Rosita y Luisito

 

Este era un hombre que tenía dos hijos, un niño y una niña. La niña se llamaba Rosita y el niño Luisito. Y se... y se casó y la mujer era muy floja. Y decía: —¡No, viejo! Lleva a los niños al bosque.
—No. Yo no soporto. Yo no soporto eso. Que soy como la hormiguera que va al bosque. Pero ¿cómo quieres que lleve a mis hijitos?
Dice: —Sí. Llévalos al bosque.
Y el hombre dice: —Bueno, hijitos. Prepárense porque nos vamos a ir a la leña.
Y, y el chiquillo ya había oído y fue y le dijo a la niña. La niña dice: —No te apures. Vamos juntando pedernales y regamos por el camino para no perdemos.
—Sí.
El niño estaba junte y junte pedernales.
Y el hombre dice: —Bueno, hijitos. Vénganse ya. Vámonos.
Áhi van a camine y camine. Los chiquillos le decían al papá: —Pero papá, ya es muy tarde. Es muy noche. Mejor mañana temprano vamos.
—No, hijitos. Vamos orita.
Y se fue y los metió al bosque.
Dice: —Aquí estoy y me voy a traer un tercio de leña que dejé por acá.
Ahi 'stán, mis niños.
Y se estaba haciendo noche y noche y no resultó el papá. Dice la niña: —No, Luisito. Ya mi papá nos dejó aquí. Ya no va a venir por nosotros.
—No, pos, ora sí. Tenemos que hacer una camita para dormir aquí. Ya nos dejó.
Hicieron una camita allí de hojitas que juntaron en el bosque. Se pusieron a rezar. La chiquilla dice: —¡Ay, Luisito, yo tengo miedo!
Porque oían que rugían los leones. Tenían miedo. Por fin se dormían ya que rezaron. Y otro día amaneció. Fueron y buscaron el caminito de pedernales que habían hecho y lo encontraron. Iban ande y ande. Y el papá estaba muy triste parado en el patio. Dice: —Mira, viejo. Venga a verlos. Llegan aquí. Rosa viene allí.
Dice: —Que ya ni han de ser tus muchachos latones. No más vienen a dar lata.
Dice: —¡Ay, pobrecitos de mis hijitos! Mira no más.
Dice: —¡No! Los llevas mañana.
Amaneció. Y en la noche dice: —Hijitos, vamos a ir a... a cortar leña.
Dice: —Sí, papá. Nos vas a dejar pasar otra vez como ayer.
Dice: —No. No los dejo.
Y no tuvieron tiempo de juntar pedernales. Y dice ya el chiquillo: —Bueno. Vámonos, Rosita. Nos van a dejar que nos coman los leones.
Les metió más adentro del bosque. Y los niños, se estaba haciendo noche y el papá no aparecía. Estaba haciendo siempre noche y hicieron otra vez su camita. Rezaron y se acostaron. Dice: —Pues, ora sí. Mañana tenemos que ir a buscar el camino a ver si lo encontramos.
Otro día amaneció y dice... dice el niño este... Luisito: —Pos, vámonos aquí este camino a ver si hallamos.
Y ya no habían almorzado ni comido. Vino la nochecita. Vieron por allá una lucecita.
—Vámonos, Rosita. A ver si llegamos, Rosita, le dice Luisito.
Se fueron y estaba un manzano en el patio. Estaban las manzanas allí en cantidad y a grandes pedradas empezaron a caer las manzanas y a come y come y come. Salió una viejecita. Dice: —¿Quiubo, hijitos? ¿Qué andan haciendo por acá?
Dice: —No. Pos, fíjese, que nos perdimos. No hemos almorzado ni comido.
Dice: —Vénganse. Yo les daré.
Les dio. Dice: —Les voy a arreglar una camita para que se acuesten.
Les arregló una camita y se acostaron. Otro día el chiquillo se comidió a cuidar las chivas y las vacas y las borregas y la niña a ayudarle del quehacer de la casa a la mujer. Y así pasaron los días y le dice la mujer: —Hijita. Se está acercando el día de mi santo y no tengo con que festejarlo. Seguro que vamos a engordar a tu hermanito y nos lo vamos a comer.
Dice: —¡Ay, no! ¡Mi hermanito, no!, dice ya la chiquilla.
Dice: —Sí. Lo tengo que engordar.
Lo metió al gallinero y diario le daba de comer. Y a él le daba pollo, le daba de comer, y le decía... a los pocos días... a los pocos días le decía: —A ver, hijito. Saca una patita a ver si ya estás gordito.
Y él sacaba una patita de allí, y decía: —¡Ay, no! ¡Estás muy flaco! Debes esperar otro día.
