[ La princesa que se hizo sacerdote ]

 

En un reinado había como única hija de familia una princesita a quien le daban el nombre de Blanca. La reina tenía como orgullo y quería que nadie más que ella hubiera de mujer hermosa en su reinado. Había procurado algunos medios para lograrlo, secuestrando o asesinando a las mujeres más hermosas que hubiera. Para ello se había valido de dos de su reinado que estaban dedicados nada más a asesinar a esas humildes mujeres. Y además una viejecita era la encargada de andar vigilando para ver si había hermosura que fuera superior a la de ella.
Una vez se le presenta aquella viejecita con cara de amabilidad para decirles que había una mujer más hermosa a quien ella sentía mucho decirle cómo se llamaba. Le interroga y le suplica que por favor le diga quién es. Y entonces ella le dice que aunque siente mucho pero que se lo va a decir, que es su hija, Blanca. Se enfurece la reina a pesar de ser su madre y le llama a aquellos asesinos para que la lleven a matar.
Antes llama ella engañándola, que aquellos señores, aquellos esclavos, la van a llevar a conocer una isla, a conocer un jardín que ella nunca había visto. La niña de pronto se rehusa a hacer... pues no tenía ganas de dar un paseíto. Era una jovencita de unos doce a quince años de una estatura regular, delgada y de una cara hermosísima, en realidad superior a la de la madre. Llegan pues, aquellos asesinos, insistiendo a la damita aquella para que fuera a dar la vuelta al jardín. La niña se rehusa. No sé por qué su corazón le avisa que no debe de ir, que hay algo para ella, que se le puede presentar, que para sufrir. Por fin la madre con amenazas le insiste en que vaya.
Van caminando. Es la hora del atardecer y empiezan camina y camina y camina, y ella se empieza a entristecer porque ve que no hay nada de jardín como se lo habían prometido. Voltea con ellos porque ella se va caminando hacia adelante. Lleva un traje largo, blanco, muy elegante. Y voltea con mucho desconsuelo y les dice: —Pues, ¿a dónde?
—Pase, adelante, le dicen ellos.
Empieza a atardecer. Empieza la caída del sol, y ella caminando. Y ve que es aquello lo que ella esperaba. Con mucha tristeza voltea y les dice: —¿Que ya? ¿Que si ya han llegado?
Ellos le dicen que no, que más adelante. Se quedan ellos juntos atrás y empiezan a pensar y reflexionar, cómo lo van a hacer para dejar, para abandonar a aquella chica o para matarla más bien. Entonces le dice uno al otro: —¿Sabes? Vamos haciendo una cosa. La internamos en el bosque y la dejamos.
Luego le dice el otro: —Recuerda, que nos, nos amenazó que no nos le lleváramos un dedo de ella misma.
Luchan entre si dejarla o no dejarla. Después de mucho rato se acercan y le dicen: —Pues, mira. Pues mira, niña, princesita nuestra. La voluntad de tu madre es que te matemos. Y como nosotros somos fieles no queremos hacerlo. Hemos pensado que si tú te decides te cortamos un dedo de la mano y se lo llevamos, diciéndole que tú quedaste muerta en este bosquecillo. Y si tú nos prometes que te vas, te internas en el bosque y jamás vuelves a salir de aquí.
Suelta un torrente de llanto aquella inocente criatura, pensando que su misma madre manda que la maten. Pero entre una cosa y otra prefiere que le corten el dedo. Extiende la mano sobre de una piedra y allí con un fuerte golpe le quitan el dedo que les habían dicho. Ella se regresa sufriendo porque al mismo tiempo que recibió una orden muy dura ellos siempre la querían. Y ella sentada, a esa hora del crepúsculo, sobre de una roca dando un aspecto hermosísimo, se queda llorando y pensando si será posible aquella decisión. Al mismo tiempo piensa que si su padre supiera que ella estaba allí no la abandonaría.
Empieza a oscurecer y ella empieza a internarse en el bosque. Busca un campito donde siquiera poder pasar la noche. Entra entre la hierba, busca aquí, busca allá. Por fin en medio de dos rocas se esconde entre el verdor del follaje. A poco rato empieza a oír un rumor, algo así como camino de, de bestias. Y se empieza a oír un murmullo como de gente. Se empieza a estremecer de miedo. No sabe qué hacer. Lo que hace es quedarse con toda calma a ver qué sucede. Por fin desaparece aquel ruido y se queda. No puede dormirse en toda la noche. Hace frío. Tiene miedo y su delicada persona no está acostumbrada a la intemperie. Pasada aquella noche, el siguiente día piensa en salir por allá a los alrededores para buscar frutas o algo que comer. Inútilmente. Recorre todo aquello de allá de sus alrededores y no encuentra nada. En la noche siguiente se regresa para dormir allí, pero después que empieza a oscurecer empieza a oír el mismo ruido que ya había oído la noche anterior. Y entonces piensa que si hay personas que debe apresurarse a ver qué es lo que pasa. Inmediatamente comprende que son unos ladrones. Así espera, pues, un rato cuando empieza a salir de una especie de cueva, empiezan a salir uno y otro y otro hasta que cuenta treinta y ocho ladrones. Sale a su camino y se va. Se queda esperando a ver qué sucede. En la madrugada se oye el ruido de que vuelven a regresar. Entran y así.
