[ Las tres princesas ]

 

Este era una señora que tenía tres hijos. Eran sumamente pobres y no alcanzaban a comer. En esto los hijos se desesperaban de ver tanta miseria en su casa y le dicen a la mamá: —Mamá, avíenos un bastimiento, que vamos a correr el mundo a ver si encontramos fortuna.
—No, hijos. No quiero que vayan todavía antes, que cuando vuelvan ya no me encuentran a mí.
—Sí.
En fin tanto estuvieron batallando con la señora, que hizo el ánimo y les hizo su bastimento. Se fueron, ande y ande y ande. En eso después de mucho caminar les dio sed y no había ni en donde tomar agua. En eso oyeron una música. —¿En dónde será?
Voltiaban para todos lados. No, no veían nada. Vieron un jacalito como a un pozo. Dicen: —Mira. Allí hay agua. Vamos a ver qué, a ver si la alcanzamos, a tomar agua.
En eso fue a ... asomaron a aquel pozo, muy profundo, que ni para cuándo que no se veía ni una gotita de agua. En eso le dice el mayor, dice: —Yo me meto y saco agua para todos.
—Ándale pues.
Lo metieron a un cacito y no alcanzó. Lo agarraron y los demás, los hermanos, y tampoco: —No, no hay. No hay esperanzas de agua. Vámonos al pueblo y compramos unos calabrotes para encontrar agua.
Se fueron. Tomaron agua, se desayunaron y compraron muchas sogas y unos calabrotes muy gruesos, muy grandes. Y se devolvieron a ver qué tenía aquel pozo. Se fueron. Le dice el mayor: —Tú, métete.
—No, mejor tú, que eres el mayor y tienes más experiencia que yo.
—Ándale pues.
Pos que ya, amarraron al hermano mayor y áhi va para abajo el pozo. Entre más, más y más y aquella soga se acababa y no llegaba a la profundidad del pozo. En fin llegaba a una profundidad del pozo. Se encontró aquel... oscuro, que no encontraba nada ni tentaba nada. Se iba a tientas, a tiente y tienta alrededor del pozo. En eso tentó una como puerta, unos clavos. Abrió. Entró y vio una princesa muy bonita. Le dice: —¡Aa! ¿Qué andas haciendo por aquí? Si viene mi esposo el gigante te mata. ¿Qué vas a hacer? ¡No, no, no, vete! ¡Vete, por Dios!
—No. No me voy. Lo que quiero es matarlo y tú te vas a casar conmigo.
—Sí, si logras matarlo, sí me he de casar contigo pero si no, ¿cómo puedes? Pero, vete mejor.
—No. Quiero tomar agua y tengo mucha hambre. Traedme que comer. Le llevó la princesa que comiera y le llevó agua. Tomó todo y le dijo: —¡Aa, áhi viene ya mi esposo! Mejor me voy porque no quiero verte morir.
Se fue la princesa a sus habitaciones. En eso llega el gigante y le dice: —Tú, ¿qué andas haciendo aquí?
Dice: —Yo vengo a matarte.
—Y tú, ¡qué lejos estás de que tú me vayas a matar a mí! Mejor yo te mato a ti, hijo. Pos, vamos a ver, cuál vence primero. ¿Con qué me vas a matar?
Dice: —Mira, con este ganchito.
Un ganchito que él cargaba siempre en la bolsa. Pues, se empezaron a combatir. Pues bien. El gigante le hizo confianza al muchacho aquel y le dio una cortada en el cuello. Se lo degolló y cayó muerto. En esto sale la princesa y le dice: —¡Ay, vencido! ¿Y cómo voy a hacer de otro esposo? Toma mi corona y mi cintillo y mi collar en prueba de que vas a ser tú mi esposo. Pero para aquello tienes que desencantar a mi hermana segunda que está más adentro.
—Muy bien. Vamos. Me dices en dónde está y me voy con ella.
Fue y le dijo en donde estaba la puerta y que se pasara. Se pasó para adentro. En esto que sale la princesa y le dice. Dice: —¡Ay! Pero, ¿qué vas a hacer aquí, muchacho? ¡Vete cuanto antes para afuera! Yo no sé cómo te introducistes aquí en esta casa. Si matas a mi marido yo soy tu esposa, pero lo dudo, porque mi esposo es... un mostro, la cosa más horrible, más fuerte, que si lo ves de nomás de verlo te vas a desmayar.
—Eso vamos a ver. A ver si lo venzo o no.
Es que en eso le dice: —Ya viene ahí. Yo ya me voy mejor a mi puerta porque no quiero que te... ver que te mate.
Se metió para dentro la princesa. En esto llega ahí el monstro, y le dice: —¡Fi, fo! Te voy a comer, dijo, —porque en mis habitaciones nadie más entra más que tan solo yo.
