Los cinco consejos

 

Este era un anciano que vivía en una pequeña aldea y tenía una pequeña propiedad y unos solarcitos, mas como este viejo se estaba muriendo, tenía un hijo nada más, le dice: —Hijo, te voy a dejar todos mis solarcitos, para que pases tu vida.
Se murió el viejito. Aluego pensó aquel hombre, se acordó que decía el dicho vulgar que aventando un cuerno para arriba para donde apuntaría, se iría. Y así lo hizo. Tomó la vereda que salía de aquel recinto y al llegar a medio de la ladera estaba un árbol que caía un brazo hacia el camino y este se le ocurrió que tal vez estorbaría a los caminantes y se subió y comenzó a cortar el árbol, el tronco, la rama, y estando parado en ellas.
Pasa otro caminante y le dice: —Pero hombre, ¿qué estás haciendo? ¿Tú no ves que cayendo dicha rama te caes tú junto con ella?
Dijo: —Ya me lo dijo un zahorín.
Y le echó la burla. Más tarde siguió cortándole. Corta la rama y cae con ella. Y entonces dice: —Aquel hombre me adivinó. Y lo siguió y le dice: Amigo, usted es un zahorín.
Dijo: —No soy zahorín, pero ¿tú no consideras que al caerse la rama cae contigo?
—Está bien.
El amigo se fue. Mas saliendo a la cuesta alcanzó, llegó a una hacienda que estaba allí y dice: —Patrón, yo quiero trabajar, al dueño de la hacienda.
Le dio trabajo. —¿Cuánto quiere ganar?, le dijo el patrón. Dijo: —A real el año, que son doce centavos por año.
Duró cinco años trabajando. Trabajaba día y noche, encantado del trabajo, cuando sucede que a los cinco años le dice: —Patrón, quiero que me haga el favor de darme mi cuenta.
Dijo: —Pos, ¿cuánto duraste? —Pues, cinco años.
—Le doy a usted cinco reales, que son sesenta y dos centavos. Pero ¡hombre! ¡Ha sido más!
Dice: —No, señor. Lo que le gané eso me da porque no puede ser más.
Pues, se armó y le dio no más los sesenta y dos centavos y se despidió y se fue. Mas tomando el camino llega a una parte. Alcanza a un sopladerero que va por el camino haciendo sopladeros, andando y trabajando. Y le dice: —Señor, ¿sabe usted cuentos? ¡Cuénteme un cuento!
—Dame los doce centavos.
—Aquí está.
Se los dio. En seguida le dice: —No te largues camino por vereda. Más delantito le dice: —Señor, cuénteme otro cuento.
—Dame otros doce centavos.
—Tenga.
Le dice el sopladerero: —No preguntes lo que no te importa.
Más delante le dice: —Señor, cuénteme otro cuento.
—Pues, dame otros doce centavos.
—Téngalos.
Dice: —En la tierra que fueres haz lo que vieres. Más delante le dice: —Cuénteme otro cuento. —Pues, dame otros doce centavos.
Y se los dio. Mas le dice: —¡Mm! Casado debe vivir con cuidado.
Y luego más delante le dice: —Señor, cuénteme otro cuento. —Pues, dame otros doce centavos.
—Téngalos. No me queda nada.
Y se los dio. Después dijo: —Dice el dicho vulgar, el rico entre más tiene, más quiere.
Y se despidió. Se retiró. Mas comenzó a servir de los cuentos. Vía, veía que iba donde cierta población, y veía que el camino estaba muy derecho, que camino y vereda mucho, una vereda que salía muy derecho. Pensó seguirla pero se acordó del primer cuento y dijo: —Dice el cuento, no largues camino por vereda, el número uno.
Y se eligió por el camino. Llegando por el camino llegaba a una casa de bandidos sin saberlo. Pide posada y se le da posada. Allí pasa la noche y este ve muchas demostraciones allí de cadáveres y manos pintadas de sangre, muchas demostraciones de que allí metían, sacrificaban muchas víctimas aquellos ladrones. Mas entonces entre la mañana le dice, le dice el jefe de los ladrones: —Amigo, le voy a dar a usted un regalo porque no preguntó lo que no le importó. Mire. ¿Sabe usted que aquella vereda que va allí? Si había tomado, usted era víctima aquí ya. Mas como no preguntó nada aquí de lo que ve tampoco no le sucedió nada. Dice: —Le vamos a regalar cien pesos y darle el camino para que se vaya. Ya es hora de caminar.
Le dieron el camino y se fue. Mas llegó este a una población. En aquella población andaban los soldados marchando. Este sin saber por qué voltea el cabo de la hacha y camina así, y se fue caminando, camine y camine y camine, marchando detrás de los soldados.
Cuando van los soldados, uno de sus jefes, y le dicen al rey: —Señor, sacarreal majestad. Anda un hombre desconocido marchando detrás de nosotros. No sé con qué origen lo hará.
Mas entonces dice el rey: —Háblenle a ese joven.
Vino el joven y le dice: —Joven, ¿por qué andas tú marchando detrás de la tropa?