Pasados dos... tres días, ella ve que no es vida, que no puede vivir. El hambre la empieza a cercar fuertemente. Y entonces se decide esperar que salgan en la noche para entrar a la cueva a ver si encuentra algo que comer. Pensado y hecho. A la siguiente noche se van inmediatamente los ladrones. Entra y cuál no será su sorpresa ver que es una enorme cueva y que puede haber todo lo que puede gustar y come. Satisface su estómago y se regresa. Se vuelve a esconder con el mismo temor.
Así pasaron mucho tiempo en que ella por la noche iba. Ella después reflexiona que no es vida esa, que tiene que, que tiene que buscar un modo de vivir, que tiene que darse a conocer. Pero ella también recuerda que prometió no salir nunca de allí. Y de otra manera no podía. Entonces se va todas las noches después de que ellos salen y empieza por hacerles unas camisas a cada uno de ellos. Y inmediatamente se regresó a su cuevita por temor de que la fueran a encontrar y la fueran a matar. Apenas habían llegado, entran y vuelven a salir.
El capitán, enfurecido, grita y dice que sobre la marca persigan y busquen a aquel ser humano que debe de estar allí, porque no es posible que haya sido una persona. Debe de haber sido algún ser humano. Buscan inútilmente. Se acercan muy cerca de donde está ella pero ella parece que se hace muy delgadita y no la ven. Se regresan. La siguiente noche vuelven a espiar pero nada encuentran. Pasó mucho tiempo. Después un día se le ocurre la feliz idea de hacerles una comida como ella estaba acostumbrada en el palacio. Naturalmente debió de haber sido una comida muy espléndida.
Se fue. Cuando ellos salían, empezó a preparar su comida. Termina su comida a la hora de que ellos llegan. Sirve la mesa y la pone muy bien, muy bien servida, muy bien acomodado todo, todo muy caliente, y bien para la hora que llegan ellos. Inmediatamente que llegan ellos ven lo que hay allí. Y sobresaltado el capitán salta sobre la marca a salir afuera a buscar inmediatamente. Buscan de nuevo y vuelven a buscar y inútiles sus pesquisas, pues no encuentran nada.
A la siguiente noche dice el capitán, al dar sus órdenes: —Hoy salimos por la puerta mayor y nos volvemos a metemos por una puertita secreta.
Que tenían para que en... la persona que nos ve salir no se dé cuenta de que regresamos. Dice: —Inmediatamente todos se ponen con sus fusiles debajo de sus camas y al entrar cuando yo diga "disparen," disparen.
En efecto, así lo hicieron. La princesita aquella, como inocente que era y sin pensar en lo que habían pensado ellos, luego que los ve salir se va igualmente que lo había hecho las otras noches. Y llega, y ya se ve que para esto se había hecho ya trajes muy bonitos para ella y ya andaba bien vestida como quien sabía andar. Llega y se para para revisar a ver si no hay algo que la pueda ocasionar daño. Inmediatamente el capitán que ve aquello se sobresalta y les dice: —¡Alto! ¡Nadie dispare!
Se quedan todos creyendo que es algo notable. No creen que es un ser, un ser humano. Inmediatamente creen que es una visión. Creen que es una Virgen. Es un ángel bajado del cielo. Van todos sobre ella y en vez de disparar sino que se arrodillan y dicen: —¡Tú eres él ángel de nuestra guarda que veniste para salvarnos! Nosotros no merecemos esto. Tú eres un ser bajado del cielo. No eres un ser humano.
Y ella con toda su sencillez les hace notar que no es ningún ser, ningún ser como ellos piensan sinó que es un ser ordinario, una mujer como cualquiera otra. Inmediatamente empieza por referirles su historia. Y entonces dice el capitán: —De aquí en adelante, mando que nadie que intente levantar o intentar algo contre este... contra esta jovencita. Ella será aquí nuestra reina. Ya bien la respetaremos y la serviremos. Dice: —Si alguien intenta algo contra ella será pasado por las armas.
Así siguió viviendo aquella niña en aquella cueva de ladrones, respetada, obedecida y querida de todos. Vivía feliz y casi olvidada ya de su padre y de su madre. Pero una noche en que todos los señores aquellos se habían alejado se presenta aquella mujer infame que siempre la había... que la había acusado con su madre y quién sabe a cuántas mujeres bonitas. Con mucha hipocresía corre y la abraza y le hace miles de manifiestos de cariño cuando no era nada: —Pero, niña. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué te has venido? No comprendo. Mira. Tu madre sabe que vives y aquí me manda.
Para esto ya ella le había dicho a la madre que su hija vivía, que estaba engañada, que no había muerto, pero si ella quería la podría matar, que le regalara un par de zapatos muy finos, o chinelas, que antes así se nombraban, para que fueran a la medida de ella y se las pudiera poner. Pero ante todo se puso a contemplarle y a platicar.
