the exception of the ride to the top of the glass mountain. Particularly prominent is element IV of A-T 550, The Treacherous Brothers of the type Search for the Golden Bird, although the remainder of the tale closely resembles A-T 530 The Princess on the Glass Mountain, with the exception of the mountain itself. In this tale, the youngest brother rides his magic horse over the wall of the bullring and receives tokens from the princess which later serve to identify him. The latter portion of the tale involves two tasks imposed on the younger brother by the king at the suggestion of his jealous older brothers: H1091.1 Helpful ants sort grains, and a variant of H107 Task: bringing documents from distant city in one day. The younger brother gains revenge by suggesting that they undertake a task, in this case a variant of H221.5 Ordeal by spitting. They perish in their attempt to extinguish blazing powder by spitting on it.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

530. - The Princess on the Glass Mountain. (Including the previous Type 530B*.)

 

Materiales adicionales

 

 

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