Friega Tiznados

 

Era un rey que tenía tres hijas. Ya no tenían más, nada más tres hijas, y las querían mucho. Y un día quiso saber qué tanto lo querían. Llamó la más grande: —Hija, ¿qué tanto me quieres?
—¡Ay, papacito! No hallo cómo comparar aquel cariño que le tengo. Como de aquí al cielo o más pa allá. No puedo comparar.
—A ver, venga la otra, la de en medio. Mira, hijita. Tú, ¿qué tanto me quieres?
—¡Ay, papacito! Yo más que mi hermana. Yo lo quiero tanto que la verdad como de aquí al cielo y más allá. Bueno. No sé cómo... explicar lo que le quiero.
—Bueno. Ven tú, hija, Blancaflor. Así se llamaba la más chica. —¿Qué tanto me quieres?, dice.
—¡Ay, papacito! Yo lo quiero más que mis hermanas.
—Pero, dime, ¿qué tanto?
—Pues yo lo quiero como la sal.
—¡Madre de Dios!
Se enojó tanto el rey que la mandó matar. Le habló a Conrado, el que había sido pilmame de la niña desde que vivió la madre. Desde chiquita la traía él diario como si hubiera sido mujer, y a otro hombre, para que la llevaran a un cerro y la mataran. Y le trajeran de señas el dedo chiquito de la mano derecha y los dos ojos. ¡Cómo quieres el sufrimiento de esa inocente criatura! Él siempre hizo en un venir. Sacó tres vestidos, uno con color de las estrellas, otro color de la luna, otro color del sol. Y todo lo demás necesario que necesitaba con la esperanza de que le perdonarían la vida los hombres aquellos. Y se llevó un perrito. El perrito tenía los ojos muy parecidos a ella. Se llevó el perrito. Conrado que era el que la había criado de chica no quería pero el otro hombre tenía miedo que el rey... que si no la mataban después les fuera a malar.
En fin llega y les suplicó tanto tanto que se les hincaba en el camino. Por fin la dejaron libre. Le cortaron el dedo chiquito de la mano derecha y allí con hierbas y como tú quieras. Conrado se vino llorando de tristeza y luego los dos ojos que le sacaron al perrito, muy parecidos a los de la niña. El rey creía que eran los mismos de la niña. Y se vinieron con aquellos dos ojos. El perrito se quedó muerto.
La niña se fue ande y ande y ande todo el día por un cerro, ande y ande todo el día hasta que ya al pardear la tarde, ya casi de noche, divisó una ciudad, unas torres muy bonitas y ¡Uuuu!, era ciudad en toda forma como la de ella. Y luego llegó tan cansada al entrar en la primera cuadra. Estaba un viejito y una viejita sentados. Ella con su valor y ¡sirve de cenar! y ¡muchachos me den para pasar sus dobles!
—¡Ay, señores! ¿Que no me hicieran favor de darme hospitalidad? Vengo muy cansada.
—Sí, niña. ¡Cómo no! Siéntate.
Y luego entonces les dijo: —Yo tengo mucha hambre. Espérenme tantito. Luego se metió, arrancó una piedrita de uno de sus vestidos... piedras, pos diamantes, bonitos. Le dijo al viejito: —Mira. Vaya a una platería y que le hagan el favor de cambiarle esta piedrita. Le dan mucho dinero y nos trái queso, de cenar para los tres. Trái leche, chocolate, pan, en fin lo que ustedes quieran, porque yo ya no aguanto el hambre. En todo el día no he comido.
—Muy bien, niña.
Fue el viejito y el platero, pos: —Estas piedras tan preciosas. Yo le agarro a usted esta piedra.
—Pos, una niña que la dejó.
Ya que llevó a qué comer y todavía allí se estuvo la niña, comiendo.
Ya le dijo otro día: —Bueno. Yo tengo intención de ponerme a servir. ¿Aquí hay rey?
—¡Sí, cómo no! El rey Fulano, y la reina es muy amiga mía. Ellos me quieren mucho y yo también la quiero.
—Bueno. Pos, entonces llévenme allá. Aunque yo no sé qué hacer, pero a ver qué modo.
Pero antes le compran un bote de pomada prieta.
—Te voy a teñir como si fueras húngara, como africana. Tú no lo niegues.
—Sí, dijo. —Sí.
