La negra angola

 

Había una vez un príncipe que se casó con una princesa muy bonita, rubia, ojos azules y muy buena. Pero un día amaneció con un capricho que la había de llevar a vivir a un árbol muy frondoso que estaba a orilla del río. El ansia que cómo había de abandonar su palacio tan bonito teniendo todas las comodidades, le dijo a uno que estaba cansada del lujo, que ya no quería vivir en el palacio. Como él la tenía tan mimada que se le hizo una cosa muy triste negarlo, pues, aquel prevelegio que le pedía. Se la llevó. La subieron ahí a su trono y alli la asentó. Todas las mañanas iba él a visitarla a ver cómo había pasado la noche. Ella le decía que estaba muy bien, que el aire le había hecho mucho provecho, que los rayos que se filtraban por las hojitas del árbol la habían dejado muy bien de su organismo.
Tenía una criada negra, fea, fea, muy china, llamada la negra Angola. Y a esa negra ya había llegado la esperanza de casarse con el príncipe, cosa que era imposible. ¿Dónde el príncipe se había de fijar en aquella mujer tan horrible?
Pues un día se fue la negra al agua. Y luego vio la sombra de la princesa que se estaba retratando en el agua. Y le dijo: —¡Ay! ¡Yo tan bonita y acarreando agua! ¡Quiebro el cántaro y me voy al estrado!
Ella pensaba que su cara era la que se estaba viendo en el agua. La princesa la estaba viendo. Al rato volvió a decir: —¡Yo tan bonita y acarreando agua! ¡Quiebro el cántaro y me voy al estrado!
La princesa soltó la risa y le dijo: —Pero, ¿qué te pasa, mi buena negra?
—¡Aa, niña! Pos, ¿usted? Mira. No la había mirao. Entonces le dijo: —Oiga, ¿no quiere que le espulgue? Yo creo que con tanto tiempo de estar allá arriba algún piojito debe haber criado.
—No, le dijo. —No tengo comezones. Yo creo que ni esos bichos no se me han anidado en mi cabeza.
Se fue la negra. Le dijo: —Mañana vengo a espulgarle.
Entonces se fue y luego las cuñadas vinieron a verla. Le dijeron que cómo había pasado la noche. Les dijo que muy bien, muy contenta, que se encontraba más feliz que ningún bien. Entonces se fueron a una huerta a cortar flores.
Volvió la negra al agua y luego le dijo: —Ora sí, niña. Yo vengo prevenida.
Aquí vengo para peinarla. ¡Mira! Tiene su cabellera tan despeinada con el viento. Yo la voy a arreglar.
Se subió. Pero la negra era bruja y luego tomó un fistol envenenado. Se le encajó en la mitad del partido en la cabeza. La princesa se echó el cabello para atrás. Se fue a volar.
Cuando el príncipe llegó a saludar a su esposa, cuál no sería su sorpresa de verla tan horrible. Le preguntó: —Pero, querida, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan prieta?
—¡Ay, hijo! Pues, por el sol.
—¿Por qué estás tan china?
—¡Ay, mi cielo! Por el sereno.
—¿Por qué estás tan fea?
—¡Ay, chiquito! Por el aire.
El príncipe se fue muy desconsolado y dijo: —A ver. Por haberle cumplido el gusto debía de haber tenido mi mujer tan hermosa, tenerla satisfecha. Pero en fin, me conformo con la voluntad de Dios.
Y se fue muy triste. Cuando se fue el príncipe llegaron las hermanas a la carrera y le dijeron: —¿No sabes la novedad que hay en la huerta?
—No. ¿Qué pasa?
—Que anda una palomita que dice:

—Queda el príncipe con su negra Angola.
Yo triste tortolita en el campo sola.

—¿Cómo? ¿Cómo?, dijo el príncipe.
—Pos, como lo oyes, hombre. Así como dice.
—¿Cómo? ¿Cómo dice?

—Queda el príncipe con su negra Angola.
Yo triste tortolita en el campo sola.

—¿Y por qué no la agarraron?
—No, no, dice. —No se deja. Sube muy alto y vuela muy lejos.
Entonces mandaron llevar la brea y le pusieron en un palo. Llegó la tortolita y se pegó. Entonces la agarraron. Luego dijo el príncipe : —Vamos a enseñársela a la princesa.
—Sí, vamos.
Llegaron y luego le dijeron a la princesa: —Mira lo que nos encontramos en la huerta. Una palomita que canta muy rara. Ora verá. Déjela que cante.
Entonces la palomita dijo:

—Queda el príncipe con su negra Angola.
Yo triste tortolita en el campo sola.

Entonces la negra, que bien comprendió que era la princesa, les dijo: —¡Ay, pobrecita palomita! ¡Déjenla que se vaya a volar! ¿No ven que ha de tener su nidito con sus hijitos? ¡Ay, qué malas gentes son! ¡Pobrecita, gozando de una libertad tan grande! ¡Ay, ustedes la van a martirizar!
—No, no. ¡Mira!, le dijo una de las hermanas. —¡Mira! La vuelita me parece retecuriosa. Yo te lo voy a sacar. ¡Pobrecita! Es una espina.
—¡Ay!, dijo la princesa. —No, no se la arranquen porque se muere.
Pero las hermanas con la curiosidad, como todas las mujeres padecemos de ese mal, le sacaron el fistol. Entonces se paró la princesa. Ya les contó lo que había ocurrido, que la negra había llegado al agua y que le había dicho que tan bonita y acarreando agua, quebraba el cántaro y se iba al estrado y que le había dado risa de la retratona.
Entonces el príncipe se indignó tanto que mandó traer un par de mulas brutas. La amarró los pies en una cola y la cabeza en otra cola de la otra mula y descuartizaron la negra para que así anduviera de mentirosa y la princesa de susto se fue a su palacio y jamás ha vuelto a salir ni siquiera al campo.

 

Nº de referencia: 76

Al habla:
Concepción Ramírez de Ojeda
(32 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Valle de Guadalupe (Valle de Guadalupe, Jalisco), el 18 / 11 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 58

Notas
In the versions of A-T 408 The Three Oranges, elements I and III show considerable variety in Los Altos. Usually the incidents of the enchantment of the princess by thrusting a pin or a thorn into her scalp, the substituted bride, and the disenchantment of the princess by removal of the thorn are present. Where these episodes occur, the enchantress is punished by being drawn asunder by horses (motif Q416).

 

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) -

 

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408. - The Three Oranges.

 

Materiales adicionales

 

 

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