La mata de hinojo y el cuero de piojo

 

Había un rey y estaba una vez comiendo cuando uno de los criados y le ve un piojo en la corbata. Se arrima y le dice: —Dispense, señor.
Y se cogió el piojo. El rey le dice: —¿Qué fue lo que me quitaste de la corbata?
—Señor, yo no le quería decir porque estaba usted comiendo, porque mire. Aquí está un animal muy asqueroso.
—No le hace. ¡Enséñamelo! ¡Quiero verlo!
Y aquel criado dijo que no. Le enseña el piojo, un piojo blanco. —No me mates, dice el animalito.
Dice el rey: —Me lo vas a enredar en una matita de hinojo. Vas a tener el cuidado de estármelo dando de comer y de beber todos los días. Y entonces me vas recordando en cada tiempo aquí. Entonces paso yo a verlo a ver qué tal me se va poniendo.
—¡Bueno!, dijo el criado.
Solamente le decía: —¡A la orden!
Y se fue y con tantos trabajos con una hebrita de hilo lo amarró al piojo en una matita de hinojo. ¿Qué tamaño sería la matita para amarrar un piojo? Pero el rey se lo ganaba. Tuvo que hacerlo aunque fuera con mucho trabajo. Todos los días y todos los días estaba echando vueltas aquel criado, a arrimarle que comer al piojo y algo que le hiciera y tener el cuidado de cuidar.
Llegó el tiempo en que el piojo se le hacía como un puerquito. Y a medida que iba creciendo la mata de hinojo. Y como nunca se había visto que un piojo creciera y que una mata de hinojo también endureciera el palo, pues fue cosa muy notable y le fueron allá al rey, aquel criado y le dijo: —Señor, vaya a ver su piojo y su mata de hinojo.
Ya fue el rey y dice: —Muy bien me parece. Mira, no digas a nadie. Entonces si dices, te mato. Y ustedes ven que palabra de rey no vuelve atrás.
Así es de que el hombre guardó su silencio.
—Mátame ese piojo, limpias bien el cuero y lo arreglas. Y con el palo del hinojo haces unos aritos y me haces un tambor.
Ya fue a aquel torreón a juntar cuerazos para matar un piojo. Arregló el cuero y tumbó el hinojo arregladito, y con todo aquel tambor.
Dice: —A nadie le vayas a decir porque el día que tú digas, ese día mueres.
—No, señor. No, tenga fe... confianza en lo que voy a decir.
Y lo mataron.
Dice: —Mira. Voy a colgar este aro y voy a hacer un llamamiento a todos.
Dice: —Es nada más una vacilada, porque aseguro que no hay quien lo adivine. El que adivine... ¡Ay, quítate! [Informant speaks to her child.] El que adivine de qué es el tambor, le doy a mi hija la princesa. Voy a formar una vacilada.
Ahí va haciendo el llamamiento. Llamó príncipes de dondequiera. Llamó a todos los hombres, los jóvenes de más... de alta categoría y todo lo mejor que hubo en la ciudad. Pasa allá uno y, pues...: —Señor, ¿qué será de chivo?
—No. Ya no lo adivinaste. Vete.
Pasaba otro: —Señor, pues será de puerco.
—No, vete.
Bueno, le estuvieron diciendo de cuantos animales conocían y él ni imaginaba que era de piojo, pos nada.
En eso había un perrito percali y había una viejecita limosnera con un hijo. Y le dijo el muchacho: —¡Ay, madre! ¡Me están dando ganas de ir a palacio a adivinar de qué es el tambor! ¡Fíjese! Me caso con la princesa. Nos hacemos ricos y me quito de limosnero.
—¡Válgame, hijo! ¡En mi vida!, le dijo la vieja. —¿Tú crees si me podrán admitirme en las puertas de palacio, mucho menos adentro? ¡Tan desnudo, tan pobre! ¡ Un limosnero, no! Y ¡no vayas a poner diciendo que es tu tesoro! —¡Madre, dé jame ir! ¡Déjame ir! Dice: —¡Quién sabe si lo adivine! Tanto le estuvo rogando que dice: —¡Ay, hijo! Pos, la verdad, no más porque fiar.
