Los arribeños

 

Hay una región de gente que les dicen los arribeños. Cada veinte o treinta años así que pierden el cultivo y las cosechas y se atienen al estado de Jalisco. Pues aquí en Jalisco les dicen los arribeños. Son como brujos. Vienen a hacer la lucha, a hacer negocio o a servir.
En el estado de Guadalajara hay un rancho que se llama La Flor. Llegaron los arribeños, llegaron con un señor y le dicen que si les daba trabajo a echar yunta. Les dice el señor que sí. Les dio un potrerito blanco.
Le dicen: —Pos, dónde... ónde nos ponen la casita para vivir?
Dice: —Aquí en el mismo potrerito donde van a echar la yunta, está una casita debajo de un mezquite.
Y el señor, ese rico, tenía muchos muchachos. Y él tenía un cebadero de esos grandes. El muchacho más grande tendría por ahí como unos doce años. Les daba a los puercos.
Y un día el muchacho arribeño, hijo del hombre grande, tenía un muchacho arribeño chico, le dice al otro muchacho del dueño, del rico, le dice: —Oyes, muchacho. Voy que no me sales al, al meterse el sol, no me sales en el potrerito debajo del granjerito.
Dice: —Pues yo, yo no le hallo.
Entonces el señor ve y oye que todos los días el muchacho arribeño le platica muchas cosas a su hijo y le dice: —Oyes, hijo. ¿Qué es lo que te platica ese muchacho arribeño?
—Papá, me dice que voy que no me animo a salirle en el potrerito debajo del granjerito.
Le dice el papá: —Mira, hijo. Mañana que te pregunte que si sales, le dices que sí sales. Y yo te cuido.
Otro día tiene la misma hora en la tarde cuando les daba de comer a los puercos, viene el muchacho y le dice: —¿Qué hubo? Voy que no me sales al meterse el sol, no me sales ni un segundito.
—Sí voy, que sí te salgo.
Entonces el muchacho se fue al potrerito y había un callejón. El papá del muchacho agarra un machete enganchado, de los antiguos, y se fue y se brincó al otro lado del potrero donde estaba la división del callejón y el muchacho se brincó al otro lado del potrero y se paró en un granjerito donde había... hay unas piedritas lisas.
Al poquito rato sale un cócono muy grande haciendo rueca. Y luego le empezó a halar al muchacho y a quererlo picar. Y el muchacho ya no se lo podía quitar. Y más alazos y más piquetes y el muchacho a grite y grite. Ya no se lo podía quitar. Ya le sacaba casi los ojos.
Entonces el papá del muchacho que oye los gritos de su hijo, echa un brinco al potrero, al potrero, llega con el muchacho y agarra el machete y le da un machetazo al cócono en el puro lomo.
Entonces el padre ese, del muchacho aquel le dice: —¡Por el amor de Dios, no me mates! ¡Soy el papá de nuestro amo!
Era el muchacho aquel, que se volvió brujo, que le decía todos los días al muchacho del dueño, del rico. Se volvió cócono y era brujo.
Le dice: —Mira, muchacho. Si otro día incuentro aquí en mi tierra, en mi casa, en mis cosas, en mis bienes, incuentro a tu papá y tu mamá, te mato. No quiero verlos jamás.
Otro día no amaneció nadie. Y este caso pasó y es cierto.

 

Nº de referencia: 214

Al habla:
María de Jesús Navarro de Aceves
(40 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 7 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 197

Notas
The informant reported that this tale was narrated to her by her father, a resident of the rural community of La Flor in the eastem part of the municipio of Tepatitlán. It is the only narrative that I have conected in Los Altos that exemplifies belief in the nahual, a human who through certain magical powers is able to transform himself into a bird or an animal.

 

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