Dice: —Pues tan solo tú que yo te voy a matar. —Y ¿con qué me vas a matar?
Dijo: —Mira, con este ganchito.
—¡Mmm! ¡Qué lejos está de que tú me vayas a matar con eso!
—Pues, vas a verlo.
Pues, que empezaron a combatirse los dos. Por fin lo venció. Lo venció y lo, lo... degolló también y lo mató. Salió... en eso sale la princesa y le dice: —Lo has vencido y también vas a ser mi esposo. Toma. En prueba de eso te voy a dar mi corona, mi collar y mi cintillo.
—Muy bien.
Dice: —Pero para todo esto tienes que desencantar a mi... a mi tercera hermana que está más adentro que aquí de nosotras.
—A ver. Dime en dónde está.
Fue y le enseñó la puerta y le dijo: —Aquí está.
Se introdujo para dentro y salió la princesa, mucho más bonita que las otras dos, muy elegante, una cosa... la casa la cosa más linda. Le dijo: —¡Ay, Dios de mi vida! Pero, ¿qué anda haciendo usté aquí, señor? En... viene mi marido que es un negro, la cosa más espantosa, y bravo como él solo, muy carnívoro. Dijo: —Lo va a matar.
Dijo: —No le hace. Dijo: —Yo lo que quiero es desencantarte para que tú seas mi esposa.
Dijo: —Pos, mira. Para todo esto tiene que venir y tiene que decirte... y llevarte a una pieza en donde hay muchas armas. Alli, pues, escoge la que tú gustes, pero tú no vayas a agarrar más de un sable mocho mojoso que está detrás de una puerta. Ese agarras y con ese lo matas. Con ese lo vences luego luego.
—¡Bueno!
En eso le dice: —Ya me voy, porque él viene ya y te va a matar y no quiero verte morir.
Pues salió la princesa. En eso llega el negro y le dice: —Pues, ¿tú qué andas haciendo aquí? ¿Quién te dio... facultad para que tú te metieras aquí?
Dijo: —Nadie. Yo me la tomé pero... porque te voy a matar, dijo, —y por eso tengo yo que ser el rey aquí de estas habitaciones.
Dijo: —¡Mm! ¡Estás muy lejos!
Dijo: —Para todo eso te voy a matar
—¿Con qué me vas a matar?
Dijo: —Pos, mira. Dijo: —Yo con armas. Aquí tengo de distintas, las que yo quiera agarrar. ¿Y tú?
Dijo: —Yo, con este ganchito.
Dijo: —¡Uuu!
Soltó una carcajada. —¡Qué lejos estás tú de que tú me vayas a matar con ese ganchito! Pero, mira. Yo tengo armas de las que tú quieras para que te batas conmigo y te las... presto.
Lo llevó a un salón en donde había de distintas armas. Había sables, había pistolas, armas largas, de todo había, dagas y todo.
Dice: —No. Yo no quiero ninguna de ésas. Yo con este machete tengo. Fue y agarró el machete que le había dicho la princesa, un machete viejo, mojoso, que para nada servía. En esto, al tiempo que éste agarró el machete oyó una voz que le dice: —Hiérele en los ojos.
Entonces ya comenzaron a combatirse. A brinque y brinque, el muchacho junto al negro aquel se veía como a un enanito. Por fin le picó en un ojo. Al momento cayó el negro. Sobre cae el uno y aquí cae el otro. Y muere el negro. Entonces como andaba tan cansado y medio ya disgustado con el negro de tanto combatir y no poder ya vencerlo, con el mismo machete le corta una oreja. Entonces llega la princesa y le dice: —¡Aa! ¡Ora sí! Tú vas a ser mi esposo. Toma mi corona, mi collar y mi cintillo.
—Muy bien.
Lo tomó él. Entonces al... al negro le dice: —Esta oreja la voy a guardar como un recuerdo nada más, dijo, —de que, que aquí voy a llevarme tres princesas, la cosa más linda.
Agarró la oreja del negro y se la echó a la bolsa.
—¡Bueno, pues! ¡Vámonos, pues, pronto!, le dijo la princesa.
Salieron las tres de aquellas habitaciones y llegan al pozo. Entonces les mueve la soga a los hermanos y amarra a una de las princesas. La subieron ya para arriba, que llega arriba y la ven los hermanos: —¡Ay, qué cosa tan linda! ¡Ésta va a ser mía!
—¡No! ¡Va a ser mía!
—¡No, va a ser mía!
En esto les dice la princesa: —No se disgusten, dijo, —porque tiene que tenemos que ser tres. Somos tres hermanas y tenemos las tres que salir para fuera.
