Alonso Zonzo

 

En una humilde aldea había un matrimonio en el cual el esposo era inferior a la señora. Una vez fue al pueblo. La esposa le preparo un cestito con huevos para que llevara a vender, recomendándole que de regreso comprara unas agujas, pero acomodándoles entre el zacate, como se acostumbra, como le habían acomodado los huevos. Cuando regresó de regreso la esposa le interrogó si traía el... las agujas que le había encargado. Él con mucha bondad le contesta: —Sí, epa. Que así le trataba. —Sí, epa. Aquí están tus agujitas... agujitas que me encargaste.
Sacó el canastito y le dice: —Pero, ¿dónde las hay?
—Aquí.
Y empezó a sacar las agujas de entre el zacate, creyendo encontrar pero no encontró ninguna.
—Pero, Alonso. Era el esposo de ella. —Alonso, ¿qué es lo que has hecho? ¿Dónde están las agujas que te encargué?
—¡Epa! Ahi te las traes. Áhi están.
—¿En dónde?
—Así, en el canastito.
—Pero no, épale. Así no se traen las agujas.
—¿Las agujas?
—Se compran. Se envuelven en un papelito. Se, se recogen en el ceñidor y luego se viene con cuidado de no irlas a tirar.
—No te enojes, épale, pero para otra vez ya lo sé. Sí, epa. No te enojes. En la siguiente vuelta que tuvo que dar al pueblo le dice: —Ahora me vas a traer una velita de cera.
—Sí, epa. Yo te la traigo.
Se fue al pueblo. Compró su velita de cera y inmediatamente recordando lo que le había dicho la vez anterior, se puso, fajó en el ceñidor la velita de cera. Cuando iba en el camino, con el sudor del camino y el fondo rojo le iba corriendo por el calzoncillo blanco. Cuando iba llegando, la esposa asustada sale a recibirlo: —¿Qué es lo que pasa, epa? ¿Que, que estás herido? Pos, ¿qué traes?
—Nada, epa, nada. No traigo nada. Yo no sé qué me pasó en el camino. Sí, epa.
—¿Y me trajiste mis velitas que te encargué?
—Sí, epa.
—¿Dónde están?
—Aquí.
Va a sacárselas y no quedaban nada más que los pabilitos, que ya lo demás no existía, pues con el calor se había redetido la vela.
—No, Alonso. No seas tonto. Así no se traen las velas. Las velas se ensartan en un palito. Se traen y con cuidado. En cada charquita a que se va llegando se van metiendo para que con, con la humedad no se vayan a redetir.
—No te enojes. Yo sé p'otro día.
—¡Aa, qué Alonso! ¡No, no, así no!
A la siguiente vez que tuvo que ir al pueblo le dice: —Mira. Ahora me vas a traer sal.
—Sí, epa. ¡Cómo no!
Le dio un costalito para que se la trajera. Llegó al pueblo, compró su salecita y se la trajo. Pero entonces recordó lo de la vez pasada. Cogió una varita, ensartó el costalito y cada vez que llegaba a un charquito metía el costalito y lo volvía a sacar. En total, al llegar a la casa le dice la esposa: —¿Quiubo, epa? ¿Me trajiste, me trajiste mis... mi sal que te encargué?
—Sí, epa. Mira. Aquí está.
—¿Dónde?
—Aquí.
No había nada en el costal.
—Pero epa, ¿dónde está la sal? Pos, ¿qué es esto, Alonso?
—Lo que tú me dijiste, epa. Lo metí al charquito de agua como me lo habías encargado.
—No, Alonso. La sal así no se trae. Sin mal no se tiene. Se compra el costalito, se mete al seno y así ya se trae.
—No te enojes, epa. ¡Yo sé pa’ otro día!
—Alonso, diario me dices lo mismo y siempre me resulta con distinta cosa.
—No te enojes.
Al poco tiempo no sé qué enfermedad padeció uno de los dos. Cuando les dijieron que algo así de la víbora le servía para curarse: —Mira, Alonso, le dice ella. —Y ve. Tráeme una viborita para hacernos el remedio que nos dijeron.
Corre Alonso como si volando. Llega al monte y con una varita aquí brinca y allá salta, persiguiendo una víbora. Por fin logra localizarla y cuando la encuentra empieza varas allí y varas allá y más allá, siempre con la intención de traerla que no fuera muerta, viva. La cogió esa ni muerta y se echó al seno como le habían dicho se pusiera la sal. Al poco de caminar empieza la víbora. Aquí pica y allá muerde. Y él con unos gritos y: —¡Ay! y —¡Ay! Acabó por desesperarse pero con su viborita en el seno.
Cuando llegó a la casa le dice: —¿Me la trajiste?
—Sí, sí, epa. Aquí está.
—Pero, Alonso. ¡Si eso no se trae así! Una víbora, dice, —se la trae de tromboso [sic]. Dice: —Antes que la mate y luego que ya que está ya muy atarantada uno la trae atravesadita.
—¡No te enojes, epa! ¡Yo sé pa otro día!
Al poco tiempo enfermó la señora. Y le dice : —Ve a traer a mi madre para que me atienda.
—Sí, tú, epa. Ya voy.
Se fue luego. Llegó y por todo... y por toda comodidad empezó a hacerle varacitos para que no fuera a picarlo y a morderlo como la víbora. Una vez que estuvo allá también se... ni muerta la pobre señora: —¡Ah, no me pegues, Alonso!, le decía ella.