Luego le pusieron la pomada. Se puso, por sus brazos, sus ojitos teñidos, en la cara, todo. Y la llevó allá al palacio. Y se llevó sus velises con sus cosas que llevaba. Pero a rogar de la señora. Al entrar al palacio estaban los soldados y no la querían dejar entrar: —¡Ay, Dios! ¡Esa negra! ¡El príncipe no puede ver la gente negra, porque le dan ataques! ¡No, no, no! ¡Esa negrita no entra aquí!
—¡Pero, señor! Si los deja. Quiere servir.
Y les rogaron mucho y las dejaron ir. Se vio con la reina. Y luego que le dijo la reina: —¡Ay! Pero ¿qué viene haciendo con esa negrita?
—¡Mire, señora! Pues es una negrita que viene de Africa y viene solita porque la corrieron de su casa. ¿Qué sé yo? Una historia triste. Ella quiere servir de algo. Quise ofrecerla.
—¿Pero qué hago si mi hijo viendo una gente muy prieta le dan ataques? ¡No resiste el príncipe!
—Pero, decía la muchacha, —pero no me doy a ver, señora.
—Y, ¿qué sabe usted hacer?
—Pues, nada... pero aunque sea de friegatiznados.
Eso quería decir fregar los trastos y muebles de la cocina. Pero no más ella: —Sí señora. Aunque sea de friegatiznados.
Por fin tanto le rogó que nada... admitió. Le dijo: —Pero no se ha de ver con mi hijo. Cuando estemos comiendo no se sale de la cocina.
—No, señora.
Bueno. Aquí se quedó. Pasaron días y un día se le olvidó a la cocinera que no tenía que ir Friega Tiznados a la mesa. Y donde se le olvida: —¡Mira, Friega!
Así le decían, Friega Tiznados. Todavía le hablaban Friega Tiznados. —Anda lleva esto a la mesa.
Está comiendo el príncipe, y la regla de él.
—¡Ay! ¿Qué es eso?, dijo el príncipe. —¡Ay, mamá! ¿Quién es esa negrita? Pero, ¡qué simpática!
No le dio ataque. Al contrario le simpatizó la negrita. —¡ Mira no más!
—Pos, hijo. Pues, es una negrita que yo no quise admitirla pero pos que viene de por allá y que no sabe hacer nada que no más ni siquiera para fregar los trastos tiznados. Y así la llamamos la Friega Tiznados.
—¡No, pobrecita! ¡Déjala que venga! ¡Sí, Friega Tiznados! Tráime lo que se necesita para el equipado de la mesa.
¡Oo! ¡Pos, llegó Friega Tiznados llevando con ella sus cosas! Y el príncipe encantado, porque le decía: —¡Prietita pero qué simpática! Tiene los ojos preciosos. Está muy bonita.
Bueno. Así quedó. Así siguió viviendo. Un día le dice la reina: —Friega Tiznados, ¿no te gusta bañarte?
—¡Aa, sí, señora! Si usted no me permite, sí.
—Pues, mira. Te vas. Aquí para dos cuadras están los baños abiertos. Allí están los letreros, "Baño del príncipe," "Baño del rey," "Baño de la reina," "Baño de los sirvientes." En ése te bañas tú.
Bueno. Se fue ella. Sacó un vestido del color de las estrellas. Y ella pensaba estrenarse allí en el baño. Llevó todos los menjurjes. Y luego que vio, dijo: —Pos, baño del príncipe. Yo no soy rey ni reina, ni sirviente. Soy princesa... ¡Pos yo en el baño del príncipe me voy a bañar!
Y se metió y se dio el baño. Y se fue a bañar. ¡Ay! Ya que se bañó y que llega al tocador del príncipe. Estaba tan catrina con su vestido, que había como de estrellas. ¡Preciosa que estaba! Se quitó lo prieto y todo.
El príncipe venía de paseo. Ve ese baño cerrado. Se enoja. Saca la pistola: —Voy a matar ese que está en mi baño, pues. ¿Quién se estará bañando en mi baño? ¡Majadero! ¡Grosero!
Se baja el príncipe enojado con la pistola en la mano. Estaba enojado. Llegaba allí. Se asoma por la abertura de la... ¡Aa! ¡Cuál fue su admiraciónl ¡Ve aquella muchacha primorosa! Ya se había vestido, ya se había bañado ya. ¡Hermosísima! Dice: —¡Aa, pos, es princesa! Pos, ¡qué le había de matar ni que le había de dar balazos!
Porque allí quedó. Ya no dijo nada. Allí se quedó. Luego que ya se estuvo al rato hasta que vio que la princesa empezó a pintarse. Dijo: —¡Aaa! Pos, es Friega Tiznados.
La dejó que se pintara y se fue.
—¡Mamá, si vieras lo hermosa que es Friega Tiznados! ¡Es princesa!
—¿Cómo, hijo?
—Se metió a bañar en mi baño.
