[ Pedro de Urdemalas ]

 

El que pronuncia y recita este cuento se llama Margarito Gómez. Este cuento se compone de tres hijos de la señora. La señora se llamaba Mercedes Delgadillo, la dueña del capital. Estos tres hijos llegaron al colmo de hombrecitos, de verse liquidar su capital. Luego Juan el mayor le dijo a Pedro, le dijo: —¡Oye, hermano! Yo me voy a viaje. Voy a formar un viaje para ver si Dios nos socorre, para socorrer a mi madre.
La mamá estaba al poco grave de un reumatismo. Y le dijo: —Áhi te encargo a mi madre, que la veas muy bien, que no te descuides de ella, que la bañes, que la siestes, la laves, en primer lugar mi madre. Y en seguida te encargo mis bueyes.
Este señor tenía cuarenta bueyes. Y luego Pedro le encargó de darles que comer a los bueyes, pa que engordaran. Y entonces, luego se fue el hermano mayor, que fue Juan. Se fue a viaje.
Luego fue Pedro y arrimó los bueyes, cuarenta bueyes, a una laguna. Y luego les mochó las patas y las manos. Y entonces los metió a la laguna. Los paró, todos parados en aquella laguna, donde aquellos bueyes hincharon y engordaron, pero de aigre, en la laguna parados. Luego fue y echó la manada de los potreros al corral, a la plaza de allí de su casa.
Y luego entonces puso un medio perol de agua a calentar y luego él le fue y le dijo a la mamá: —Mamá, aprevéngase y arréglese que voy a bañar.
Y entonces la señorita tal vez le dicía que, que el agua estaba tibia. Entonces le dijo él, le dijo: —No. Está sumamente tibia. Está muy caliente, donde no le va a hacer daño.
Y luego este fue y la vistió y la arregló y jue y la metió al agua caliente.
Entonces la viejita salió tiesecita, pelando los dientitos. Y entonces, luego la vistió y jue a la plaza y lazó el garañón de la manada y luego vino y lo ensilló. Y luego la montó en su garañón. La amarró con su soga de pita, bien amarradita. Luego le echó, la echó para entre la manada, en su garañón. Y luego jue y le abrió la puerta a la plaza y la manada se fue pal potrero, y el garañón tras de la manada, con la viejita arriba, bien amarradita. Y entonces la viejita... el garañón dando vueltas cuidando su manada y la viejita arriba... de su garañón... en ella... en él.
Y entonces cuando llegó el hermano mayor, Juan, del viaje, luego llegó y le dijo: —¿Qué hubo, hermano? ¿Cómo te ha ido? —Pos, hermano, muy bien.
—¿Has visto a mi mamá?
—Muy bien, dijo. —Sí, ¿también la ha visto? ¡Y ojalá y vieras a tu mamá, cómo se ve de pantera y charra en el campo, cuidando su manada!
—Pero, ¡hombre, Juanl ¡No haigas hecho... tú, Pedro, no haigas hecho eso, de que mi mamá ande en el garañón por allá en el campo!
Dijo: —Sí, pero anda bien amarrada cuidando su manada. La ves cómo es de cuidadosa.
Y entonces luego fue Juan y trajo la manada. La metió a la plaza: —Luego que la metió a la plaza, ya luego entonces trató de enlazar el garañón. Cuando logró lazarlo y luego apear a su pobre madre, desatarla y apearla. Y entonces l'incontró bien cocida. Era muerta. Y entonces la apeó y ya le dijo: —Hermano, ¿qué fue lo que hicistes? ¡Si mi mamá está cocida! ¡Está muerta!
Dijo: —Pero, ¡Oo! ¡De risa! ¿Que no ve que está pelando los dientes?
Dijo Juan al hermano: —Eres tú un tonto, de buen tamaño. Entonces le dijo, dijo: —Hermano, no supites lo que hicites. Nos quedamos sin madre por tus tonterías. Eres tú un tonto, un animal, que no tienes sesos en la cabeza. Matastes a mi madre y quedamos güerfanos. ¿A qué quedamos el capital que tenemos ahora?
Dijo: —¡Oo, hermano! ¡Ojalá y fueras a ver tu bueyada que me encargastes! Dijo: —Tu bueyada está en la laguna, muy gordos. Anda asómate.