Y la chiquilla reteapurada porque iban a tatemar a su hermanito. Fue después. Dice, dice: —Pos, ya se acabó... ya se llegó el día de mi santo y tu hermano no ha engordado nada. Seguro que ya lo comemos.
—¡No, mi hermanito, no nos lo comamos!
Dice: —Sí, no hay más... más que comérnoslo. Anda a prender el horno.
Dice: —Orita voy.
Y luego le dijo, al hermanito: —Fíjate, hermanito, que ya te vamos a comer.
La mujer me dijo que ya fuéramos a prender el horno.
Dice: —No te apures, Rosita. Dice: —¿Ya van a prender el horno?
Dice: —No, yo no sé. Vayas tú. Dice: —Tú, dile eso. Entonces diga, anda a ver si ya está el horno. No, yo no sé. Vaya usted a verlo. No, no vayas y cuando vaya ella te vas detrás de ella y cuando vaya a ver entonces la arrempujas de las nalgas, la arrempujas de las nalgas, la agarras y la arrempujas y la metes y le tapas el horno.
—Pos que sí.
Y luego ya se fue la niña.
Dice: —A ver, mi hijita. Anda, anda a prender el horno.
—No, yo no sé. Vaya usted.
—Mira, de eso no. De este modo y de este otro.
Y la chiquilla no quiso. Y fue ella y lo puso. Al poco rato dice: —Anda a ver si ya está.
Dice: —¡Ay no, yo no voy! Yo no sé cómo. Que se vaya usted.
Dice: —No. Anda mira. Cuando ya está, se pone bien blanco.
Dice: —No. Yo no sé. Vaya usted.
Fue la viejita y la chiquilla iba detrás de ella y al asomarse la arrempujó y le quitó el viadero [sic] de las nalgas y le tapó. Y le decía a la muchacha de allá dentro, decía: —¡Sácame! ¡Sácame!
Y la chiquilla no le hizo caso. Se hizo... la mujer se tatemó y fue a sacar al hermano bien gordo, como no sabía andar. Dice: —Ora sí, hermanito. Ya, ya se quemó la vieja mía y aquí tengo las llaves. Vamos a ver lo que tiene en las casas.
Fueron y vieron allá en una casa. Tenía mucho, mucho... puro oro. Fueron y abrieron otra. Puros dulces. La casa era de puros dulces. Y allí dice: —Bueno.
Y un día le dice Luisito a Rosita: —Rosita. Vamos a ver si... qué hay de nuestro padre. Yo creo que ya se murió. Anda a encerrarme las vacas y las chivas y las borregas y nos vamos.
—Pos que sí.
Y ese día había llovido mucho y se fueron caminando y estaba el río muy crecido. Dijo: —Ora sí. ¿Cómo vamos a pasar?
Dice: —No. Pos, no podemos. Mira. Allá se ve un hombre. Vamos. Vamos a ver quién es. A ver si nos puede pasar.
Le dijeron: —Buen hombre, ¿qué hace aquí?
—Pos, buenos niños, ¿qué hacen por acá?
Dice: —¿Cómo podemos pasar este río?
—¿Dónde van? Dice: —No. Pos, este río no lo pueden pasar. Es muy... muy bravo y no lo pueden pasar porque se ahoga toda la gente. Orita no se puede pasar. Dice: —Pos, ¿a dónde van ustedes?
—Pues nosotros vamos en busca de mi padre.
Fíjese. Allí le contaron cómo había sido de que... la madrastra. Dice: —¡Ah, pues! ¡Ustedes son mis hijitos!
Dice: —y ¿qué se hizo mi madrastra?
Dice: —No. Pos, fuimos a la leña y se desbarrancó. Se mató ella.
—Vámonos para la casa, papá.
Dice: —No. ¿Y cómo dejo allá mi casita sola?
Dice: —Déjela. Mire. Nosotros estamos ricos. Tenemos mucha plata, muchas chivas, muchas borregas. Una mujer me quería tatemar a mí y Rosita la aventó para adentro del horno y le sacamos las llaves. ¡Verás que están... qué bonitas y tantas vacas! ¡Vaya, es bonita la casa! La casa es de puros dulces. Vámonos.
Dice: —Pos vámonos primero a traer mis gallinitas y todo lo que tengo allá. Y fueron y ya que se bajó un poco el río fueron y trajieron las cosas del papá. Y se fueron allá a la otra casa y el hombre recontento porque ya estaba muy rico.

 

Nº de referencia: 62

Al habla:
Felícitas González
(14 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Acatic (Acatic, Jalisco), el 21 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 44

Notas

 

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) -

 

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327A. - Hansel and Gretel.

 

Materiales adicionales

 

 

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