Entonces le dice: —Te traigo este regalo. Mira. Te manda tu madre.
Y al ponerle el primer... la primera zapatilla la niña se estremece y se queda así como atónita. Y al ponerle el segundo queda como muerta. Luego ella la levanta, va y la acuesta en una de las camas y le pone en una posición donde se le ve como muerta. Claro no estaba muerta. Nada más tenía la cosa aquella de aquello que la había como hipnotizado con aquella zapatilla. Quedó blanca, muy buen color. Estaba hermosísima, como dormida. Cuando regresaron los bandidos encuentran, aquel... podríamos decir que no era cadáver... aquella niña, se espantan y dicen: —Bien lo decíamos que era una Virgen. No era una mujer como cualquier otra. Que nosotros vivimos y no aprovechamos de ella. Esta nos la mandó Dios para que nos arrepintiéramos y viviéramos ya sin... nuestra vida que llevamos.
Unos, afligidísimos se prepararon inmediatamente una caja de platino, bastante elegante. Fueron y la trajeron. La acomodaron a la niña, muy bien acomodada, con muchas flores y dijeron: —No es... no merece esta niña que sea sepultada bajo tierra. Vamos a resolverlo.
Y así lo hicieron. Fueron. Acomodaron a la niña. La arrojaron al mar y ellos, arrepentidos de sus culpas, se volvieron a vivir en paz. Pero para esto, había de... en... en otra de las playas opuestas una casa religiosa, de monjes. Y estaban dos novicios parados en la playa cuando vieron que venía una cosa algo así que brillaba. Sorprendidos empezaron a ver qué y a examinar. Y cuando se fue acercando vieron que era una caja. Como llevaba la llavita colgada, naturalmente esperaban que la... que la misma agua, la arrojara de la playa.
La recogieron. La abrieron y cuál no sería su sorpresa al encontrar aquella mujer. Como llevaba aquella zapatilla de que ya les hablaba, de que era bastante elegante, les llamó la atención. Les sorprendió y quisieron... cogerla. Al sacarle una se estremeció y vieron que no estaba muerta. Entonces fueron a quitar la otra y inmediatamente la niña despertó.
Ella quedó espantada al verse en aquel... en aquella otra cosa, en una playa allá donde ella estaba: —¿Qué pasa? ¿Dónde estoy?
Y no reconoció aquello. Entonces ellos empezaron a preguntarle. Ella se empezó a referir su historia. Pero luego ellos reflexionaron que no podían admitir a aquella dama allí, porque como era casa religiosa no la podían recibir. Luego pensaron vestirla de varón y ir a presentarle a su superior como un varón que quería ingresar a la casa religiosa. En efecto lo hicieron y el superior engañado lo creyó y la recibió.
Hizo sus estudios y con mucho, con mucho éxito porque salió sobresaliente. Se llegó aquel tiempo en que tenía que recibirse, hacer sus votos de religioso y al mismo tiempo cantar su primera misa. Se repartieron sus clasificaciones y se hizo un por qué de la corte, mucho ruido, mucho entusiasmo. Naturalmente tenían que convidar a los reyes como invitados de honor. La víspera de su cantamisa predicó una noche.
Estando la reina abajo inmediatamente lo reconoció. Claro era su hija. La reconoció mayormente por el dedo, que no lo tenía. Saliendo de allí empezó inmediatamente la reina a lamentarse de un dolor. Todos se la creyeron. Y empezaron a congraciarse con ella, pidiendo inmediatamente que la auxiliaran, que lo lleve a confesarla el sacerdote nuevo. Le noticiaron a él allí, como él allí, como él ya conocía perfectamente que era su madre que acusa. Tanto insistió y a la reina no se le podía, pues, decir que no con tanta insistencia, pero el superior lo obligó.
Y entonces ella dijo que no, que si quería que le dijera los pecados de la puerta pero ella no podía entrar. O más bien, él. No se conocía con el nombre de ella. Que ella no... que él no podía entrar allí. Ella se opuso. Y entonces se vio obligado a pedir una audiencia con el rey. El rey se la concedió y entonces le dice: —Mira. Yo soy tu hija. Mi madre me mandó matar.
Y le fue contando una a una toda su historia: —Y si no, le dice, —para prueba ve con mi madre. La encontrarán en su lecho. Ella dice de dolor. A mí se me hace que va a sepultarme en el corazón.
Fueron y la encontraron. El rey disgustadísimo y contrariadísimo acabó por matar a la reina y volvió a recibir a su hija como siempre y después ellos fueron muy felices con cien metros de nariz.

 

Nº de referencia: 113

Al habla:
Dolores Casillas
(21 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Capilla de Guadalupe (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 28 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 96

Notas
In tale this tale, type 709, Snow-White, is followed by a lengthy tale of adventure that does not corespond to one of the established types. New characters are introduced and the plot is of an extremely romantic nature.

 

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) -

 

Ver los tipos

709. - Snow White.

 

Materiales adicionales

 

 

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