Los acoronados

 

Había una vez un rey que vivía en el pueblo de X y vivían también allí tres señoritas. Una noche el rey se vistió de paisano y empezó a recorrer la suidá a ver si hacían todo lo que él decía, que si se había puesto el pueblo en orden. Al pasar por esa parte donde vivían esas tres señoritas oyó unas voces. Se quedó parado a escuchar a ver qué era lo que decían.
Una de ellas dice: —¡Ay! Dice: —¡Qué ganas de estar en el palacio, dice, —aunque me casara con el cocinero del rey!
Dice: —¡Mm! Dice: —Yo, aunque me casara, dice la segunda, —aunque me casara con el panadero.
Y dice la tercera, dice: —¡Aa, no! Dice: —Ya mí no me gusta casarme con ninguno de ellos, sino con el rey.
Dice: —¡Ay! ¿Tú quieres ser la esposa del rey?
Dice: —¡Si!
Muy bien. El rey escuchó todo aquello. Se fijó muy bien en la calle, él tomó el domicilio y se fue. Otro día muy temprano les dice a unos de sus vasallos, dice : —Van a la casa de Fulano, número tantos, y les dicen a aquéllas que se presenten.
Muy bien. Llegaron ahí con ellas y esas se sorprendieron mucho. Dicen: —¿Para qué nos quiere?
Y se asustaron, pero en fin. Fueron al palacio y les dice: —No. Dice: —No es para que se asusten. Nada más, quiero que sus sueños sean realidad. Dice: —¿Qué es lo que ustedes están?... Ustedes tienen que casarse, una con el panadero, otra con el cocinero y tú con el rey, ¿verdad?
Y esas se temieron mucho. Pero dice: —Bueno. Tú te vas a casar con el panadero, tú con el cocinero y tú vas a ser mi esposa, le dice a la más chica.
La más chica era muy bonita. Muy bien. Se casó con ella. Pasó tiempo y iba a venir al mundo un hijo. Dice: —¡Ay!, dice el rey. Dice: —¡Qué ganas de que mi hijo fuera con cabello dorado, que fuera su cabello de oro!
Las hermanas, como sentían mucha envidia porque la más chica fue la que se casó con el rey, dice: —Mira, dice. —Al nacer el hijo, dice, —le vamos a poner un perro.
Nació el hijo y nació cierto, así como el rey quería, con el cabello dorado, como el oro. Y le dejaron en vez del hijo, le dejaron un perrito. El rey se disgustó mucho al ver que era un perro y le dice: —Bueno. Dice: —¿Por qué un perro?
Y se enojó pero le perdonó. Dice: —A la segunda vez, dice. Dice: —Entonces no te lo perdono.
Pasó tiempo y iba a venir al mundo otro niño. Y dice: —¡Qué ganas de que tuviera el dedo meñique de oro!
Así fue. Tenía el dedo de oro. Pero estas quitaron el niño y en vez del niño dejaron un gato. Él se disgustó mucho. Dice: —A la tercera, dice, —si vuelve a suceder igual te voy a mandar matar.
Se llegó el tiempo de que fuera la tercera y le quitaron también el niño.
Dice: —Pos, yo quiero que este, dice, —al hablar pronuncie las palabras y arroje flores.
Y así fue. Era una niñita. Nació una niñita y arrojaba flores. Tenía que... cuando lloraba arrojaba flores, de manera que al hablar también tenía que arrojar las flores por la boca al pronunciar las palabras. Las hermanas tuvieron mucha envidia. Escondieron la niñita y dejaron allí una liebre. Luego que llegó el príncipe, el rey, dice: —Ahora no te la perdono. Dice: —Te voy a matar.
Pero no. No la mató, sino que la encerró en una pieza, con un barandal, y pasaba toda la gente para que la... todos tenían que pasar por allí, tenían que escupirla, escupirla. Si no, los castigaban. Es que ella sintió la afrenta de que todos, que todos que pasaban la escupían y además, la tenían a pan y agua. Aquella mujer estaba ya muy delgada.
Y los niños, los llevaban a una ancianita fuera de la ciudad. Allí dejaban los niños para que los cuidara y le dijeron que se los dejaban allí con la condición de que nunca los dejara salir y que... Le dijeron que eran hijos del rey, ¿verdad?, pero con la pena de que nunca tenían que dejar.
—No, dice la ancianita. —Yo no los dejo salir.
Empezaron a crecer aquellos niños y la señora no los dejaba salir para fuera, de manera que nadie los conocía. Al mayorcito le vistieron y diariamente traía cubierta la cabeza. El segundo traía el dedito tapado, ¿verdad?, de manera que no se lo vieran y la niña, la tercera esa, casi nunca hablaba. Hablaba, pero no delante de las personas que la vieran que, que arrojaba las flores por la boca.