—No, sino ahora no soy el tonto de antes. El otro día me medio mató la víbora pero ahora no.
Y ¡zas! Con la cincha él le da y ya que estuvo medio muerta y la trae. Por fin llegó a su casa fastidiada la señora. —Pero, Alonso. Ve no más cómo me traes a mi madre. Si mi madre no se trae así. Mi madre se toma con mucho cuidado. Se le embroca su gabancito, se sienta en la cabeza de la silla del caballo y se viene muy tranquilamente cuidándola que no vaya a caer.
—No te enojes, epa.
—Pero, ¿cómo no me he de enojar?
Disgustada la señora le reprehendió mucho, pero después... después que se ofreció que estando allí la señora le dice: —Vea traer el puerco, para que nos lo comamos ahora que está aquí mi madre.
—Sí, tú, epa. Ya voy corriendo.
Ensilló su caballito y se va. Cuando llegó con el puerco llegó y lo quería coger con mucho cuidado tal como le había dicho lo hiciera con la madre. Aquí corre y allá corre y más allá corre y por fin lo cogió. Luego se quita el gabán, se lo pone y luego lo sube arriba de la cabeza de la silla. El puerco grita. Por un lado grita, por otro, y aquí se le sube y acá se le cae y después pasó por miles de trifulcas pero por fin logró detenerlo en brazos.
Se viene y llega a la casa: —Aquí está tu animal.
Más fastidiado que otra cosa pero lo que le había hecho batallar: —Aquí está tu animal.
—Pero, Alonso. Los puercos no se traen así. Los puercos se llega con mucho disimulo, se les coge una patita, coge uno una varita y se les amarra con un lacito y de vez en cuando unos varacitos y por la sombra y sin tropear. No, Alonso. Pero, ¿qué es eso?
—¡No te enojes, epa!
Siempre resultaba con lo mismo, —no te enojes, epa. Yo sé pa otro día. Pues a poco, a poco tiempo le dijo: —Ve por mi padre. Porque ya esto se está alargando y ve por mi padre.
—Sí, tú, epa.
Se fue a traer al señor. Y entonces llegó y le anduvo espiando por allí que no estuviera muy, muy de frente para que no le fuera a ir. Le llegó por detrás. Le cogió una pierna, se la amarró, como le habían dicho del puerco, y cogió la varita y áhi va. Por la sombrita y sin trapear.
—Pero, ¿qué pasa, Alonso?
—Así me dijo aquella.
—¿Cómo se te ha de haber dicho aquella?
—¡Así me dijo aquella! ¡Que por la sombrita y sin trapear! Si ya no soy el tonto. El puerco el otro día me hizo remedar. Ahora yo no soy el tonto. ¡Por la sombrita y sin trapear, y camine!
El pobre hombre llegó cansado, fatigado y todo golpeado. —¡ Mire no más cómo me hizo este perro de muchacho!
—¡Alonso! ¡Pero si a mi padre no se trae así! ¿Qué es eso?
Por fin, mataron el puerquito, hicieron la fiesta y al siguiente día le dice: —Ahora mira, Alonso. Ya nos comimos el puerquito. Ya pasó todo. Vamos a lavar mi madre y yo y te vamos a dejar con el niño. ¿Te quedas?
—¡Sí, tú, epa! Como quieras, epa. ¡Eso, epa!
Bueno. Salieron la señora, la mamá de la esposa, y la mamá del niño, uno simple que tenía. Y se lo dejó.
—Está dormido el niño. No lo vayas a despertar.
—No.
A poco, como era muy natural, despertó el niño y empezó a llorar. Se acerca con mucho cuidado y empieza a observarlo. Empieza a ver que le empieza a, a brincar la mollera: —Este niño, ¿qué tendrá? ¡Aa! ¡Y con razón llora y le brinca! ¡ Son gusanos a la mejor!
Pronto se va, coge el malacate y empieza a jalarle. Jala y jala. Entre más el chico lloraba más. Empieza a sacar los sesos, y el niño, pos, a llorar más. Hasta que acabó por matarlo. Y entonces empezó él a lamentarse de las mujeres: —¡Mujeres tontas! ¡Guajolotas dejadas! ¡Pos, de tantas cosas le ponía allí! ¡Haber dejado engusanado a este niño!
Que más bien que hasta que acabó por sacarle los sesos. Cuando llegaron las que habían ido a lavar, le dice: —¿Dónde está el niño?
—¡Ahí está. Apenas se durmió. ¡Muchachas estas, guajolotas guandajas! ¡Apenas se puede creer que este niño lo hayan dejado engusanar!
—¿Cómo engusanar?
—Sí, le acabo de sacar todo eso. Ya vites. Ya se durmió. Se quedó silencito.
¡Claro! ¡Que ese niño estaba muerto! Colorín, colorado, el cuento está acabado.

 

Nº de referencia: 152

Al habla:
Dolores Casillas
(21 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Capilla de Guadalupe (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 28 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 135

Notas

 

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) -

 

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1696. - "What Should I Have Said (Done)?" (Including the previous Type 1696A *.)

 

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