El castillo de Teayo

 

Vine aquí a los dieciocho años y ingresé a la armada de México y me mandaron destacamento [sic] a un pueblo que se llama Castillo de Teayo. En ese Castillo de Teayo íbamos a proteger las compañías petroleras, que en ese tiempo estaba... la Corona, el Gallo, el Le... puras compañías petroleras. Y nosotros, nos daban ese chance de protegerlas... de protegerlas.
Y allí nos, me pasó un caso y vi un caso muy muy simpático, que lo cuento y nadien me lo cree. Estaba yo dando mi servicio, como se componían de unos diez hombres. Y entre ellos nos íbamos turnando nuestro servicio. Entre ellos había un amigo mío compañero del, de la armada, hombre natural de Guadalajara, que por nombre le decíamos La Gringa, porque era un hombre muy corpulento. Agarraba aquél a cualquiera de nosotros, nos alzaba de los cinturones y nos pegaba porque era muy fuerte, y blanco, de fondo. Ese hombre, una de las guardias le tocó hacer como del dos, de dos a cuatro de la mañana en ese famoso castillo de... como la pirámide de Teotihuacán. Y ese hombre era el último. Todos nos bajábamos porque ya con él, pues, ya no habíamos cus... en la...
Y entonces este... cual sería mi sospresa, que yo, el que estaba en ese momento y esperaba que ese hombre me relevara, cuando oímos que se quejaba y gritaba y pedía auxilio. Y nosotros creíamos que... Yo desperté a los compañeros que, que oyeran. Y: -¿Quién es?
Les digo: -Pos, es La Gringa. Es La Gringa.
-¿Qué le pasa a La Gringa? Pos, ¡oiga cómo está pidiendo auxilio!
Y uno nos hacía como tablas de... le pegaban al hombre bajo las... no sé qué cosa. La cuestión que el hombre aquel lo, lo castigaron.
Entonces subimos todos, armados, y lo que usted quiera y encontramos al hombre torciéndose de los dolores. Como era blanco se le miraban los more... los moretones... los... y -¿Qué te pasa?, dije...
-Pos, nada, dice. -Les voy a contar, dice. Si no me van a creer.
Dije: -¿,Qué es lo que te pasa?
-Pos, que se me rodearon como cuatro o cinco chaneques. Eso sí. Parecidos a esos de la pintura... Sapolín. ¿Se acuerda usted? Con sus zapatitos y gorritos y... y que me empiezan a pegar. Yo no los entendí ni una palabra. Dice: -¡Quién sabe qué diablos hablaban! Pero no les entendí ni una palabra. Y me empezaron a pegar y yo quería agarrar uno de esos para... y se me zafaban los chaneques, hombre. Se me zafaban y no pude agarrar uno. Y se me zafaban y me pegaban y me pegaban.
Ya le digo, lo sangraron. Tuvimos que bajar entre todos. Estaba sangrado. Ya le contamos al pueblo. Y el pueblo decía: -No anden ustedes haciendo con eso nada, porque aquí hay unas cosas que nosotros que somos de aquí... este... los respetamos porque hay muchas cosas muy malas aquí. ¡Y no sabe, ay, que ustedes que son muy obcesados, y que quién sabe qué, burlando!
El primer caso fue ese. Bueno. Lo curaron allí en la enfermería de nosotros, lo que usted quiere. Sanó y ya no subimos nadien allá arriba, porque vimos la realidad, cómo estaba ese hombre.
Bueno. Pasó y en uno de tantos tiempos agarra... Allí en ese castillo hay un río. Y no me ha de creer pero hay unas lajas tan grandes esas como de cinco, diez o doce metros, lajas. Donde hay unos, unos desnudos de mujer de indios así. Tapabrazos, sus senos desnudos y... y grabados en aquéllos que... y todas esas están tiradas en el río. Se infiere que allí había una ciudad perdida o caída o lo que usted quiera, pero alcanzaba, y se adivinaban aquellas cosas grabadas por nuestros antepasados. Y allí en ese río una vez... este... allí nos aseábamos, nos bañábamos, nadábamos porque había unos pozos muy grandes... formados por esos peñascos, ¿no? Esas lajas, con esas figuras. Y una vez estábamos en nuestra guardia todos y se nos vino un temporal pero la cosa más fea. ¡Lluvia y relámpagos y lo que usted quiera! Y de... y nos dice una señora, cuando nos daban los alimentos, dice: -¡Váyanse porque quién sabe qué vayan a ver!
Bueno. Y nosotros vinimos y nos reconcentramos en nuestro salón de armas y estuvimos solos. Entre los claritos vimos una forma de mujer, una mujer grande, vestida. Al ratito un estallido como el famoso grito ese de la llorona. Nos juntábamos así todos en él, todos. Y además se... y se perdióooo, allá en el río.
Y esos, esos casos le vi muchos que dicen que, que no existe eso. Yo creo que sí existe. En los ríos, ¿no?, porque creo que se recon... se reconcentró el eco de aquel fantasma, aquella visión o quién sabe qué diablos que, lo que era de aquel fantasma, aquella para irnos. No sé.
Ora a mí en lo personal y a otros tres, que éramos medio sangrones, había un ídolo que ahora está en el palacio aquí de México, que le dicen el, el, ¿el dios de qué?... del agua. Ese ídolo estaba allá. Estaba en un cuarto oscuro. La señora que nos daba de comer dice: -¿Quieren ustedes ver una cosa? Dice: -¿Qué es lo quieren ver? Dice: -¿Quieren que llueva orita?
-¡Ee, sí!
Dice: -Ora verá.
Agarró y se trajo una jícara de agua y que le echa al, al ídolo que... Yo no sé, que por encanto se formó la nube y áhi está el agua. Y está ya en el, en ese ladito, en ese palacio allí, el museo...
S. L. R.: ¿Tláloc?
M. V.: ¡Éese!
-¿Quiere que se quite el agua?
-Pos, ¿dónde?
-Van a ver.
Y agarra de esos con que muelen el chile y lo que usted quiera, con ceniza y una servilleta y se lo metieron al... y allí mismo en un encanto se quitó el agua. [Risa]
Es una cosa que en realidad nadie me lo cree. Bueno. Y yo y los otros todavía con aquella burla y lo que usted quiera, ¿verdad? Y agarré y como allí hay unas limas muy, muy sangronas ande... De allí comía yo y agarré de abajo y empecé a tirar a los... y el otro compañero pos que agarró y que le empieza a hacer lo mismo y ¡bueno! ¡Desde pedrada y medio! Y ahí viene otro que le da de pedradas. Pos al día siguiente, mi amigo, yo todo esto de aquí [tocándose la rodilla] unas llagotas así. Pero apestaba yo. Nomás aquí. Y el gallo ese el día siguiente amaneció con eso. El que le echaba el gabazo en la nariz, echaba unos gusanitos así. Y el otro que le daba de patadas, no había ande apoyar así, desde aquí pa abajo donde no tuviera niguas. ¿Usted sabe qué es, lo que son niguas? Unos... unos animales. ¡Exacto, exacto! Pero todo el... lleno de niguas. Y yo, me daba pena. Iba con él, al día siguiente, y le dije: -¿Qué le pasa?, dije.
-Ya hicieron alguna cosa mala, dice. -Tienen ustedes que ir a pedirle perdón porque si no, de lo contrario se van a morir.
-¡No, hombre!
Pos, dijo. Yo me llené de valor. Oiga. -A medianoche, dije, -áhi voy a pedir perdón de rodillas.
Pues a hacer lo que pude a mi modo y cree usted al día siguiente ya estaba bien.
Le digo al Chato: -Chato, ve a hacer esto porque si no te vas a morir.
Dice: -Sí. Pos, al día siguiente vaya usted.
-Vamos a ver al que está allá con calentura, con todo. Debes hacer esto porque te vas a morir.
-¡No! ¡Quién sabe qué! ¡Quién sabe cuándo!, dice.
Pues, se murió allí mismo. Se murió. ¡ Uu! Se le ape... se le pudrieron todo sus pies. Y eso... y el otro día que fui a México áhi veo yo que está allí. Ya dije yo : -Ya me paseó con éste, ya.
Y eso sí es verdad, que hay muchos... que hay muchos que todavía viven de mi edad que lo vieron allá. Y lo mismo les pasó. En el Castillo de Teayo, adelante de Papantla, por áhi en Huasteca.
Y también hay un cerro que le dicen el, el Cerro de las Campanas, un cerro que todas las regiones... una mesa. Le dicen el Cerro de la Mesa y cada día de San Juan el que oye una campana allí, que, que toca, ese ya no más, ya, ya no vive el año. Que... sí. Y que... el que oye ese eco, la campana, todos cuando llega ese famoso día de San Juan, pos todos este... aunque se tape los oídos, ¿verdad? [Risa] Pero ya vienen y que oyen eso seguro ya no, ya no viven el otro año. Y han intentado así extranjeros a... a ver qué, qué, qué es lo que hay allí. Y dicen que han subido a la mesa y no hay más que una jica, un estropajo y que anda allí y que quieren jalar y que la jalan y se les va y esa no la pueden sacar. Eso sí me lo contaron de historia. Ese famoso cerro de, de la Mesa.

