Juan el flojo

 

Era una señora que tenía un hijo llamado Juan. Le decían el flojo. Y todos los días le mandaba a la leña y este se entretenía por allá diariamente platicando con los amigos, jugando. Salió ya muy tarde, ya llegó al oscurecer, la mujer ocupando la leña para sus quehaceres, labores de cocina. Se enojaba a diario con aquel muchacho tan flojo. Como él traía leña limitada, no le duraba para dos días.
Pos que este, tantos... tantos días quería irse a divertir con sus amigos y casi los más jugando. Y ahí se acostó a dormir y: —¡Bueno! Pos mi mamá no ocupa la leña.
¡Bueno! Ya que dispertó va viendo una olla llena de pesos allí junto de él. Él se va a avisar a los amigos, contento porque se había hallado aquel dinero. Ahora dice: —¡Abran, miren! ¡Vengan para que vean lo que me hallé!
Los amigos un poco envidiosos dicen: —¡Hombre, vamos a ver qué es lo que halló este!
—Me hallé una olla de pesos, les decía él. —Ahora sí ya soy rico. Yo no tengo que cargar leña.
Era lo que... a él le dolía, pues, como era tan flojo. Le pesaba cargar la leña. Ya fue y les enseñó la olla, ¿verdad? Y los amigos esperando ver el dinero. Pos, nada, que ahí en vez de ver dinero veían pura suciedad. Luego dijeron: —¡Mmm! Ora este nos hizo tarugos no más por vacilarnos.
Y ya se volvieron ellos reteenojados y ahí le dijeron pilas de cosas y injurias y todo eso. Ya él agarró su porcioncito y pensó, dijo: —Otro día vengo. Yo no vengo tan cansado. Y me lo llevo poco a poco.
Llegó allá con la mamá ya a oscuras. Todos los días le ponía una regañada la mamá porque llegaba renoche con las cosas, con la leña. Ya se acostó a dormir. Ese era el quehacer de él, dormir y traer su porcioncito de leña diario.
Los amigos aquellos, un poco disgustados con la jugada que ese había hecho y vacilados que eran, querían vengarse con él, por aquella vacilada que ese había hecho. Creían ellos que era vacilada. Dicen: —¡Hombre! ¡Vamos haciendo una travesura allá a Juan!
—A ver, ¿qué travesura?
—Vamos a ir a echarle la olla de la suciedad. Le bañamos porque se quite la afición de engañamos como tarugos.
—Siempre de veras dices bien.
Ya fueron y agarraron ellos su olla de suciedad en la nochecita. Subieron a la cocina; él dormía en la cocina. Y le echaron por la chimenea para abajo ellos, creyendo que le iban a bañar. ¡Y nada! Que abajo están cayendo puros pesos.
Otro día entonces se levanta Juan y va viendo el dineral allí por un lado de su camita donde él dormía. Y se levanta y le dice a la mamá. —¡Aa, mi mamá! ¡ Mira, ven para que veas cuántos pesos tengo ahora, ahora que soy rico! Ya somos ricos.
—Oyes, ¿por dónde te hallaste eso?
—¡Uu, mamá! Cuando allá nos quiere dar, por la chimenea sabe entrar.

 

Nº de referencia: 120

Al habla:
Pedro González
(26 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Acatic (Acatic, Jalisco), el 21 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 103

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