[ El hijo que se casó con una rana ]

 

Había en una ciudad un rey muy rico que tenía tres hijos y les dice, dice: —Hijos, dice. —Yo temo que se vayan a buscar la vida.
Entonces le dio a cada uno un perro, y que: —Dentro de un año me lo tienen que traer, y el que le traiga más bien le doy un premio.
Se fueron los tres hermanos pero resultó que los más grandes eran muy envidiosos. Siempre andaban juntos. Ya el más chico, como era el más chiqueado, ese andaba siempre atrás. Su mamá les echó sus gorditas y se fueron.
Llegaron todos a un río y dicen los hermanos más grandes: —Vámonos perdiendo a nuestro hermano para que se muera de hambre.
Los demás le dicen: —Espéranos aquí. Orita regresamos.
Los hermanos se fueron, destejándolo allí solo. Entonces siente al poco, al tener sed que agachó al lado para poder tomar agua cuando sale una rana y le dice: —No podrás tomar agua de aquí hasta no te cases conmigo.
Dice: —¿Cómo me voy a casar contigo si eres tú una rana?
Dice: —Sí. Si no te casas conmigo no te dejaré beber agua.
El chamaco como tenía mucha sed dice: —Sí, me caso contigo.
—Cierra los ojos.
Cerró los ojos y dijo: —Rana, rana.
Al decir "rana, rana," se sintió en un profundo abismo y fue a dar a un palacio que estaba debajo del agua, muchos muebles, una cosa encantada.
Entonces los dos hermanos se fueron por distinto camino y no hallando qué hacer encontraron a dos carboneras y se casaron con ellas. Los perros un día se hicieron pedazos y se les murieron. Entonces dijeron: —Dentro de un año tenemos que ir con nuestro padre a llevarle nuestros perros y no tenemos. Vamos a comprar al perro más cercano, sea como sea.
Fueron y compraron unos perros muy distintos a los que su padre les había dado.
Y entonces la ranita le dice al muchacho más chico, dice: —Oye, dentro de quince días tienes que ir con tu padre a llevarle el perro, pero el perro yo ya lo maté.
El muchacho que se apuró muchísimo dice: —¿Qué voy a hacer?
Dice: —No te apures. Llévate este piñón y al llegar a la casa de tu padre lo quiebras en la puerta antes de entrar y de allí sale el perro.
El muchacho dice: —Pues, aquí estáte tú quieta. Se fue inmediatamente.
Primero llegaron los dos hermanos con su padre: —Hijos, ¿ya me traen sus perros?
—Sí, padre, contestaron.
Entonces el padre ve aquellos perros que ni siquiera eran de la clase que él les había dado. Se enojó bastante esperando al hijo tercero. Llegó. Se fue a la puerta y quebró el piñón y cuál sería su sorpresa ver salir una caja de aquel piñón en donde había una llave de oro. Llegó con su padre y le dice: —Aquí tiene usted.
El padre con su propia mano abrió la caja, sacó la llave aquella, ¡el mismo perro de la misma clase! Fue una cosa muy bonita con una campanita al cuello.
Entonces dice: —Hijo mío, aquí tiene su premio. Pero ahora quiero que de las mujeres, que creo ya han de estar casados, entreguen tres mascadas, una de cada una.
Inmediatamente se pusieron los tres en camino. Y los hermanos más grandes lo siguieron: —Vamos a indagar con quién se casó él, pues.
—Sí.
Entonces se fueron y cuál sería su sorpresa que vieron en el agua esperando una rana. Dicen: —¡Aa, caramba! ¿Ésa es su esposa? ¡Qué raro es eso! Dice: —Vamos a indagar.
El muchacho no más dijo: —Rana, rana.
Cerró los ojos y se echó al agua. Los hermanos dijeron: —¿Cómo hacemos para averiguar?
Ya la rana tenía una criada que se llamaba Josefina. Josefina siempre pasaba por donde vivían los carboneros. Pasó ella y dijo: —Oye, dice. ¿Con quiénes están casadas las hijas?
Dicen: —Con el amo, hijos del rey Fulano. Ya el mismo que nosotros. Queremos saber.
—Muchas gracias, dice.
Pos que al año el muchacho que se puso a tejer su mascada y la ranita se la rompió. Y mientras, a darle esos muchachos, esposos de las carboneras. Se empezaron a hacer sus mascadas y se les rompieron. Entonces cogiendo unos lazos que había allí las tejieron a cuatro lazos no más. Mientras acá la ranita le dice: —Mira. Toma esta granada. Cerrando la puerta la vuelves a abrir y al abrirla encontrarás allí lo que deseas.
Al día señalado se pusieron los tres en camino. Llegaron a la casa del rey y le dicen: —Padre, hemos llegado.
—A ver, preséntense.
Entonces los hermanos le dan sus pañuelos. No eran pañuelos ni eran como unas mascadas. Estaba enojado y les dijo: —¿Qué sucede con ellos? A ver, echen sus mascadas.
Los chicos no más bajaron la cabeza esperando el tercer premio. Y el otro abrió la granada y cuál sería su sorpresa ver una mascada de los más finos colores y muy bonitos. El rey le dice: —Es su segundo premio. Pues ahora quiero que me traigan las esposas.
El muchacho bajó la cabeza, que debieron de observar la rabia. ¿Cómo traía a su esposa si era una rana?
Los hermanos se enfuriaron y se fueron. —Siquiera sus esposas son unas carboneras, dice. —Son mujeres.