Muy bien. Pasó tiempo y murió la anciana. Y cuando ella murió no les dijo que eran hijos del rey. Pero les encargó mucho que nunca fueran a salir de su casa, ni dejaran entrar personas extrañas.
Al darse cuenta las hermanas de la reina, muy envidiosas, dijeron: —Vamos mandando matar a esos niños. Dice: —Es mejor, porque ya están grandecitos y mañana o pasado vaya a saber el rey y entonces él es que nos castiga.
Y enviaron para ello a una bruja que los enyerbara para, así con una yerba no se darían cuenta que eran de muerte, ¿verdad? Eran muertos, pero no muerte de matados. Un día llegó la bruja y les dice: —Niños. Dice: —Déjenme pasar a ver su jardín.
Porque tenían un jardín muy bonito, muy bien arreglado, muchos árboles, flores. Dice: —Yo quiero ver su jardín.
La dejaron entrar. Dice: —Está muy bonito su jardín, pero aquí les hace falta una cosa.
Dice: —Sí. Dicen los niños: —¿Qué es la cosa que nos falta? Dígame.
Dice: —Pues, les falta el árbol de las mil flores.
—¡Ay!, dice. —Y, ¿dónde podemos encontrarlo?
—Pues, mire. Para encontrarlo, se tiene que ir uno de ustedes. Dice: —Como tú que eres el más mayorcito, si te vas por este camino y cuando veas un árbol con muchas flores de diferentes colores y luego que lo divises desde lejos, te vas viéndolo, viéndolo. Y luego tienes derecho para llegar a él.
Muy bien. Otro día muy temprano sale el muchacho, pero los hermanos, la hermana y el otro hermanito le decían: —Mira. No vayas. Recuerda lo que nos dijo la nana, que no fuéramos a salir de casa.
—No, dice. —No tengan miedo. Yo voy a traer ese árbol para plantarlo aquí en nuestro jardín que nos hace mucha falta. Y ya visto lo que nos dijo la señora.
Muy bien. Se fue el muchacho. Ya que divisó el árbol, se iba a quedar viéndolo, viéndolo, cuando en eso se le aparece la nana, que ya se había muerto. Se le aparece y le dice, dice: —¿A dónde vienes? ¿No les dije a ustedes que no salieran?
Dice: —No. Dice: —Pues, mira. Vengo por un árbol, ese de las mil flores. Y allí está ya. Dice: —Tengo que llevarlo a mi casa, que es lo que hace falta en nuestro jardín.
Dice: —Y, ¿qué es lo que le dijeron?
—Pues me dijeron que tenía que verlo hasta llegar a él.
Dice: —No. Dice: —Eso es a lo contrario. Cuando lo veas desde lejos, que lo divises, te tienes que ir sin verlo hasta llegar allí. Y le dices: “Arbolito, vente a mi espalda”. El arbolito te sigue y llegas allí a tu casa y a tus hermanos también les recomiendo que no lo vean hasta que no lo tengas plantado en su lugar donde ha de ser. Dice: —Así es de que allí está el árbol. Vete sin verlo, sin llegar a él.
Entonces el muchacho hizo lo que la nana, y además le dio recomendación la nana. Le dice: —Mira. No vuelvas jamás ni dejes venir a tus hermanos, dice, —porque te pueden matar.
Dice: —Sí, nana. Dice: —Les voy a decir, ya no vamos a salir. Dice: —Lo único que nos falta, dice, —ya que podemos salir.
Se fue. Se fue el muchacho al árbol y llegó sin verlo y le dice: —Arbolito, vente a mi espalda.
Ahí viene caminando con él. Llegó a su casa. Ya les tocó a sus hermanos y les dice: —No volteen a ver el árbol. ¿Ya está arreglado el campo donde hay que dejar el árbol?
Dicen: —Sí.
—Bueno, dice. —No lo vean hasta dejarlo plantado en su lugar.
Los niños obedecieron y no voltearon a ver el árbol. Llegó y lo plantó allí en su lugar y ya inmediatamente ya pudieron verlo, un árbol muy bonito.
En eso dijo la bruja: —Voy a ir otra vez, dice, —para matar al segundo.
Al pasar el tiempo, para que nadie se diera cuenta, dice: —Voy a matar al otro.
Ella creía que el más grande ya había muerto. Llegó y cuál no sería su sorpresa que vio el árbol allí y el niño, el muchacho más grande estaba vivo. Dice: —Bueno. Dice: —¿Qué es lo que ha pasado? Dice: —¡Aa! Dice: —Ya pusieron el árbol.
