La gata encantada

 

Había un rey, el cual tenía tres hijos. —Hijos míos, les dice, un día, —quiero antes de morir me hagan un regalo. Para el que me traiga el mejor regalo, le doy la mejor herencia.
Salieron los tres en seguida y al pie del palacio había una higuera en la cual tendían tres caminos. El primero lo agarra el más grande, el más chico el que sigue y al más chiquillo le sale el de la orilla. Caminaron estos todo el día y los dos más grandes llegaron a una ciudad algo vistosa. El chico caminó, caminó todo el día y parte de la noche y no encontraba ni a dónde llegar. Ya a horas muy avanzadas divisa una lucecita pero era un camino tan cerrado que no pudo caminar a caballo sino que se baja del caballo y ahí va raspándose tanto él como el caballo entre el yerbajo, el rumbo de pasar y llegó a una casa.
Tocó a la puerta. De adentro le responden: —¿Quién?
Como voz de gente. Él le dio gusto y les dice : —Yo. Quiero posada. Pronto que sale y abren la puerta y va apareciendo una gata. Le dice: —Buenas noches, caballero. ¿Qué anda haciendo usted por aquí?
Y él asustado responde: —Buenas noches.
Pero se detiene en la puerta y no se anima a entrar.
—Pase, le dice.
Entonces el muchacho algo asustado le contesta: —¿No está aquí el patrón?
—No, señor. No hay patrón, pero es una patrona la que tenemos aquí.
—Haga usted el favor de hablarle.
El muchacho esperaba que saliera alguna dama, a lo cual el... la gata... y entra a una recámara y le dice: —Patrona, levántese, que aquí está un caballero.
Va saliendo una gatita blanca, colita esponjada, andando muy curiosa, y le dice: —Pase usted, caballero. No tema. ¿Qué anda haciendo solo por aquí? Dice: —Si nunca vemos gente por aquí, ¿por qué vino a dar usted aquí?
Ya entró él asustado, que no hallaba ni qué sentar, ¡gatos hablando! Y la casa amueblada, que parecían muebles de gente, de gente, pero que se componía de puros gatos. Entonces corre otro gato y le quita las espuelas. Le limpia el calzado. Otro corre con el caballo. Lo desensilla y lo lleva a la caballeriza y le da de cenar. Aquel muchacho no hallaba qué hacer, ya de espanto, pero no hallaba ni para donde correr también. Se detuvo. Entonces le dice la gatita a otra gata prieta: —Prepárale a este joven una cena.
Pronto corrió aquella gata a la cocina. Preparó una cena. La llevó al comedor y le dice: —Ya está lista, patrón.
Aquella gatita blanca se lleva del brazo al joven y lo lleva al comedor y le dice: —¡Ándale, joven! Habrá venido usted muy cansado y con mucha hambre. Siéntese a comer.
Aquel pobre muchacho medio probó la cena porque le tenía miedo y ya dijo que no tenía... que no tenía hambre, que no quería. Después de haber platicado un rato, le dice la gatita: —Ya es hora de dormir. Véngase a descansar. Aquí está esta recámara.
Aquella recámara muy bien amueblada. Eran muebles de gente, muy elegantes, de personas. —Tenga la llave para que si gusta de... si gusta de cerrar su puerta. Si usted gusta, aquí está la llave.
Pues aquel muchacho cerró su puerta pero no se acostó. Él pensaba ese animal era hombre. Lo va a tragar en la noche. Toda la noche la pasó en vela y todo aquello muy silencio. Todos aquellos gatos se acostaron a dormir. Otro día en la mañana muy temprano oye él que se levantan.
Se levanta la gatita y les dice: —Den de almorzar al caballo del joven.
Preparen pronto el desayuno. Asíen bien la casa para cuando el joven se levante esté todo listo.
Y él oyendo. En eso ya muy tarde abre él la puerta. Ya le dice la gatita:
—Buenos días, joven. ¿Cómo pasó la noche?
—Muy bien, gatita.
—Pase usted a desayunarse. Ya es bastante tarde.
Aquel muchacho pasa al comedor y desayuna. Después de haber platicado un rato le dice: —¡Bueno, gatita!, dice. —Ya me voy.
—Muy bien, dice. —Pero a todo esto quiero que me diga, ¿por qué ha venido usted a este camino? Me extraña mucho, dice, porque aquí jamás nos visita una gente.
—Pues, sabe que yo soy hijo del rey y nos dijo mi padre que quería que antes de morir le hiciéramos un regalo. Al que le llevara el mejor regalo nos daba la mejor herencia pero yo ya no encuentro camino para los leídos, así es de que aquí me regreso. Seguro es que voy a perder.
—¡No, joven!, dijo. —No tenga usted pena, dijo. —No pierde. Yo le voy a dar un regalo para su papá.
Fue aquella gatita. Halló su caja. Sacó un piñón. Le dijo: —Mire. No vaya usted a perder este piñón. Lléveselo a su papá.
—Muchas gracias, gatita.
El muchacho se echó el piñoncito a la bolsa. Se fue muy desconsolado.
Dice: —¡Pues, qué! ¡Le voy a llevar a mi papá un piñón! No, dice. —Voy a perder.
Áhi va el muchacho, triste, triste. Y los otros dos hermanos ya estaban en el camino de la higuera, esperando juntarse los tres. El disconsuelo, sabe, aquel muchacho, que va llegando, y los demás hermanos, pos tenían regalos buenos. Uno le llevaba una corona, llena de diamantes. El otro le llevaba un vestido. Y él resultó con un piñón. Aquel palacio estaba lleno de gente, música, todos esperando a los hijos del rey. Ya que dieron parte de que allí estaba el chico que faltaba, entonces dice el rey que pase el mayor. Ya salió y llegó el muchacho y le presenta la corona a su papá. ¡Mucho más bonita que la que el rey tenía! Pos, siguió una serie de aplausos y la música tocando dianas y —¡Que este ganó! y ¡Este ganó!
—¡No, pos que vámonos a esperar a que pase el otro!
En seguida pasó el otro. Llegó y le presentó el vestido, lleno de brillantes.
Y todos gritaban —¡Que este! y ¡Que este!
—No, que falta el chico.
—Que pase el chico.
Aquel pobre muchacho entró todo encogido, avergonzado, triste: —Papá, dice. —Pues, yo no le traigo más que un piñón.
—¡Ay, que este perdió!, diciendo la gente.
—No te apures, hijo. Este piñón me lo como.
Áhi se lo lleva a la boca y al tiempo que parte el piñón sale un vestido mucho más rico que el del primer muchacho. ¡Uuuu! Entonces toda la gente a cual más gritaba tanto por lo bonito del vestido como por la curiosidad de haberlo llevado en un piñón. —¡Este ganó! y ¡Este ganó! Y en esto la música. Resulta que él allí se conformó todito pero los otros enojados: —¡No, y que tú sales con esto que trajiste tu mugre de piñón!
Y empezaron a pelearle y a disgustarse. Entonces el rey les dice: —No, hijos.
No se enojen. Ahora me van a traer otro.
Pronto, aquel chico ya no quiso perder su camino que a la carrera se fue por su camino. Entonces los hermanos le dicen: —Sí. Dicen: —Ya vas a traer otra vez tu mugrero de piñones.
—No le hace, dice. —Yo voy a ver si consigo.
Emprendieron su viaje. Ya él iba muy conforme, ya con toda confianza a llegar con la gatita porque ya sabía lo que había sacado de allí. Ya llega y toca y le dice: —Aquí estoy, gatita.
Ya ni esperó ni que le hablaran de adentro sino que —Aquí estoy. Llegó. Saludó a la gatita con mucho agrado.
—Y ¿ya viniste otra vez?
—Sí, gatita. Ya vine.
—¿Qué vas a llevar?
—Mi papá nos manda por otro regalo porque mis hermanos se disgustaron, porque el mío salió mejor.
—Acuéstate, pues, esta dice. —Mañana te vas temprano. Dice: —y yo te doy tu regalo.
