El compadre

 

Fíjese usted. Había una niña que siempre le decía a su mamá: —Mamá, ¿fuistes al molino?
—Sí, ya fui.
—Bueno, le dice. Dice: —Fíjate, mamá, dice. —¿Que no te sobró un centavito?
Le dice: —Sí.
Dice: —Dámelo.
Le dice: —Bueno, te voy a dar el centavito. Le dice: —¿Pa’ qué lo quieres?
Dice: —Para que sí.
Bueno, ya le dice... Le dio el centavo, porque le cobraron cuatro centavos la molida y le sobraba uno.
Y le dice: —Dámelo, mamá.
—¿Pa’ qué lo quieres?, dice.
—Yo sé para qué lo quiero,
Se fue a la tienda. Se compra una velita de sebo de a centavo, y le dice...
Va atrás de la puerta y le enciende: —Ándale, diablito. Como nadien te quiere, pero yo sí te quiero. Te voy a prender tu velita. Le dice: —¡Bueno!
Le prendía la velita. Y era su devoción. Todos los días del centavo y el centavo de la velita, atrás de la puerta, porque era la costumbre atrás de la puerta.
Entonces le dice la niña, dice: —Mamá. Dice: —Yo me siento enferma.
Le dice: —¿Sí, hija? Bueno, ¿y eso?
—Pos, ¿quién sabe? Dice: —Yo me siento enferma. Me duele la cabeza y yo me siento enferma.
—¡Ay, hija! Cuídamos [sic] a ver al dotol.
Dice ella: —No. Dice: —Es que... Dice: —Pero no se te olvide lo que te voy a decir, mamá, que cuando te sobre un centavo, me, me lo pones atrás de la puerta, dice, —al diablito.
—Sí, hija, dice. —¿Pero que estás muy mala?
Dice: —Sí, yo me siento mal.
Pos, fíjese usted que, que la niña se, se gravó y se murió. Sí, se murió. Bueno, se murió y la tendieron. Y llega a aquello de las doce de la noche. La estaban velando cuando llegó un señor, vestido de negro, muy presentable.
Dice: —Buenas noches.
—Buenas noches.
Con un ramo de flores. ¿Quién sabe de ónde traía esas flores? Le dice: —Buenas noches.
—Buenas noches. Pase usted.
Entonces dice: —¡Ay!, dice la madre, le dice al papá, dice: —¿Quién será este señor? ¡Qué, qué raro! Dice: —Yo nunca lo había visto.
—Dice: —Pos, sí. Dice: —Pos, pase usted.
Le puso sus flores y todo. Y a lo último le dice: —Señora, ya me voy, antes de que se llegara a la una. Dice: —Ya me voy.
Dice: —¿Sí? ¿Por qué tan pronto? No más vino usted a dejar las flores y ya.
Dice: —¿Sabe usted por qué? Porque esta niña era la única que me quería. Siempre me encendía mi velita.
Y ¿qué cree usted que le pasó a la señora? Se desmayó y en seguida, y todos se espantaron. Y es que así existe el compadre. Existe. Hasta ahí, nada más.

 

Nº de referencia: 266

Al habla:
Esperanza Rodríguez
(40 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: José Cardel (La Antigua, Veracruz), el 27 / 7 / 1965

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1971. Mexican Tales and Legends from Veracruz. Berkeley: University of California Press, núm. 30

Notas
The informant asserted vigorously her belief in the devil, or the compadre, as she referred to him. Thus he is a godfather to the child in the narrative or anyone who believes in him. Because of its clearly defined relation to belief, I have included this story among the legends of this collection. I have found no published parallels.

 

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