Entonces fue Juan a ver su bueyada. L'incontró en la laguna, todos parados, todos muy soplaos, muy gordos, pero de aigre, donde que les mochó las patas y las manos y los puso en la laguna que engordaran, de aigre. Luego regresó el hermano y entonces le dijo, le dijo: —Hermano, ¿qué hicites con mis bueyes?
Dijo: —Engordarlos.
—Bueno, hermano, dijo. —Tú no supites lo que perdí yo. Pero en fin, ya todo se perdió y yo no puedo nada. Me duele más mi madre que todo lo suyo.
Entonces Pedro de Urdemalas le dijo, le dijo: —Hermano, ya quedamos güérfanos. ¿Gustas de que hagamos un viaje los tres hermanos juntos a ver qué Dios nos socorre? Tú vas a ser el albacea y tú eres el que vas a repartir este capital.
Entonces Juan hizo el reparto. A Pedro le tocaron los tenamastes, a Juan la cama y a Francisco el colchón. Y se jueron a caminar, donde que se fueron por un monte muy largo, muy, muy espeso. Y incontraron un árbol muy grande. Luego le dijo Juan a los hermanos: —Hermanos, yo ya voy cansado. Aquí en este árbol vamos a descansar.
Entonces le dijo Pedro de Urdemalas a Juan, dijo: —Hermano, ¿y qué comemos aquí?
Entonces le dijo Juan, le dijo: —Vámonos subiendo arriba de este árbol porque aquí en este árbol vienen los bandidos a dormir. Y aquí tal vez peligramos la vida. Vámonos subiendo al árbol.
Luego que ya se montaron al árbol, cada quien con lo que llevaba, se subieron al colmo del árbol, tiempo en que llegaron los, los señores que andaban en la sierra, llegaron al dicho árbol. Allí era onde sesteaban y allí era onde dormían y allí era onde comían. Y estaban esos comiendo y desde el árbol arriba los tres hermanos viéndolos, y muy asustados de ver aquel... aquella armería y aquella... y aquella figura de aquellos señores. Y luego este le dijo, le dijo Pedro de Urdemalas a Juan, y le dijo: —Hermano, yo ya me cansé con esta piedra. Ya la dejo cáir.
—No hermano. No te muevas que nos fusilan.
Entonces que le dijo Francisco, dijo: —Hermano, yo quiero orinar. Ya no aguanto.
—No, no orines, que nos matan.
Entonces le dijo, le dijo: —Yo ya no aguanto estas tablas. Yo las dejo cáir. —No las dejes cáir que nos matan esos bandidos.
Y luego un bandido de ellos y luego que acabó de cenar, de merendar, que le pegó mucha sed, y que dijo, dijo: —¡Mmm! ¡Siquiera de este árbol me echaran un chorrito de agua que ya me muero de sed!
Y entonces que le dijo Pedro a Juan, dijo: —Hermano, yo me meo. Yo me meo pa que ese hombre beba agua.
—No te míes, que nos matan.
—Que no le hace que nos matan.
Pedro le echó un chorrito de miaos y paró en la boca del señor de abajo. Y luego dijo: —¡Saladita pero siquiera se me quitó la sed!
Y entonces el otro dijo: —¡Ay, qué hambre tengo! No me alcanzó la comida.
Siquiera si viniera una pieza de pan de este árbol.
Luego le dijo Francisco a, a Juan, dijo: —Hermano, yo me zurro.
—No te zurres, hermano, que nos matan.
Dijo: —Que nos maten. Yo ya me voy a zurrar. Le echó un... una gema pa que cenara.
Dijo: —¡Ay, qué gema tan! ¡Pero... qué! Estaba la manteca rancia. No te fijes. Así la tomo. Bueno.
Luego entonces empezaron éstos a remudarse y unos pa allá y otros pa acá y ese árbol que no les gustaba nada.
Y entonces Pedro de Urdemalas le dijo a Juan, le dijo: —Hermano, estas piedras ya no aguanto.
Echa las piedras Pedro y echa las tablas Juan y echa los tenamastes... echa la cama Pancho y el colchón. Se viene todo arriba de aquel árbol, para abajo. Y luego los señores que estaban abajo corrieron asustados y dejaron muchos intereses al pie del árbol. Y corrieron y se fueron. Luego que estos señores se fueron, estos señores bajaron, de bajarse. Se bajaron, y se hallaron algunos intereses.