—Pues, ¿no le dijo que en el de las sirvientas?
—Y ya que es princesa, ¿cómo se había de bañar en el de las criadas? En mi baño se adora, pues.
Y él siempre le dio tanto coraje.
—Me asomé. ¡Talla tan primorosa, con un vestido como las estrellas!
Y luego después de un rato allí luego ya la vio que se pintó con la pomada esa.
Y le dice: —Pero es Friega Tiznados, princesa.
—A verla va usted. Y le dice que se vaya a bañar otra vez.
Bueno. Y pasó poco rato y ya llegó Friega Tiznados : —Ya vine, señora.
—¿Cómo te fue?
—¡Ay, señora! ¡Me bañé tan a gusto! Es la verdad, dice.
—¿Vuelves ahí mañana?
—Si usted me lo permite, sí, señora.
Bueno. Pues otro día, dice luego el príncipe a su mamá: —No se le olvide mandar a Friega Tiznados. Después vamos a verla usted y yo.
—Bueno.
Ya que se llegó la hora: —¡Friega Tiznados! ¡Ya vete a bañar!
—Sí, señora.
Y agarró el vestido color como de la luna, tan vivo como la luna. ¡Aaa! ¡estaba hermosísimo! ¡Con su pañuelo y todo, más bonito que el primer día! Y luego que ya tanteó la hora en que se iban a asomar el rey y la reina: —¡Ay, qué cosa tan...!
—Pero mamá, ¡mire qué preciosa! ¡Es princesa, pero yo sí me voy a casar con ella! Pero, ¡qué chula esa!
Allí se quedó hasta que la vieron que se volvió a pintar con aquel menjurje prieto. Bueno. Se fueron.
Y le dijo: —¿Tú, Friega Tiznados?
Le dice: —Sí, señora, la segunda bañada.
Vestía con su vestido de la luna. En eso se quedaron.Y le van a decir al rey. Se fueron con el rey: —¡Papá, papá, yo me quiero casar con Friega Tiznados!
—Pero, ¡qué disparate, hijo!
—Sí, decimos. Es princesa, dijo la reina.
—Sí, es princesa. ¡Primorosa que está! Mañana pase también a verla bañar.
—Friega Tiznados, ¿ya venites?
—Sí, señora.
—¿Cómo te fue?
—¡Ay, señora! ¡Yo le voy a dar la gloria a usted! ¡Tanto que me gustaba bañarme! Si me permite vuelvo a ir.
—Sí, cómo no. Mañana vas otra vez.
Se llevó el vestido rosa, como el sol. ¡Aa! Y todos sus menjurjes y la pomada que se puso. Y luego ya le dice el príncipe al rey: —¡Aa! Estése pendiente. Yo le digo a usted. Todos los tres, vamos.
Pos que ya a la hora que tanteó el príncipe que ya estaba... que estaba vestida de rosa... ¡primorosa! Y ya que se disponga la sirvienta para pintarse, cuando en eso luego el rey le dice, dijo: —Ya no le deje que se pinte.
Tocan la puerta y dicen: —¡Friega Tiznados! ¡Abre la puerta!
Ella se asusta: —¡Válgame, malhaya que sea!
—Nada te pasa. Abre la puerta.
Pos, va la pobrecita de aquí al Santo Cristo. Y luego le dicen: —Bueno, ¿qué pasa? Échanos tu historia. Nos la vas a decir.
—Sí, señor. ¡Cómo no! Y luego ya les dijo: —Pues, mire usted. Yo soy hija del rey Fulano, de la Soblafia.
—¿Cómo? ¡Es mi compañero, y mi amigo! ¡Si yo lo quiero tanto! ¡Sí, señor!
—Pasó esto. Que nos quería saber lo que le queríamos y yo le dije que lo quería como la sal. Y se enojó y me mandó matar. Y es la causa de que yo ando por aquí. Y que le dieron de señas... aquí mire usted, no tengo el dedo... me falta el dedo chiquito de la mano derecha. Los ojos, otros que le sacaron a mi perrito. Y, y esa es la cuestión de que ando por acá.
—¡Válgame Dios! ¡Pero no puede ser justo eso! ¡Pero si te casas con mi hijo!
Sí, pues luego luego arreglaban las cosas. Se casó. Y luego mandó invitar al rey el otro que, que viniera porque s'iba a casar su hijo. Pues llegó. Ya cuando llegaron, le dicen: —Casa a tus hermanas. Ya se pueden casar y todo.
Y luego entonces, luego que llegaron las hermanas luego que la vieron: —¡Aa, qué arreglo! ¡Esa, mira cómo se parece a Blanca Flor, mi hermana! ¡Mmm! Pero, ¡qué va a ser! ¡Mira qué parecido! ¡Qué parecido a Blanca Flor!
Empezaron a graciar: —¡Hija, ya no me acuerdo! Una barbaridad de las que yo cometí. Estoy arrepentido de haber mandado matar a mi hija. —¡Pero, mire, tan parecida!
