El violinista

 

Había un rancho que se llamaba Santa Rosalía, cerquita de Tepatitlán.
Había un muchacho y una viejita. El muchacho tenía mucho vicio en tocar violín, rancheramente, pero le gustaba mucho tocar. Y dice: —Mamá, voy con un compañero a tocar a una casa. ¿Me dejas?
Y dice: —Sí.
Le dijo el otro compañero: —Nos vamos a ver en las Cuatro Esquinas, en un callejón.
Se fue el muchacho y se sentó en una piedra y nada que resultaba el compañero. Se desesperaba. Dice: —¿Qué pasará? ¿Por qué no viene mi compañero?
Le agarró tanto el ansia y llegó tanto el coraje que dijo: —Si el diablo viene con ese mismo me voy a tocar.
Con el diablo no se fuega.
A poquito se oyó un ruido y resultó un catrín en una mula y le dice: —Buen joven, ¿qué estás haciendo áhi?
—Aquí estoy.
—Vamos a tocar.
—Sí, señor.
Como él le había, él había dicho que si el diablo le decía que fuera a tocar se iba, ya echó de ver él. Le dice: —Cierra los ojos, cierra los ojos y súbete aquí en la mula en ancas.
Se subió en ancas de la mula y se fue. A poquito llegaron y se metieron al infierno. El muchacho no se quemaba. Lo puso en una parte con aquel humaredón tan apestoso, aquellos gustos tan feos, aquella lumbre, los diablos. Es de guía. Gente de aquí del mundo que, que andaban peleando, bailando.
Y entonces allí vio él que estaba una viejita y un viejito que eran vecinos de su mamá, donde él vivía. Entonces dice, dice: —Mira.
Vio que eran hermanos de allí cercas de su mamá. Entonces dice: —¡Ah, qué caray! ¡Fíjate no más! Ya vi yo aquí a los vecinos de allá de mi mamá.
Y estaba muy asustado. Entonces dice: —Quieren que yo haya de decir nada.
A poco dice el diablo: —¿Ya nos vamos?
Le dice: —Sí, señor. Por favor, señor.
Él muy asustado. Le costó hasta la vida. Horita le digo qué modo. Entonces dice: —Vámonos, pues.
Lo montó otra vez en la mula. Se cerró los ojos y lo dejó en el mismo lugar donde lo levantó.
Le dice: —¿Cuánto es, joven?
Dice: —Señor, nada.
—No, ¿cómo no es nada? Le costó su trabajo.
Entonces le dio un peso. Agarró el peso y se lo llevó. Llegó a su casa de su mamá y le dice: —Hijo, ¿dónde estabas? No resultabas. Aquí la vecina de en frente, ¿cómo quieres? Se peleó con el viejito y le apagó un ojo. ¡Fíjate no más!
Y ese ya había visto allá. No le dijo nada, él muy asustado.
Le dice: —Madre, écheme unas gorditas mañana. Me voy al pueblo.
—¿A qué vas, hijo?
—Pues, voy. Tengo un negocio.
Se vino el muchacho, muy triste. Llegó y se contó, le dijo al padre que él, él había desesperado y había dicho que si el diablo iba por él que se iba y a poquito resultó. Y le di... platicó donde había ido y todo, que le ha dado un peso.
Entonces dice: —Mira. Ese peso lo vas a enterrar en el cerro. Te voy a dar de penitencia.
Fue y lo enterró en el cerro. Vino a su casa y ya cayó de calentura. Se murió. No tenía que vivir. Quedó no más como para ejemplo, de lo que les espera. Se murió el muchacho. La mamá no supo pero el padre a poco que supo que el hijo se había muerto entonces contó la historia del muchacho, que yo he oído anunciar.

 

Nº de referencia: 173

Al habla:
María de Jesús Navarro de Aceves
(40 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 7 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 156

Notas
Wheeler, No. 25, publishes a similar story about the devil, recorded in Chapala, Jalisco. The moral element is lacking, however, because the boy sees the village priest in hell, cuts off a corner of his cassock, and blackmails the priest with it when he is back in his village. A translation into English of No. 156 is included in Stanley L. Robe, "Four Mexican Exempla about the Devil," Western Folklore, X (1951), 313-314.

 

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