Volvieron a echar la soga para el pozo y volvieron a ver otra. La volvieron.
Ya la sacó para arriba. Llega arriba la otra princesa más bonita que la primera. —¡Aaa! ¡Esta cosa sí está de regalo!
Abrazaba uno a la princesa y otro a la otra princesa. Y no hallaban a cuál ir. —¡Espérense! ¡Espérense! Todavía falta otra de mis hermanas, les dijo la princesa. —Tiene que salir mi otra hermana y tiene que salir tu hermano. Dice: —Una para cada uno.
Pos que ya volvieron a echar la soga para el pozo y salió la otra hermana. ¡La cosa más linda! Entonces les dijo la princesa más chica: —Ora sí. Ya metan la soga al pozo para que salga tu otro hermano.
—No. El... mi hermano es el que va a quedar acá, dijo, —con ustedes. Nos vamos nosotros. Y con eso hay.
—No. Primero tienes que sacar a tu hermano. Si no, no caminamos para ninguna parte, Nos dejamos ir al pozo de vuelta.
Pues que ya echaron la soga y el hermano siempre ya tantiando que lo iban a querer matar, por envidia de las princesas, amarró una piedra muy grande. Ahí va la piedra para arriba y él se hizo para un lado tantiando ya en que la iban a trozar la soga. Dicho y hecho. A medio camino trozaron la soga los hermanos y áhi va la piedra para abajo. Cayó hasta abajo. El hermano, como estaba a un lado, nada le pasó.
Dijo: —Ora sí. Pensaron que ya me mataron y me van a dejar aquí sepultado en día. Pero yo voy a ver qué me encuentro acá, para comer, para tomar, que tengo mucha sed y mucha hambre.
Pos se va entrando, un calabón, la cosa más horrible. Ya no había luz, ya no había muebles, ya no había nada. Una cosa penosa, fea. Dijo: —Yo voy otra vez al pozo. Dijo: —Ora sí. Dijo: —Aquí me voy a morir de pura hambre, seguramente, porque mis hermanos ya pensaban que me mataron.
Tenía ya más de dos días allí. Ya iba en tres y el hambre ya lo aconsejaba mucho. En esta desesperación metió la mano a la bolsa y sacó la oreja del negro y dice: —¡Causa tuya, indina!
Le da una mordida y sale un negrito y le dice: —Amo nuevo, ¿qué mandáis?
Le dio mucho gusto. Dijo: —Esto es cosa buena. Dijo: —¿Qué he de mandar que me saques de este pozo?
Al momento le dice el negrito: —Cierra los ojos.
Cerró los ojos. Cuando los abrió ya estaba fuera. Dice: —¡Aa! Si no ha sido por esta oreja de este indino negro, dijo, —yo me había muerto y adentro de ese pozo de pura hambre y de sed y de frío. Ahora quiero que me lleves a la ciudad en la de mis hermanos se llevaron a las princesas y que yo sea un limosnero, un haraposo, todo lleno de llagas, asqueroso, lleno de llagas, todo desgarrado. Bueno, pior que un limosnero.
Llega a la ciudad y pide posada. No había quien le diera los buenos días, nadie quien le quisiera vender una tortilla, de verlo tan asqueroso. Y él pedía posada pero nadie le daba. Por fin, ya a lo último allá de las casitas de la ciudad encontró un mesoncito y pidió posada y le dijo el señor: —No. No hay posada para ti. Ahi que todos los cuartos están llenos de gente.
—Mira. Te voy a dar —una bolsa con dinero, dijo, —con tal de que tú me des posada aunque sea en los pajeros.
—Muy bien. Pásate.
Se pasó. Ya llega y le dice el, el huéspede: —Mira. Ahi 'stá un petate. Ahi 'stá una almohada para que tú si quieres acostar.
Pero ni quien se le quisiera arrimar, de verlo tan asqueroso. Pues, muy bien. Que otro día amanecieron por las calles los sirvientes del rey gritando por la calle. Y querían uno que hiciera las coronas de las princesas enteramente iguales como aquéllas las tenían. Entonces le dice el señor del mesón, va y le dice a aquel haraposo: —Oyes, ¿tú sabes trabajar el oro?
Le dice: —Sí.
—¡Aa, pues! Sabes de que el rey quiere que le hagan las coronas, los collares y las cintillas de las princesas que... de sus hijas... que se le perdieron y quiere que las hagan enteramente igual a ellas.
Dice: —¡Ooo! Pos, ¡qué trabajoso está! Dice: —Para todo eso se necesita mucho. Dijo: —Y yo, pos ¿quién sabe? Estoy escaso de útiles.