—Sí, madre. Echame unas gorditas.
Echó sus gorditas y ahí va el muchacho, con un calzón mocho, un pedazo de gordo, un pedazo de guarache, un limosnero. Y las ganchas que podía conseguir. Y ahí llega a las puertas del palacio. Y entonces uno de los criados avisa al rey y le dice: —Aquí está un joven que desea ver el tambor.
—Que pase.
Pues entró el pobre muchacho. Y en eso lo manda para fuera, lo devuelve, y dice: —¡No, vete! Dice: —Ahí otro día vendrá.
Ya se fue el muchacho al llano. Entonces se encuentra a uno, que está pegado con el oído al suelo, y le dice: —Amigo, ¿qué estás haciendo aquí? —¡Ay!, dice. —Pos, ¿quién eres tú?
—Yo soy Oyín Oyán, hijo del buen oyidor. Si mi padre era bueno para oír, yo soy mucho mejor. Y tú, ¿a dónde vas?
—Pos, mira. Que yo voy a palacio a adivinar de qué es un tambor, para casarme con la reina.
—¿Me llevas de compañero?
—Sí.
Se fueron caminando. En eso se encuentran que estaba un elevaaaaaado, viendo para arriba: —¿Qué estás haciendo, amigo?
—Estoy viendo lo que hay del quinto cielo.
—¡Ay! Pos, ¿quién eres tú?
—Yo soy Mirín Mirán, hijo del buen mirador. Si mi padre era bueno para mirar, yo soy mucho mejor. ¿Me quieren de compañero?
—Sí, vamos.
Ahí van caminando. Ya llevaba a Mirín Mirán y a Oyín Oyán. En eso se encuentran a otro sentado debajo de un árbol, muy cansado: —¿Qué estás haciendo, amigo?
—¡Ay, amigo! ¡Yo estoy tan cansado! ¡Fíjense! Que hace un cuarto de hora que salí de aquí y en una carrera llegué para las Américas del Norte y di la vuelta y me estoy sentando en el mismo lugar.
—¿En qué tanto tiempo?
—En un cuarto de hora.
—Pos, ¿quién eres tú?
—Yo soy Corrín Corrán, hijo del buen corredor. Si mi padre era bueno para correr, yo soy mucho mejor.
—¿Te vas con nosotros de compañero?
—Sí.
Ahí va. Ya llevaba sus compañeros. En eso estaba otro, apuntando con un arma. Quién sabe si es bandido. Dice: —Mira. A mil leguas de aquí está una liebre, y la veo.
—¡Ay, caray! Pos, ¡a mil leguas! ¿Quién eres tú?
—Yo soy Tirín Tirán, hijo del buen tirador. Y si mi padre era bueno, yo soy mucho mejor.
—¿No te vas con nosotros de compañero?
—Sí.
Bueno. Ya llegando a orillas de la ciudad estaba un hombre sentado a llore y llore y dicen: —Amigo, ¿qué tienes? ¿Por qué lloras?
—¡Ay, amigos! Me estoy muriendo de hambre.
—Pos, ¿qué tantos días tienes sin comer?
—Pues, ya tengo algo. Miren. En la mañana salí al campo y me robé cinco reses y me las comí pero no se me pudo matar mi hambre.
—¡Ay! Pos, ¿por qué comiste tanto? Pos, ¿quién eres?
—Yo soy Comín Comán, hijo del buen comedor. Si mi padre era bueno para comer, yo soy mucho mejor. ¿Que no me quieren de compañero?
—Pues, sí, amigo, dice. —Pero, quién sabe si no nos va a alcanzamos a darle de comer. Pero en fin, vamos.
Y se lo llevaron. Llegaron a la orilla y entonces le dicen los otros compañeros: —Mira. Nosotros te vamos a ayudar.
Le dice Oyín Oyán: —Vámonos estando aquí. En la noche tiene que platicar a desora algo el rey con la reina y va a saber, va a decir de qué es el tambor y como yo soy Oyín Oyán, oigo lo que dicen. En el otro mundo oigo. ¿No vas a creer que no oigo lo que dicen en el palacio? Y yo te doy razón de qué es el tambor.