—Señor, yo no sé por qué. Dice el cuento, el tercer cuento, dice así: A la tierra que fueres haz lo que vieres. Yo veo que andan marchando y por eso yo ando marchando también. Yo no sé de qué se tratará. Favor de decirme usted de qué se trata y entonces ya no lo haré o lo haré.
Dice: —Pues, mira. Sabrás tú que año por año hay un sorteo aquí. Baja un serpentón, un serpientón de la sierra y se come a una muchacha que por sorteo le toca y ahora este año le ha tocado a mi hija. Y yo, para que le defiendan de tal suceso quiero que marchen los soldados, se agiliten, para que luchen con aquel serpientón.
Dijo: —Pues, señor. Si usted gusta, yo no soy soldado ni soy gran guerrero pero si usted gusta, conviene esa cosa a mí. Yo le defiendo a su hija. ¿Qué da usted por ella?
Dijo: —La mano de ella. Se casará con ella el que la defienda.
—Pues, me manda hacer usted una espada de dos filos de un metro de larga y yo cuido a esa muchacha. Y no puedes más, más que confiar en que se favorece.
Bueno. Le mandó hacer todo. Le puso, se puso allí arriba de un tablado, pusieron la muchacha. Allí estaba ella vendada, esperando la obra de Dios cuando a medianoche este anduvo paseándose allí sin dormirse. Decía: —El casado debe vivir con cuidado, el cuarto cuento.
Siguió caminando y cuidando la muchacha cuando llega, comienza el ruido y este sale al encuentro y empieza a luchar con la dicha serpiente desde unas muchas cuadras de retirado del tablado. Y mochar cabezas y cabezas y cabezas, mas el rey le había dado de, que trajiera de pruebas que había matado el serpientón las lenguas, las siete lenguas que pertenecían a las siete cabezas, mas el joven luego que las acabó de matar, que acabó de cortar las cabezas, mochó, sacó las siete lenguas, se las guardó y se fue a platicar con la niña, muy recontento.
Viendo en que pasa un carbonero que iba para la población que al tiempo que llega que ve la serpiente muerta comienza a sacar ojos por ojos, ojos y ojos. Sacó los ojos de las siete cabezas. Los guarda en un papel.
Pues todavía no se levanta el rey cuando él ya está tocando allí, diciendo: —Señor, señor. Yo he matado la serpiente de siete cabezas.
—¿Es cierto?, dice el rey.
—Sí, señor.
—¿Qué me trae de señas?
Dijo: —Los ojos.
—¿No tenían lenguas esas cabezas?
Dijo: —Pues, no me fijé, señor. Iré a ver.
Dijo: —No, espera por allí. Ya se verá.
A poco llega el muchacho allá al amanecer, él con su esposa de codo. Le dice: —Señor, aquí estoy a sus órdenes. Aquí está su hijita. Está sana y salva. Yo traigo aquí las señas que usted me dijo.
—A ver. ¿Qué son? ¿De veras?
Saca las lenguas y las presenta. Entonces dice: —Pues, tú, la verdad, tú si lo mataste. Mas este señor tendrá que ser pasado por las armas. Mátenlo.
Y murió.
Mas entonces le hizo un palacio. Lo casó con ella. Le hizo un palacio. Lo echó a vivir allí. Mas en la mañana siguiente se acordó del quinto cuento, que decía: “El rico entre más tiene más quiere”.
Mas el patrón de una hacienda que vivía así, en abajo, ese señor, como no sabía que se había casado ese príncipe, con la princesa, y entonces dice a la muchacha: —Oyes, mujer.
—Dime.
—Dice el cuento quinto que el rico entre más tiene más quiere. ¿De quién es aquella hacienda de grande rejuego que está abajo?
Dice: —Pues, es de don Fulano de Tal, equis.
—Pues, yo me hago de esa hacienda si tú me ayudas y me ayudan mi papá y mi mamá. A ver. Vamos a ver. Tómate del codo. Vamos allá.
Llegan allá: —Papá, papá. Tengo un negocio con usted, con usted y mi mamá. Yo quiero hacerme de una hacienda que divisé yo allí abajo que dizque es de un don Fulano de Tal, equis. Yo pienso hacerme de esa hacienda porque dice el quinto cuento: —El rico entre más tiene más quiere. Yo ya me vengo en la posición de que quiero más. Dice: —Si usted me ayuda a ganarme esa hacienda, usted y mi mamá, yo me hago de ella.
—¿Cómo quieres que te ayudemos?, le dijo el rey.
Dijo: —Muy bien. Se van a las doce del día a más tardar el día de mañana a llevarme de comer pero sin falta porque voy a exponer mi vida contra esa hacienda de ese señor, bajo documento, para que así mismo me hagan ese favor. Si cuento con ella, lo hago, y si no, no lo hago.
—Cuentas con ella, le dijo.
—¿Bajo palabra de honor, señor?
—Bajo palabra de honor. Vete así con tiempo.