 

Nº de referencia: 299

Al habla:
Miguel Venegas
(62 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Veracruz (Veracruz, Veracruz), el 25 / 7 / 1965

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1971. Mexican Tales and Legends from Veracruz. Berkeley: University of California Press, núm. 62

Notas
The present text is actually a series of legends that follow one after another in a single narrative. 1 have inclllded it at this point because the informant introduces the narrative with a legend in which chaneques play an important role. The inforrnant is not a native of Veracruz. This quality possibly accounts for the fact that he is obviously impressed by supernatural aspects of popular belief that he has observed during his long residence in the state. He gives clear evidence of this feeling in those legends in which he has been a participant personally, specifically those incidents involving the pyramid at Teayo, the rain-making induced by ceremonies before the idol there, and the punishment wrought by it on Venegas and other soldiers because of their disrespect to it. The pre-Hispanic heritage of Veracruz obviously has affected him deeply. The belief that a bell heard in a particular spot on Saint John's Day presages death is doubtless of Hispanic origin. This day is the subject of other beliefs in Mexico, one of which is expressed in No. 72 of this collection. The pyramid at Teayo, known usually as the Castillo de Teayo, was constructed by Totonacs, the predominant indigenous group of central Veracruz during pre-Hispanic times, in a period when they were influenced by the Aztecs (Krickeberg, Las antigltas culturas mexicanas, Mexico-Buenos Aires, 1964, pp. 330-331). I have not been able to identify specifically the stone idol mentioned by the informant.

 

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