Bueno. Esa noche ya durmió a toda confianza, y a gusto, ya que nada le pasó la noche anterior. Ya ese día no tuvo miedo sino que se acostó a dormir. Otro día le dice: —Ora sí, gatita. Ya me voy.
—Mira. Ora te voy a regalar una nuez. Es un regalo más grandecito. Dice: —y llévale esta nuez.
Aquel muchacho ya llevó su nuez con todo el cuidado, imaginándose ya lo que llevaba en ella. Llegaron de vuelta los tres a la higuera: —¿Qué hubo?, le dice el hermano. —¿Ya vienes otra vez con tus mugreros de piñones?
—No, les dice. —Si ahora es una nuez.
—¡No falta más que vayas a salir con tu regalo!
Pero en fin, les empezaron a llamar de uno en uno. El primero entró con un caballo muy fino, con todo su ajuar, todo plateado, en cuanto pudo el muchacho, frenos, espuelas de oro, todo muy arreglado. Mucho le pareció al rey: —Muy bien. Que pase el otro.
Se fue el otro y le llevó otro vestido: —Papá, yo le traje otro vestido porque no tiene uno que iguale a éste. Y otra corona.
—Muy bien, hijo. Que pase el chico.
Ya toda la gente ni aplaudía porque estaban esperando el regalo del chico porque era más de admirar. Pasó el chico muy sereno. Dice: —Papá, yo le traigo una nuez.
—Me la como, dijo el rey.
Entonces que agarra la nuez y la quiebra con los dientes. Ya se horcaba y abría la boca porque de aquella nuez salta una perra con seis perritos. Ya no hallaba qué hacer el señor con todo aquel animalero sobre de la boca. —¡No, pues. Allí están! Y —¡que el chico!, y —¡que el chico! Por la curiosidad de que en una cosa tan pequeña llevaba el regalo más grande. Ya están encantados allí de la vida. Pero los otros bien enojados.
—No, dice. —No hay remedio, dice. —Estos van a voltiar a mi hijo. Miren.
Lo último que les voy a pedir es que vayan a casarse los tres, y el que traiga la mujer más bonita ya le doy la mejor herencia. Es lo último que les pido.
Entonces aquel de la gatita sí se puso triste. Dijo: —Ora sí. Yo, ¿con quién me caso?
Luego otra vez entonces corrieron. Dice: —¡Ándale! ¡Vete con tu gata! ¡A ver con quién te vas a casar! Mira que nosotros conocemos unas princesas hermosas como nunca las habíamos visto.
Él, tristísimo, ya no les respondió nada. Dijo: —Ora sí. Yo voy a perder la herencia.
Los otros se fueron, los tres. Fueron y pronto dieron con unas princesas muy bonitas. Y aquel pobre muchacho que nomás la hacía de plática con la gatita. Y no decía ni nada de sí, a que había ido. Ya la gatita, ansiosa que no le decía, dice: —Bueno, joven, ¿a qué viniste ahora? ¿Que no quiere tu papá otro regalo?
Dice: —¡Ay, gatita! ¡Ay, gatita! Dice: —Mi papá nos ha mandado ahora a casamos.
—¡Aaa!, dice. —¿Por qué te entristeces? ¿Si no te gusto yo?, le va diciendo la gatita con la carita muy esponjada. —¿Que no te gusto yo?
¡Ay! Aquel muchacho se quedó frío. Dice: —Pues, sí, gatita. No hallo ni qué decirte. Tantos favores que te debo.
Se puso a pensar. —¿Cómo le voy a decir que no me gusta? —Sí, gatita, con todo gusto.
—Bueno, pos orita se debe enviar.
Sale la gatita y echa un cuerno. Se nublaron todos los cerros de gatos. Ya aquel muchacho, asustadísimo. Gatos y gatos se empezaron a amontonar en la casa y entonces unos ensillaron a otros. Abrieron una troja que era llena de puras sillas de montar. Empiezan unos gatos ensillando a otros. Y luego otros gatos se ponían su sombrero, se ponían su arma y se montaban en aquellos gatos. Entonces salió la patrona, la gatita blanca. Preparan el coche. Ya que preparan el coche, todo lleno de cojines, de cojines blancos, para ella y para el joven. Ya le dice: —¡Estamos perdidos!