Llega a su casa. Dice: —Mujer, yo quiero que me hagas favor de mandarme hacer una gorda de todo el tamaño de un almud, cuatro litros, quebrada y como se pueda.
Dicha gorda le hizo una hoya y metió un lazo y se la colgó del pescuezo. Se puso de mala traza, toda su ropa anterior que traía, y se mugró sus manos, sus pies y todo y se fue a pedir trabajo allá con aquel campesino, con aquel patrón dueño de aquella hacienda. Y le dice: —Señor, ¿tiene usted trabajo? Yo quiero trabajar.
—¿Sabes trabajar, hombre?
—Sí, señor. Sí sé.
—A ver. Préstenle áhi una yunta a este señor para que abra una besana, y en vista de ese trabajo yo sé si sabe trabajar o no.
—Sí, señor.
Tomó la yunta. Abrió una besana muy derecha y muy buena de la cual el patrón quedó satisfecho de que sí sabía trabajar.
—¿Y cuánto quieres ganar?
—Señor, usted sabrá lo que gane. Lo que ganen todos.
—Muy bien. Trabaja, pues.
Colgó su gorda en un árbol allí y le preguntó al patrón que para qué quería aquella gorda pues que acababa de comer. Muy bien. Bueno.
Entonces empezaban a llegar los almuerzos de los compañeros y le decían: —Amigo, venga y se sienta aquí.
Dijo: —No, yo no como hasta que no venga el rey y la reina a traerme de comer.
—Pero, ¿cómo aguantas tanto?
Empezaban a burlarse de él y reírse de él y a guacharle y en fin, a decir cosas de él. Todos, pues, se echaron encima.
Cuando vino de repente. Fíjase el patrón y dice: —¿Qué tiene ese hombre? ¿Por qué lo están guachando?
Dice: —Pues, dice que no va a comer, que favor de no comas, que comieran ellos pero que no hace nada hasta que no vengan el rey y la reina a traerle de comer.
¡Uu! Está gustado ese hombre y entonces le echó la risa. Se burló también de él.
Y entonces le dice él: —Señor, ¿cómo no hacemos una cosa? Vamos haciendo una apuesta. Yo apuesto mi vida contra su hacienda. Yo a que sí me traen de comer y usted dice que a que no, ¿verdad? Haga los documentos.
Dijo: —Sí, pero has de ser ahorcado.
—Como usted guste. Yo apuesto mi vida contra su hacienda. Bueno. Haga los documentos.
Y hizo los documentos. Este quedó con uno y al patrón le dio el otro. Cuando de repente empezaba a levantar la cabeza. Decía, decía él: —¿A qué hora vendrá el rey y la reina? ¿A qué hora se escolgarán de allí?, decían los otros, y le guachaban.
Pues a poquito empezó a llegar todavía como a aquello de las diez, llegó el primer carro donde traían todas las mesas y sillas y empezaban a poner debajo de las arboledas todas aquellas mesas y aquellas sillas. Y entonces el patrón, se le cayó el perfil. Entonces empezaban a llegar las criadas y los criados con las mesas, con las comidas y con todo. Después empezaban a llegar los ejércitos de soldados y entre el último llegó el rey y la reina y la princesa con el vestido del príncipe aquel que andaba arando. Siguió, sigue... ¡Bueno!
Entonces luego ya, empezaban a tender, a vestirle y luego dice ella: —Mira, Julano. Aquí te traigo tu ropa. Ven.
Y entonces aventó los trapos y se fue a vestir. Y todos, avergonzados, empezaban allá a rendirle, a decirle: —Señor, ¿qué lucha hacemos?
—Sigan trabajando aquí si quieren trabajar.
Entonces ya se vistió de príncipe y entonces como hace esposo de todo y luego dice al rey: —Papá, vamos con el patrón a ver si gusta pasar, ya.
Fueron: —Señor, ya puede pasar por allá.
—Muchas gracias, señores. No puedo yo ir por allá. ¿De qué se trata?
Dice: —Esta hacienda es mía, papá, le dice el príncipe al rey. Entonces luego dice así: —Señor, papá, esta hacienda es mía. Yo la he apostado con este señor que es dueño de ella. Que era dueño de ella. Ahora es mía. Le presento a usted documento. Aquí está.
Lee el documento el rey y dice: —Pues, sí. Justamente es suya.
Y entonces dice el patrón: —Señor, ¿gusta usted pasar a comer?
—Mil gracias, señor. Yo no puedo comer nada. Estoy enteramente triste. Y así mismo, pasen ustedes allá. Yo me separo aquí.
Tomó su familia y se retiró. Mas entonces la música ranchera anda a gusto.
Comenzaron a comer todos y entonces les dice a los sirvientes: —Saben que ahora el patrón soy yo. No se amedrenten porque se haigan procurado burlar de mí. Soy su amigo en todo tiempo. Soy su patrón. Pasen ustedes a comer. Aquí es su casa.
Comieron todos juntos allí y muy recontentos quedaron con el patrón y se fueron para su casa el rey y la reina y la princesa y el príncipe.
Y al pasar a sus casas, y entro por un caño y salgo por otro, que le dé patada de un potro a que no me cuente otro.