—Ahi verás si te animas y yo le digo al rey que sí las haces.
—Pues, dígale que sí.
Se fue y le dice al rey que él era útil para hacer aquellas... aquellas alhajas que él preferiría tener.
—Muy bien. Entonces dime qué es lo que se necesita, dijo.
—Entonces doy la vuelta, le dijo el señor. —Doy la vuelta a decirle qué es lo que necesito.
Ya fue y le dijo al muchacho, que qué era lo que necesita para hacer las coronas y todo. —Dígale que una carga de nueces.
Que ya fue el señor aquel del mesón y le dice: —Señor, una carga de nueces necesito.
—¿Una carga de nueces necesitas tú para hacer todo eso?
Dijo: —Sí.
—¿No es que necesitas tú nada de metal ni nada de eso?
—No, señor. Una carga de nueces.
—Muy bien.
Ordenó que se las dieran. Se las dieron y fue y se las llevó. —Toma. Aquí están las nueces.
—Muy bien. ¡Qué ganas tenía yo de comer nueces!
Se sentó a comer. ¡Válgame Dios! Y quince días le dio el rey de término para que entregara todo aquello. Si no, penaba de la vida. Le dijo: —Sabes que tienes quince días de plazo para hacer las coronas y todo. Dijo: —Si no, penamos de la vida.
—No le hace. Tú vete sin pendiente.
Pos que se fue el señor del mesón a su negocio y el muchacho aquel se quedó a come y come y come nueces. Como nadie casi quería comer... venderle de comer, él su comida eran puras nueces, Pues, que tenía ya más de ocho días y el hombre aquel daba vueltas con aquel hombre, a ver si ya estaba trabajando. Y nada, muy silencio. Cuando no está comiendo nueces estaba dormido.
Dijo: —¡Aa, qué barbaridad! —Este hombre va a ser la causa de mi muerte por haberme yo comprometido a hacer esas cosas tan finas y este hombre que no da trazas de nada. Este lo que quería era atacarse de puras nueces y vamos a ver que ni coronas va a hacer.
Pues que, todos los días iba ese a asomar allá y aquel hombre dormido o comiendo nueces. ¡Válgame Dios! Que ya faltaba un día. Va y le dice: —Sabes, que falta un día. ¿Qué vas a hacer ora si no las has hecho?
Dice: —Yo estoy comiendo nueces. A mí ¿qué me importan las coronas?
Dijo: —Yo lo que tenía era ganas de nueces y estoy comiéndomelas. Ahi tú averígualas como puedas.
—¡Aa, qué barbaridad!
Pos que ya fue el señor del mesón y le dice a la esposa: —Ora sí, esposa.
Sabes que tengo que morir. El muchacho que me hizo... que me comprometió a hacer las coronas no más comiendo nueces y durmiendo. No da trazas de nada, de nada. Voy a confesarme y vaya hacer mi testamento porque no me queda más que morir. Mañana seguramente voy a morir.
La señora muy afligida comenzó a llorar. El señor, pos más apurado estaba. Y ya fue él y se asomó al oscurecer y aquel muchacho dormido.
—Ahora sí, ¿qué voy a hacer?
Fue como a las doce de la noche. Sentado, quiebre y quiebre nueces y come y come: —¡Válgame Dios! ¡Yo sí me apuro!
Pues se fue el señor allá a su dormitorio con su esposa. Le dice: —Ora, sí. Dijo: —No hay más remedio que voy a morir.
Entonces el muchacho aquel leproso mordió la oreja del negro y dice. Sale el negrito y dice: —Amo nuevo, ¿qué mandáis? ¿Qué me mandas?
—Que estas Coronas que tengo yo aquí y estos collares y este centillo los limpias bien porque mañana tengo que entregarlos al rey. Y muy bien limpios y a mí me vuelvas un negrito.
—Muy bien.
Que éste ya en la madrogada fue y le tocó al señor del mesón y le dice: —Ándale, levántate para que lleves todo esto.
Que ya fue el muchacho aquel, entregó las coronas y luego ya se fue del mesón y llevó al rey las coronas, los collares y los cintillos. —Voy a mirarle al rey, le dice.
—Bueno, pues. ¿Tú los hiciste?
Dijo: —No, señor. Los hice entre yo y otro compañero.
—Muy bien. Entonces ven tú y tu compañero para que se casen con... con mis hijas.
Pos que ya entonces le dice el... el rey: —Sabes de que ocho días le voy a dar de plazo, dijo, —para todo esto.
Ya fue entonces él muy contento y le dice: —Que ocho días tiene de plazo para que se presente, para que se case con la... la reina.