—¿Por qué?
Dicen: —Vienen tantos gatos. Dicen: —Tropas y tropas de gatos. Unos gatos montados en otros. Que estamos perdidos. Dicen: —Estas fieras nos van a comer. Pos, será el diablo. ¿Quién sabe quién será?
Asustadísima toda la gente. Entonces el rey llama a todas sus tropas y les dice: —Van... todos armados y a ver si podemos matar todos estos animales. Tal vez serán fieras o no sé qué serán.
Áhi van todos para la orilla. Pero el muchacho que alcanza a ver al rey y se adelanta y le dice: —¿A dónde va, papá?
Dice: —Va, mira, hijo, toda la gente asustada por tantos gatos. Y creo que tú andas con todo ese animalero. ¿Qué pasa, hijo? ¿Qué andas tú... en el diablo? ¿Qué pasa con ese animalero? ¡Nos va a tragar! Va a devorar la ciudad ese animalero.
—¡Aa, papá! Dice: —No digas nada. Le voy a contar lo que me pasó. Esta es la gatita que me ha dado los regalos que le traje. Y ahora le dije que me iba a casar pero que no hallaba ni con quién. Y entonces ella se me ofreció y como le debo tantos favores yo no le pude decir que no.
—Bueno, hijo. Y, ¿cómo le vamos a hacer?
—¿Cómo me voy a casar yo con una gata? ¡Pero un hijo del rey y casado con una gata, con un animal! ¡No es posible! Vámonos para el carro y a ver si ese animalero se va.
Pero como la gatita era una princesa, ella oía todo y todo comprendía. Todo veía, pero no decía nada. La gatita muy triste.
—Vámonos para la casa, le dice. —Vámonos para el palacio.
—Papá, y la gatita ¿qué le hago?
—Ese animal en este revolcadero queda bien. Dice: —Un gato en un cenicero queda bien.
—No, papá. Dice: —Aquí voy para acompañarla. Más noche me voy.
El gato condestable contrariando al rey le dice: —Más noche me voy. Voy a acompañar a mi gata, aquí en un muladar.
En eso le dice la gata : —Vete para el palacio con tu padre.
—No, dice. —¿Cómo te voy a desamparar? Aquí me estoy contigo.
—No, dice. —Pos, a mí déjame aquí. Aquí interesa a tu papá que una gata en un cenicero queda bien.
—No, gatita. Siento mucha pena contigo pero yo aquí estoy, acompañándote.
Bueno, esto era. ¡Aaa! Y allí sentados toda la noche. Entonces ella les ordena a sus tropas que se acuesten a dormir. Todos los gatos, los que lo hacían de caballo se echaron en un corral, y los otros, que eran los jinetes, se reunieron por allí arrinconándose donde había zacatito, donde había algo de blandura. Ya que resolvieron todo, le dice la gatita: —Mira. Ve y junta muchos palitos, mucha basurita y pon una lumbrera.
Fue el muchacho y así lo hizo. Recogió palitos y basura y puso una lumbrera. Ya que estaba aquello bien quemado y que estaban puras brasas, le dice: —Toma esta daga. Mátame. Me haces pedacitos muy chiquititos y me echas a la lumbre a arder.
—¡Ay, gatita! Pero, ¿cómo voy a hacer eso? ¿Cómo te voy a matar? Dice: —¡Sí! ¡Pa pronto, lo más pronto, lo más pronto que puedas! ¡Mátame! Y él siempre le daba lástima matar a ese pobre animalito, pero ella le insistió. —¡Corre!, le dijo. —¡Mátame pronto antes que se acabe esa lumbre! ¡Y áhi me quemas hasta que me haga carbón!
Pero aquel muchacho siempre, pues, por una parte con gusto porque él dijo : —Ya no me voy a casar con ella. Y por otra parte le daba lástima por tantos favores que ella le había hecho y la gatita se había portado muy bien con él. Y entre... agarró la daga y la mató. Y pronto pronto la hizo él pedacitos como ella le dijo y la echó en la lumbre. Estaba él pensando: —¡Pobrecito animalito, tanto que gritó! ¡Y luego tantos favores que me hizo! ¡Y para acabarle con matarla, y quemarla! Y viendo él aquellos pedacitos que se estaban quemando.