Y entonces les dijo Juan a Pedro y a Francisco, les dijo: —Hermanos, aquí nos vamos a repartir, uno... cada quien por su camino, a ver qué Dios da a cada quien.
Por supuesto que Juan, el más viborón, se llevó una cargada de dinero. Se jue para otra parte. Y el Francisco se llevó otra parte de otros intereses y fue para otra parte y dejaron a Pedro solo. Y entonces Pedro se jue hasta llegar a un camino real. Luego en el camino real s'incontró una señora y le pidió de almorzar.
Y la señora le dijo: —No tengo que darte. Te voy a regalar nada más esta varita. Con esta varita ondequiera que quieras comer, allí comes. Ondequiera que tú quieras almorzar allí almuerzas. Ondequiera que quieras dormir allí duermes. Te da tu dormitorio muy bien, y atiende muy bien. Y esta varita no la olvides.
Y entonces Pedro agarró su varita y se jue por todo el camino rial. Y ya que se moría de hambre, le dijo: —¡Oo, varita! Con la virtud que Dios te ha dado, ponme una ollita de frijoles cocidos y una canastita de tortillas, porque me voy muriendo de hambre.
Y entonces Pedro hizo una hoyita en la tierra y puso una ollita que le regalaron y unas tacitas. Luego puso la ollita y luego le dijo a la varita: —Varita, con la virtud que Dios te ha dado, te hierves la ollita pronto porque ya me muero de hambre.
Luego la ollita hirvió muy pronto. Coció aquellos frijolitos, le calentó sus tortillas y allá almorzó. Y luego que almorzó con el almuerzo y la ollita en la mano se jue por todo el camino real. Y entonces llegó a una parte donde había una gente. Y luego a esa gente le comunicó su vida de él, porque les causó novedad que aquel joven fuera solo por aquel camino real sin que no conociera... nadie. Y entonces les dijo Pedro, les dijo: —Señores, si me dan alojo en su casa les doy yo un modo de que serán ustedes muy ricos. No más me dan cincuenta pesos.
—¿Por qué?
—Por esta varita.
—Pero, ¿por qué damos cincuenta pesos por esta varita? ¿Cómo te llamas tú?
—Me llamo Pedro de Urdemalas.
—Y esa varita, ¿qué virtud trai?
Dijo: —Esta varita trai una virtud que todo lo que le pido me lo concede.
Yo por eso por ondequiera que ande traigo mi varita, porque esta varita me mantiene, me viste, me cuida y por ondequiera que ando. Pero, oiga. Voy a vender por cincuenta pesos porque me voy a regresar a ver ónde encuentro a mis hermanos.
Y entonces le dieron cincuenta pesos por la varita. Y luego aquellos que compraron la varita se fueron a pedirle mercedes a la varita. Y la varita no quiso hacerles ningún favor. Pero que se quedaron ellos nomás pensando que aquel muchacho les había camanduleado, les había quitado cincuenta pesos de balde, que la varita no servía pa nada. Y entonces se jueron a buscar al mancebo a ver si lo alcanzaban, y no pudieron alcanzar nada. Y aventaron la vara porque no servía.
Ya está terminado.

 

Nº de referencia: 132

Al habla:
Margarito Gómez
(78 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Mezcala (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 25 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 115

Notas
Type 1653B The Robbers Under the Tree is probably the most frequent component of the Pedro de Urdemalas cycle of stories in Los Altos. The informant of this tale is a ranchero who narrates a representative selection of episodes from this cycle.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

1013. - Bathing (Warming) Grandmother.

1537. - The Corpse Killed Five Times.

1653. - The Robbers under the Tree. (Including the previous Types 1653A-F.)

 

Materiales adicionales

 

 

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