Ella no quiso ya maliciar que era para matarlos. Dice: —Bueno. Dice: —Ora hace falta, dice, —aquí lo que les hace falta es la fuente de las... la fuente cristalina. Dice: —Pero ora que vaya el segundo. Dice: —Tú eres el menor. Dice: —Ora a ti te toca ir.
Muy bien. Se fue ella y dice el muchacho, dice: —Yo me llegaré a ir.
Dice el grande, dice: —Mejor yo voy. Dice: —Piensas que tú vayas pero tú eres menor. Dice: —Yo voy mejor. Dice: —No. Dice: —No vayas.
Y se fue. Se fue el muchacho y ya iba llegando cuando... ya iba llegando cuando se quedó viendo la fuente. Y ya se iba a hogar porque salió la nanita. Y su hermano ya grande, llegó la nanita y lo sacó y le salvó la vida. Dice: —¡No! Dice: —¿Por qué viniste? ¿No te dijo que no vinieras? Dice: —Ya te ibas a hogar.
Dice: —No. Dice: —Pero me dijeron que, que hacía falta la fuente de la agua cristalina y por eso vine yo.
Dice: —Muy bien. Dice: —Ya vete, pues. Y ahora tienes que durar dos horas dando la espalda a la fuente y así ya le dices, —Fuente, vente a mi espalda. Y te la llevas.
Así fue. Se quedó este parado dos horas dando la espalda a la fuente y entonces le dice: —Fuente, vente a mi espalda.
Se fue caminando y ya se llegó la fuente y les dijo a sus hermanos, también con la misma recomendación, que no voltearan a verla hasta no dejarla en su lugar, donde tenía que estar la fuente. Llegó y dejó la fuente y ya todos fueron a verla y aquel jardín se veía muy hermoso ya con la fuente y el árbol de las mil flores.
A los pocos días fue otra vez la bruja y vio que estaba la fuente y además estaban allí los dos. Y le dice a la más... a la menor, dice: —Ahora te toca a ti. Dice: —Tienes que ir a traer el pájaro de los mil colores.
Dice la muchacha, dice: —No. Dice: —Nos encargó la nana que ya no fuéramos.
Dice: —No. Dice: —Tienes que ir. Dice: —Porque eso es lo único que les hace falta. Dice: —Tienes que ir.
Dicen los hermanos, dicen: —Nosotros vamos en vez de ella. Dice: —No. Tiene que ser ella.
—Muy bien.
Se fue ella. Y tenía que quedarse viendo el pajarito hasta llegar a él y tenía que venirse. Pero en eso le sale la nanita y le dice: —Mira. Dice: —Cuando ves el pajarito, le dices, —pajarito, vente a mi espalda. Y inmediatamente se viene el pajarito, se posa en tu espalda y se viene contigo.
La chiquilla así lo hizo. Llegó a donde está el pajarito y le dice: —Pajarito, vente a mi espalda.
Se posó el pajarito en su espalda y se vino. Ahí viene ella caminando. Llegó y dejó allá el pajarito. En eso unos vecinos se dieron cuenta que ellos eran los hijos del rey y dijeron. Acordaron que ese día tenían que ir simulando una riña al frente del palacio para que los llevaran con el rey para decir allí la verdad.
Muy bien. Llegaron esos haciéndose de los borrachos allí por en frente del palacio. Salieron unos soldados y los llevaron a presencia del rey. Dice: —Bueno, dice.
Ya que los llevaron allí, así dice: —Bueno. ¿Por qué era por lo que ustedes estaban peleando y riñendo?
Dice: —Pues, mira. Verá usted. Dice: —Este dice que su jardín es el más hermoso aquí de la ciudad. Y yo digo que el jardín de los acoronados.
Y así les nombraban a los tres muchachos, los acoronados.
Dice: —Bueno. Y ese jardín, ¿cuál es, ese que usted dice de los acoronados?
Dice: —Pues, ahí está. Dice: —Si gusta, nosotros lo llevamos. Nosotros sabemos dónde es.
Dice: —Muy bien. Dice: —Yo quiero conocer ese jardín. Así es de que me llevan para verlo mañana mismo.
Así acordaron y otro día fueron a llevarlo. Fue el rey a ver el jardín y vio que estaba muy hermoso. De pronto que vio a los niños, los quiso mucho. Naturalmente eran sus hijos pero él no lo sabía, y les dice: —Bueno. Dice: —Los voy a invitar. Mañana se van a desayunar a mi palacio. Se van a sentar a mi mesa.
Muy bien. Para otro día quedaban invitados y dice el mayor, dice: —Bueno.
Dice: —Vamos a ir al palacio, pero te acuerdas que mi nanita no nos dejaba ir con nadie. Dice: —Mejor no vayamos.
Dice el segundo, dice: —Pero si no vamos el rey puede castigarnos. Tenemos que ir.
