[ El perico y el obispo ]

 

Cuando venía él de España al pasar por Altotonga, Veracruz, se le ocurre bajarse del autobús en que venía y miró lo siguiente.
En dicho pueblo esperaban al señor arzobispo. Tuvo la feliz ocurrencia un nativo de allí del lugar de enfrentarse con el señor cura y le dice: —Señor cura, tengo una buena idea. Ahora que viene su excelencia reverendísima yo compraría cien pericos. Mandará a Colima con la persona que de una vez compre. Les voy a enseñar a hablar, para que felicitemos al señor arzobispo en cuanto llegue aquí al pueblo.
Y él, perfectamente le dice el cura: —¿Cuánto necesitas?
—Pos, unos trescientos pesos.
—Bien, los tienes.
Pasados algunos días llega el enganche de pericos al lugar aquel. Empieza el señor a adiestrarlos para que digan algo a la llegada del señor arzobispo. Se prepara con dos grandes mecates y pone en cada uno cincuenta pericos. Entre esos cien pericos venía uno más grandecito que todos los demás. Y toma el individuo aquel encargado de los pericos una varita. A medida que recorre las filas de pericos les golpea en la cabeza a cada perico y les dice: —Diga, ¡viva el señor obispo!
Al mismo tiempo el perico movía las alas y gritaba: —¡Viva el señor obispo! Después de recorrer las dos filas de pericos con su respectiva varita y llegaba a donde estaba el perico más grande. Y este le golpeaba, le pegaba, pero nunca dijo nada.
Llega el día deseado, el día en que el pueblo todo se preparaba a recibir al señor arzobispo. Sin temor, sin pérdida de tiempo el hombre aquel ya en la orilla del pueblo que para dos grandes mecates y lleva allí los cien pericos. No tiene inconveniente en llevar también el perico grande, dice: —A ver si acaso ahora no se va a quedar mal, ya que en todo el tiempo nunca quiso hablar. Ojalá y ahora sea el primero en decir algo de lo que aprendió aquí.
¡Aa! Pero se me olvidaba un detalle muy principal. El señor era un poco nervioso y al llegar allí al perico aquel el grande se le fueron los nervios y al decir ¡viva el señor obispo!, y el perico no respondía, decía, casi en secreto el señor: —¡Tan grandote y tan pendejo!
Pero, dijo: —Tal vez ese día diga el perico lo que yo deseo, ¡Viva el señor obispo!
Pues se fueron a recibir al reverendísimo señor a la orilla del pueblo. Y el señor arzobispo, avisado por el respectivo padre aquel del lugar, baja del carruaje en que iba, para ver aquella curiosidad de los pericos. A medida que pasaba el señor arzobispo cada perico amenazado por detrás con una varita gritaba: —¡Viva el señor obispo! Y batía las alitas cada periquito. Y así sucesivamente cada uno de los demás animalitos.
Pero en llegando a aquel enorme perico, ese día, le da el varazo y en vez de que hubiera dicho lo que él deseaba, el perico gritó: —¡Tan grandote y tan....! Hasta allí no más. Yo creo que han de haber comprendido perfectamente.

 

Nº de referencia: 47

Al habla:
Román Sánchez
(25 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Mezcala (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 21 / 11 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 29

Notas

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

. -

 

Materiales adicionales

 

 

Los materiales de este sitio pueden ser usados y reproducidos para fines de educación e investigación sin fines de lucro, citando su fuente y sus datos correspondientes (informante, recopilador, transcriptor, etc.). Cualquier otro uso requiere autorización. Este sitio es posible gracias al apoyo de la DGAPA, proyecto PAPIIT IA400213

© Laboratorio de Materiales Orales. ENES, UNAM Morelia.