El hombre que vendió su hijo al diablo

 

Este era un señor y una señora que tenían deseos de un hijo. Tenían varios años de casados y no... nunca pudieron conseguir un hijo. Le piden mucho mucho a la Virgen que les dé licencia de un hijo. El Señor se los concedió. Ese señor era muy pobre y vivía de su trabajo y vivía muy afanado porque había días que no conseguía ni para darle de comer a la esposa ni al hijo. Érase que, desesperado, sale al campo y grita al diablo: —¡Que me dé dinero!
Entonces el diablo, que no es muy sordo, resulta que se le aparece. Se le aparece al señor. Le dice: —¿Qué quieres?
Dijo: —Quiero dinero.
—Pos sí, te lo doy con la condición que me has de dar al primero que salga a encontrarte a la puerta de tu casa.
Entonces le dice el señor que sí, teniendo él un perrito que siempre que llegaba salía a encontrarlo. El niño chiquito apenas comenzaba a gatear. Entonces el diablo le dice: —Ven. Quita esa peña y áhi toma el dinero que tú quieras. Pero para todo eso vamos para que me des lo que te pido.
Se fueron los dos, pensando el señor que iba a salir el perrito a encontrarlo. ¡Cuál sería su sorpresa que va saliendo la criatura! Se queda el señor asustado. Dice: —Ora sí ¿qué voy a hacer? Vendí a mi hijo. ¡Lo vendí al diablo por dinero!
El señor muy arrepentido, pero ya era tarde porque ya había dado la alma de aquella criatura. Entonces el diablo le dice : —Vamos a hacer pacto del contrato.
Fueron y hicieron el papel. Dentro de unos diez años tenían que entregar aquella criatura. Entonces el diablo se desapareció. Le dice: —A la hora que quieres dinero aquí vienes a este lugar y te llevas lo que tú quisieras.
Muy bien. Se desapareció el diablo y el señor se fue a su casa contento de pronto porque traía mucho dinero. Tenía que darle suficiente a su mujer, a su hijo, para darles de comer, para regalarles, para pasearles. Para todo tenía. Pero entre más años pasaban el señor más se entristecía. ¡Triste! La señora le notaba aquella tristeza pero el señor no le decía nada. En esto llega el niño a la edad de los diez años. Perdió la esperanza la señora de que aquel señor se contentara, se pusiera alegre.
Un día le dice: —¿Por qué estaré yo aquí entre más tiempo pasa y el niño crece más y tú te ves más triste y más triste?
Pero el señor no se animaba a decirle nada de lo que él había hecho. Y en esto se llegó el día en que tenía que entregárselo al diablo. Se vio él comprometido, pues, a decirle a la mamá que tenía que entregarle aquella criatura al diablo, que era el niño ya joven, de diez años. Le dice: —Yo di a mi hijo y la alma de él, dijo, —por dinero para sostenerlo a él y para sostenerte a ti.
—¡Qué barbaridad! ¿Qué fue lo que hiciste? Vamos para todo esto, le dice la señora. —Vamos con el padre que nos aconfiese, a ver qué es lo que nos va a decir.
Entonces la señora se fue. Se llevó al hijo y al esposo con el sacerdote. Llegaron. Le comunicaron, le dijeron lo que había pasado. El señor cura, pues, muy triste le dice: —¡Ay, qué barbaridad! Dice: —¡Bueno! La lucha hay que hacerla.
A los dos los confesó. Les dice: —¿Para las doce de la noche tienen que entregar a su hijo?
—Sí, señor.
—Muy bien. Toma esta vela bendita. Toma este rosario. Dijo:—Y riegas tú tanto de agua bendita. Haces un círculo grande de modo que no alcances tú a asomar a tu hijo de a medio círculo. Le riegas bien bien con agua bendita. Prendes la vela. Le paras a medio círculo y le dices al diablo que ya aquí está y que lo tome.
Y el... que recen en sus adentros, con su rosario y el librito romano que le dio.
Entonces se fueron a las doce de la noche. Llegó el señor al sitio en donde ya había hablado el demonio. Y que si llega la hora en que el diablo tenía que aparecer allí, a las doce de la noche. El niño ya estaba a medio círculo. Llega el diablo. Se oye un trueno horrible, una cosa espantosa. Le dijo: —Vengo por lo que me prometiste.
—Muy bien. Allí está. Tómalo.
—No, hombre. No puedo. Sácalo tú de áhi.
—No. Yo no puedo tampoco porque no puedes tú. Menos yo.
Entonces el diablo rodeaba y rodeaba aquel círculo. Era un imposible tomarlo porque estaba empatado el suelo de agua bendita. Y la vela era bendita. Tenía él que entrar al círculo pero no podía por la agua bendita. Tenía él que entrar al círculo pero no podía por la agua bendita que había mojado el suelo.
—Y ándale pronto, porque cantando los primeros gallos a esas horas tengo yo que irme. Y me voy.
—Pues, agárralo tú. Tú, tómalo y sácalo, si puedes.
—Pos, no.
Allí estuvieron en esa tema hasta que cantan los primeros gallos. Entonces el diablo le dice al señor aquel, al papá del niño, dijo: —Yo he perdido, dijo, —porque cantando los primeros gallos ya estaré... hasta estas horas tenía yo. Corre para quedarme aquí y llevarme al niño. Si no me lo das, pierdo pues.
Un trueno muy horrible, una cosa espantosa que se oyó y desapareció el diablo. Entonces el señor muy contento y el niño se fueron para su casa y regresaron. La mamá muy triste, a llore y llore, rezándole a la Virgen que le favoreciera, que les cuidara. Así fue. La Virgen les cuidó. Y llegan con el niño. ¡Cuál sería ese asombro de la señora al ver a aquel niño que llega de regreso con su padre! Lo abraza, lo besa y llora con él y da gracias a Dios por el milagro que le había hecho.
Entonces regresan con el señor cura otro día. Se confiesan los dos. Hacen las oraciones necesarias para que ya el Señor le perdone al papá lo que había hecho, de haber vendido al hijo por dinero con el diablo. Ya de allí para adelante viven muy felices, muy contentos, pero no más volvieron a hacer ninguna promesa al demonio.

 

Nº de referencia: 119

Al habla:
María Barba de González
(63 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Acatic (Acatic, Jalisco), el 12 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 102

Notas

 

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) -

 

Ver los tipos

810. - The Snares of the Evil One.

 

Materiales adicionales

 

 

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