—Muy bien.
Ya fue el negrito y se presentó con el jardinero del rey. Dice: —¿No me das trabajo?
Dice: —Pues ¿qué trabajo te voy a dar? Dijo: —Mira. Se me salió de compañero que no sé. Déjame decirle al rey.
Ya fue y le dijo el señor al rey y le dice que si le daba trabajo a un negrito de compañero para que le ayudara a... a la hortaliza allí en el jardín y a arreglar todo.
—Sí.
Pos desde ese día que entró aquel negrito las flores, las hierbas todas muy verdes, muy retoñadas, las flores todas llenas de perfume, que le llegaba el perfume hasta el jardín del rey. El rey encantado le dijo: —Pues, ¿qué pasa con este jardinero? Que las flores todas se están volviéndose locas, todas están floreando, todas huelen muy bonito.
—Pues, ¿quién sabe? Desde que entró el negrito, dijo, —está todo el jardín muy bonito y las flores muy bonitas. Muy bien.
Pos que en esto muerde este... el negrito muerde la oreja y le dice: —¡Vuélveme ratón!
Se volvió ratón y entró a la habitación de la princesa. Entonces ya que estaba dentro con ella le dice que se presente... que le diga al rey que él se quiere casar... ella se quiere casar con el negrito y que ella ya sabe que él es.
—Sí.
Entonces ya este se volvió otra vez ratón y se salió de la habitación de la princesa. Otro día amaneció la princesa muy triste. —Pos, ¿qué tienes? ¿Qué te pasa?
—Sabes, papá, que yo estoy enamorada del negrito, del jardinero.
—¡Qué barbaridad! No faltaba más pero un disparate el que yo te casara con ese negrito.
—¡Pues yo me quiero casar!
Pues tanto tanto estuvo diciendo aquella muchacha. Al llegarse los siete días del término que le había puesto el rey, le dice: —Pues, está muy bien. Dijo: —Entonces sabes, que para mañana tienes que irte, fuera de aquí, dijo, —porque yo no quiero verte casar con ese negro, mucho menos con un sirviente mío. Y tus hermanas que te acompañen.
—Muy bien.
Que se fueron otro día, en coches, las hermanas, con unos vestidos como de burla, como de payaso. Cuál sería su sorpresa que pide permiso el negrito para lavarse la cara siquiera para casarse con la princesa. Y cuando da la vuelta el negrito ya era el muchacho aquel que la había sacado del pozo, este que la ve.
¡Y una sorpresa que llevó la princesa! Dice: —¡Ay! ¡Éste sí es mi verdadero esposo! Dijo: —¡No como aquel negrito, tan feo que estaba!
Entonces el muchacho muerde la oreja y le dice al negrito: —Quiero que le des un vestido a mi esposa mejor, dice, —que le habría dado su padre. Y a mí mucho mejor el vestido, que ni ese que tiene él y sea un matrimonio muy elegante, muy guapo.
Las hermanas admiradísimas, de que qué pasaría, que el negrito se había perdido y que había vuelto el otro. Por fin llegaron al palacio con el rey y ya celebraron las bodas y fueron muy felices hasta la fecha.

 

Nº de referencia: 52

Al habla:
María Barba de González
(63 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Acatic (Acatic, Jalisco), el 17 / 11 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 34

Notas
This tale is narrated by a much more practiced and accomplished storyteller. It would seem to be related to A-T 301A, yet it lacks the episodes of cooking dinner and the successive fights between the cooks and the dwarf that are frequently present in Mexican versions of The Bear's Son. The latter portion of the tale is marked by motif K1816.1 Gardener disguise and is similar to A-T 314, V. Cf. A. M. Espinosa, "Westem Hemisphere Versions of Aarne-Thompson 301," Joumal of American Folklore, LXV (1952), 187, and Wilson M. Hudson, "Another Mexican Version of the Story of the Bear's Son," Southern Folklore Quarterly, XV (1951), 152-158.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

301. - The Three Stolen Princesses. (Including the previous Types 301A and 301B.)

 

Materiales adicionales

 

 

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