Como aquellos pedacitos ya se hacían ceniza, entonces llega una princesa detrás de él y le dice: —¡Pronto, que ya es tarde! ¡Ya es hora del matrimonio!
Él voltea muy asustado y le dice: —¿Quién eres tú?
Dice: —Soy la gata, que me acabas de quemar. Dice: —Estaba yo encantada. Y deseaba que iría allí un joven que me desencantara. Dice: —Y hasta que tú fuiste. Dice: —¡Córrele! Dice: —¡Pronto, que ya es la hora!
Y al tiempo que ella se vuelve princesa, todos aquellos gatos que venían ensillados, se volvían soldados, todos muy bien montados, muy bien armados. Pues resulta que le dice: —Vamos.
—No, dice. —Voy a darle aviso a mi papá primero.
Ya montó un buen muchacho, uno que le avisara a su papá, que fuera para contarle, pues, lo sucedido y lo que había pasado.
Ya fue al rey y le dice. Dice: —Mira, papá. Dice: —Esta es la gata con quien me iba yo a casar.
Y ya le platicó lo que había pasado, que la había matado, que la había matado, que la había quemado, y al fin que la había desencantado y ella había vuelto princesa. Entonces ya el rey se apenó mucho y le dice: —Pos, no. Dice: —Ahora no los caso.
—¿No? ¡Que sí!
—No, señorita, dice. —Yo siento mucha pena. Los caso dentro de ocho días, hasta que preparen el palacio y preparen equipo y todo lo necesario.
—No, dice. —Así nos casamos. Yo no necesito nada. No necesito ni equipo, ni palacio, ni muebles ni nada. ¡Yo no necesito!
Bueno. Ya fueron de casar. Los hijos del rey los tenemos en su palacio y ella no quiso: —No. Dicen: —Una gata en un muladar queda bien. Vámonos a nuestros padrecitos.
Bueno. Se fueron para allá. Y en eso traía ella una bolsa con una bolita. Ya que llegaron a los padrecitos le dice: —Mira. Orita vamos a formar nuestro palacio. Avientas esta bolita para allá. Esta para acá.
Y ya les estuvo diciendo ella para los lados que quería aventar las bolitas.
Aventaron las bolitas y se iba formando una finca, una finca, una finca allá de los llegados mucho mejor que el palacio del rey. Pues resulta que llamaron otra vez la comitiva, a dar el fallo. ¡No! Juntaron las tres princesas y mucho más bonita la que antes era gata. Y mucho más elegante todo su acompañamiento. Entonces ya dice el rey: —No, hijos. Dice: —No se enojen pero siempre su hermano ganó la mitad de la herencia. Dice: —Quedamos para darte tu parte.
Ya le repartió a cada quien su herencia y siempre a ese le heredó mejor, como les había prometido. En eso ya ella dice: —Ahorita arreglamos nuestro palacio. Mira. Por ese camino vienen tus padres. Ahorita lo arreglamos.
Aventó una bolita y se arregló una carretera con una alameda, muy bonita. Y allí están los dos muy contentos, con su mejor herencia, y los otros siempre disgustados pero el rey muy contento y siempre vive con ellos.

 

Nº de referencia: 73

Al habla:
Catalina González
(40 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Valle de Guadalupe (Valle de Guadalupe, Jalisco), el 9 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 55

Notas
The tale The Mouse (Cat, Frog, etc.) as Bride is told with varying details in Los Altos. The bride appears enchanted as a frog, a monkey, or a cat, yet the principal features of the narrative are consistent throughout the tales.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

402. - The Animal Bride (previously The Mouse [Cat, Frog, etc.] as Bride).

 

Materiales adicionales

 

 

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