 

Nº de referencia: 126

Al habla:
Serapio Cornejo
(68 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 4 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 109

Notas
In Los Altos this story is called locally "Los cinco consejos." It is a fairly elaborate version of type 910B, The Servant's Good Counsels. The tale is introduced by type 1240, Man Sitting on Branch of Tree Cuts it off, although type 1313A, I, is perhaps more appropriate here because the passerby in the tale is taken for a prophet. Type 1313A, however, is not developed further and the story proceeds to the hero's five years of labor and his purchases of the five pieces of advice. Each of these precepts has to do with some form of domestic activity and leads the hero to some new adventure. One of these is the slaying of a seven-headed serpent [H105.1], which forms an element of type 300, The Dragon Slayer. This tale ends with an episode in which the hero bets the owner of a hacienda that the king and princess will bring his lunch at midday. No tale type has been assigned this well-defined episode which also is included in Wagner's tale "Los tres cuentos de a real," and Radin-Espinosa, No. 133, "Cuento de un borracho que de la cantina no salía," both cited above. Each involves motif N2.5 Whole kingdom (all property) as wager.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

300. - The Dragon-Slayer.

910B. - The Observance of the Master's Precepts (previously The Servant's Good Counsels). (Including the previous Type 910H.)

1240. - Cutting Off the Branch (previously Man Sitting on Branch of Tree Cuts it off). (Including the previous Type 1240A.)

 

Materiales adicionales

 

 

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