Muy bien. Se fueron. Y, pero además, se llevaron el pajarito, porque el pajarito también hablaba. Llegaron y se sentaron a la mesa y las hermanas de la reina comprendieron, vieron los muchachos y vieron que uno estaba cubierto de la cabeza, el otro en el dedito, y la niña no hablaba. Dice: —Estos son los hijos del rey. Dice: —¿Qué hacemos?
Le dice la otra, dice: —Mira. Dice: —Enyérbales el chocolate, para cuando se lo tomen se quedan allí muertos y el rey no se dé cuenta de que son sus hijos. Dice: —Nosotros nos van a castigar. Yo creo que nos van a mandar matar pa’ lo que hemos hecho.
Muy bien. Sirvieron el chocolate y tenía veneno. En eso el pajarito les dice: —No tomen chocolate porque tiene veneno.
Ellos ya no tomaron el chocolate. Tomaron todo lo demás menos el chocolate. Ellas se enojaron mucho. Llega el rey y le dice al mayorcito, dice: —Oye. Dice: —¿Por qué estás cubierto de la cabeza?
Dice: —Pues, porque me está prohibido destaparme la cabeza.
Entonces el rey dice: —Bueno, y ¿por qué no se destapa la cabeza?
Le cupo, pues, destino, ¿verdad?, de saber. Dice: —Te vas a descubrir la cabeza ahorita. Yo te lo ordeno.
Este se descubrió la cabeza y le va viendo que tenía el cabello de oro. Dice: —¡Ay!, dice.
Y él empezó a recordar que él había dicho que su hijo, el primero, quería que fuera con el cabello de oro. Dice: —Y este tiene el cabello de oro. Dice: —A ver. Dice. Se fijó en el segundo, y vio que tenía un dedo amarrado. Dice: —A ver. Dice: —¿Por qué trais ese dedo ahí vendado? Dice: —Quiero verlo.
—No, señor, dice. Pos, es una cortada que me di. Dice: —No puedo descubrir mi dedito, dice.
—A ver. ¡Yo quiero verlo! Dice: —Yo te curo.
—No. Me curaron muy bien y si usted me lo va a descubrir, quién sabe si no me cure usted igual que quien me ha curado.
Dice: —No. Dice: —Yo soy muy buen doctor también. Dice: —Yo sé curar. Y descubrió el dedo y va viendo que el dedito era de oro. Entonces dice: —Bueno. Dice: —Y la tercera, ¿qué pensé yo? Dice: —La tercera no habla. Dice: —Yo dije que arrojara al hablar, flores. Dice: —Esta chiquilla, ¿por qué no habla? Dice: —No. Dice: —Pos, ella es mudita. No habla.
Y en verdad la chiquilla no hablaba ni una palabra, porque estaba delante de las personas.
Dice: —A ver.
Le empezó a platicar y todo lo que le platicaba ella no contestaba. Entonces él pensó, dice, algo que pudiese picarle el amor propio, ¿verdad? Le dice: —Oye. Dice: —Tú eres muy fea, ¿verdad?
Y como a las mujeres díganles feas y viejas se disgustan, así es de que le dice: —Tú eres fea.
Dice: —No, señor.
Y al hablar arrojó las flores.
Dice: —¡Aa! Dice: —Tú eres mi hija, ¿verdad? Todos son mis hijos.
A ellos los atendieron mucho. Él vio que sí eran sus hijos y empezó a informar y ya supo con los mismos vecinos aquellos los borrachitos, que la nanita no tenía hijos y que aquellos niños se los llevaron muy pequeños. Y ya le dijeron en la edad que tenían y sacando la cuenta vio que eran sus verdaderos hijos.
Fue y sacó a la esposa de allí de la prisión donde la tenía y se informó, dice, porque las había mandado con un vasallo allí. Dice: —Habrá sido las hermanas, las mismas hermanas de la reina.
Mandó castigarlas y ya después ellas fueron las que ocuparon la prisión de la reina.

 

Nº de referencia: 110

Al habla:
Agustina Gómez
(24 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 24 / 9 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 93

Notas

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

707. - The Three Golden Children (previously The Three Golden Sons).

 

Materiales adicionales

 

 

Los materiales de este sitio pueden ser usados y reproducidos para fines de educación e investigación sin fines de lucro, citando su fuente y sus datos correspondientes (informante, recopilador, transcriptor, etc.). Cualquier otro uso requiere autorización. Este sitio es posible gracias al apoyo de la DGAPA, proyecto PAPIIT IA400213

© Laboratorio de Materiales Orales. ENES, UNAM Morelia.