Pero éste, ¿qué iba a traer? Entonces se fueron todos sus caminos, llegando a sus respectivas casas. Y le dice el muchacho, dice: —¿Qué voy a hacer? Dice: —Tengo que llevarte dentro de un año y no encuentro. Tengo que llevarte de la mano a aquella boda.
Dice: —Sí.
Mientras la criada, ¿verdad?, fue y preguntó a las carboneras: —Ustedes, ¿qué vestidos van a hacer para el día de la fiesta?
Dicen: —¡Uu! Dicen: —Nosotras vamos a hacer unos vestidos de papel.
Llama a la ranita y la otra a aconsejarle, pues. Llama a la ranita a hacer unos vestidos de papel china y además un zancón de librea algo grande: —¿Cuánto le vas a traer?
—Cinco pliegos y doce bolas de librea.
—Pos, a nosotras nos traes treinta y cuatro bolas de librea para sellarles.
Entonces se fue la Josefina. Llegó a la tienda y compró lo que les había dicho las demás. Ya se lo dejó allí y empezaron a hacer sus vestidos, cortando el papel.
Y la ranita mientras acá, pues, a calabazas y el muchacho llorando, que no hallaba cómo hacer para poder llevar a su esposa. Faltaba un día y le dice la ranita: —Si me quieres mucho, mátame.
—No, dijo, —pues. Te quero ver con mi padre y no disgustarle antes de llevarte a ti.
Dice: —Coge esta piedra y mátame.
El muchacho, pues, obedeciendo, cogió una piedra y la mató. Cuál fue su sorpresa que va saliendo una princesa de lo más elegante y bien vestida. Dice: —Ahora anda y ve. Tráete cuatro ratones que están en tal parte.
Toma la princesa una varita y con la varita los convirtió en cuatro caballos.
Entonces dice: —Mira. Trae unas calabazas. Vienes contento ahí entonces.
Fue y las trajo y con la varita las convirtió en una carroza.
—Y anda tráete seis lagartijas que están debajo de una piedra y verás lo que pasa.
Las volvió a convertir en seis lacayos con librea y todo así. Entonces ya que estaba todo disponible, ¿verdad?
Mientras acá los carboneros, más bien dicho las carboneras, no hallaban en qué ir, quien busque, quien busque carreta. Tienen una carreta que estaba allí en eso, ¿verdad?, pero estaba lloviendo y las pobres con los vestidos de papel de china pronto se mojaron y se quedaron casi encueradas. En ella siguieron su marcha, pues, con sus chongos muy altos.
Mientras tenían, como la varita de virtud fue muy tarde, llegaron primero ellas al pueblo, pero al pasar por el puente cuál sería su sorpresa que se quedaron pegados con chumbos tan grandes a la barandilla y entonces los vestidos se despegan.
Dice: —¿Qué pasa con los chicos?
—Piden higos.
Dice pues: —¡Largo de aquí! ¡Pero, no! No debo despreciarlas. Métanlas ahí a la troja. No, dice. —Llévenlas mejor a la sala desvestidas.
Con los pies todos sucios y los vestidos todos despintados, bastante deshonestas.
Entonces se tocó las campanas de la ciudad todas y una dama de perfume que tenía dijo a los que estaban que fueran. Se asomó el rey y dice: —¿Qué quieren ya?
Cuando van viendo venir aquella carroza con su hijo, con la princesa y su hijo. Entonces ya: —Éste es mi hijo menor. No lo podía ni conocer.
Al llegar, el padre, ¿verdad?, le dio lo mejor que pudo, los asientos mejores que se invitaban a la merienda. En la merienda la ranita cogió un granito de frijol y se lo puso en la bolsa. Las carboneras al ver eso: —¡Uu, caray! Pos nosotras nos ponemos cinco en cada bolsa.
Cinco metieron en cada bolsa. Al rato echó un pedazo de huesito la ranita, por decirlo así, se lo metió en otra bolsa. Entonces las carboneras cogieron otros cinco huesos y los metieron en las demás bolsas.
Entonces llegó al baile y dice el padre, dice: —La primer [sic] pieza va a ser para mi hijo menor y su esposa.
Entonces la princesa cogió el granito de frijol y lo aventó. Y entonces flotaron del cielo rubís y esmeraldas, piedras preciosas.
Entonces las carboneras dijeron: —¡Oiga, padre! La segunda pieza es de nosotros, que podemos bailar.
Entonces aventaron los cinco frijoles que tenían en cada bolsa. Y cuál sería su sorpresa que eran puros olores inmundos, que ya después. Entonces el esposo les mandó que las retiraran de allí.
Entonces la dejaron, al hijo menor y a la esposa, herederos de todo el castillo y de un caballo encantado que ya había en él. Y así ya, colorín colorado, que el cuento está acabado.

 

Nº de referencia: 71

Al habla:
Guadalupe Aceves
(24 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 5 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 53

Notas
The tale The Mouse (Cat, Frog, etc.) as Bride is told with varying details in Los Altos. The bride appears enchanted as a frog, a monkey, or a cat, yet the principal features of the narrative are consistent throughout the four tales included here.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

402. - The Animal Bride (previously The Mouse [Cat, Frog, etc.] as Bride).

 

Materiales adicionales

 

 

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