—Pues sí, pero no es, hija.
—¿No?
Bueno. Pos que se llegó la hora de comer y que luego entonces ya sabía y mandaron poner luego su gordita de plátano, luego de empezar a comer y muy elegante que estaba. Fue el comelitón. Luego el rey el papá del niño dispuso porque la niña y el hijo, esa que le iban a matar, se hacen de todos los platillos. Apartan un poquito para él, un plato no más, sin nada de sal, nada. Sin sal. Bueno. ¿Quién sabe cómo le pasaron los platos para servirle al rey? Pues que le pusieron su plato junto con su tenedor. Y que no le gustó. Y que lo dejó.
—Mire, compañero. ¿Qué es? ¿Por qué no come? ¡Que le traigan otro platillo! Trajeron otro platillo. La misma cosa. No tenía sal. Lo volvió a probar y lo dejó.
—¡Compañero! ¡A ver, me permite si puedo servir tu plato!
—Sí, puedes.
Entonces: —¡Ay, compañero! Pero, ¿qué pasa? Aquí se equivocaron. ¡No tiene la brizna de sal! ¿Que no te gusta la sal?
—Sí, compañero. ¡Cómo no! ¡Sí, la sal!
Entonces el otro le declaró: —Entonces, ¿cómo a tu hija la mandaste matar porque te dijo que te quería como la sal?
—Fue una injusticia mía. Estoy arrepentido trescientas veces.
—Pues mira. La tenemos aquí.
¡Uu! No se imaginan ustedes los perdones, los abrazos mientras el rey hincado pidiendo perdón a su hija y ella también abrazada a llore y llore.Y las hermanas, ¡ay! Pasaron unos días, como quiere, entre ellas. Pero en fin, ya contentaron, que vayan a ir muchos días en las bodas, porque en los capitales, eso de los reyes duran mucho... los días de las bodas. Y luego ya mandó decir a su tierra de él que, que... allá en la navicidita [sic] había una limosna, que no más hacían preparativos, que se casen ellos luego para que fueran a vivir en seguida a la ciudad de él. Y que a... Fulano asistiría en... al que había mandado matar a la niña estuvieran listos allí a la hora de la Salve, dijo aquel rey, que allí estuvieran, que allí estarían. Y, ¡je, je!
Pos que por fin se llegó el día de que habían de irse de aquella ciudad. ¡Oo! ¡Luego luego ya los repiques! ¡Turún tun tun! y ¡repique, repique! ¡Y música y todo lo que era allí estaba entre ellos! ¡Muy bonito! Es que la princesa, ¡tan bonita que era! Y tenían muchas amistades. Hasta yo andaba en la boda. Pos, me convidó la señora, la reina, y yo también andaba allí. Y vestida, yo viendo así todo. He sido muy amante de andar con las novias. Y ellos también andaban allí.
Bueno. Pos que ya llegamos y luego estaba allí el... los que habían mandado matar a la niña, que luego luego que les dijeron que venía. ¡Uu! ¡Qué piano! Les tocó música. Ya les dijo el rey que les daba las gracias y les iba a hacer ricos porque le habían hecho aquel favor de no matar a su hija. De modo que ya llegaron allá. ¡ Y turrún turrún talán talán talán talán! ¡A repique y repique todo! ¡Tin tan! ¡Y luego el comelitón! ¡No se imagina la alegría allí entre ellos! Y luego en la noche baile. ¡Precioso!
Nueve días duraron los festivos en aquella ciudad. Fue todo un fiestón. Y luego que ya se casaron, ya se habían de volver a la ciudad de la niña para seguir allá. Ella va allá a vivir. De manera que todo estuvo muy bonito. Y entro por un caño dorado y el que no me contare otro no es desgraciado.

 

Nº de referencia: 129

Al habla:
Aurelia Arias
(80 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 7 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 112

Notas
This tale contains elements that coincide with type 510, the expulsion of the youngest daughter because she says that she loves her father like salt, and her identification by the prince or queen, who see her in her finery after bathing.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

923. - Love Like Salt.

 

Materiales adicionales

 

 

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