—Andale, pues.
Entonces Mirín Mirán le dice: —Yo te digo todo lo que vea.
—Entonces nos vamos a llegar.
—Andale, pues.
Entraron todos juntos: —¿Ya veniste para ver, muchacho?
—Sí, señor.
—Pásate, pues.
—¿No dejan entrar a los compañeros?
—Sí, que pasen.
Ya como Oyín Oyán había oído en la noche que decía el rey a la reina, le dijo el rey a la reina, como si fuera ello una vacilada: —¡Qué esperanza!, dice. —¡Imagínate! ¿Cuándo se ha visto que, que se haga un tambor con el aro de hinojo y el cuero de piojo? ¡Imposible que adivine!, platicando ellos a desora de la noche.
Pero Oyín Oyán que estaba en las orillas de la ciudad, oyó y le dijo: —¡Ay!, dice. —Están diciendo que el aro es de hinojo y el cuero de piojo.
—Sí, le dice. —Tú te armas y le hablas. ¡Eso es! Y el aro es de hinojo. Le suenas y le suenas el tamborcito y dices, —Sí, señor. Dice: —Usted dirá que no, que es el mismo tambor. Dice: —El aro es de hinojo y el cuero de piojo.
Bueno. Fue al palacio. Ya entró el muchacho. Toma un pedazo de cartón, un pedazo de guarache, y cueros mochos, todo y todo desgarrado y limosnero y de rancho. Agarró el tambor y le estuvo sonando. Y le sonaba por un lado y le sonaba por el otro.
Entonces le dice el rey: —¿Qué hubo, muchacho? ¿No adivinas?
Dijo: —Señor, dice. —Me dirá que es un engaño, pero el aro es de hinojo y el cuero es de piojo.
¡Ay! Se quedó el rey, que hasta de los ojos se peló, asombrado de que fuera un limosnero que iría a adivinar: —No, muchacho, dice. —Estás loco.
—No, señor, dice. —No me diga que estoy loco. El aro es de hinojo y el cuero es de piojo.
—Pero tú, ¿dónde has visto que el hinojo dé madera y que los piojos den un cuero propio para un tambor?
—Usted dirá que no, y diga lo que quiera, pero el aro es de hinojo y el cuero es de piojo.
Pos, ya aquel rey, pos, palabra de rey no vuelve atrás. Dice: —Pues, mire, muchacho, dice. —Sí, me has adivinado. Sí, me has adivinado, dice. —Pero a todo esto, pues no.
Empezó la princesa a llorar: —¡Aa! Pero, ¿cómo me vas a casar con un limosnero? ¡Tantos príncipes que han venido! ¡Tantos hombres de alta categoría! ¡Y me vas a casar con un limosnero! ¡Pos, sí! ¡Mejor mátame!
Entonces el rey le dice: —No te apures, hija. A este muchacho le vamos a hacer como yo quiera.
—Mira, muchacho. Vete a acostar. Tú y tus compañeros váyanse a acostar.
Váyanse, y para mañana que te levantes me tienes que adivinar dónde voy a enterrar una moneda esta noche. Anda, acuéstate, y si me adivinas te casas con mí hija, y si no, no.
Ya se fue el muchacho con todo y sus compañeros. En eso le dice Mirín Mirán, un cuarto le dieron sin luz: —Nadie se me oculta. Orita que me pongo a ahíto y yo veo luego donde se puso una moneda.
Ahí está Mirín Mirán pelando ahitos ojos. Él alcanzaba a ver el quinto cielo. ¿Qué no iba a ver a través de una puerta? Ahí fue él muy listo. Fue el rey, alcanzó a ver la noche, y se ocultó la moneda. Él no cree de que nadie lo haya visto.
Otro día lo levantó. Ya le dijo al muchacho: —Mira. Fue y contó, la ocultó a tantos pasos de aquí, hasta que por fin está la moneda. Cuando ya te hayas dado una torcida, allí te paras y allí es que está junto a la pared. Allí la ves en un segundo, le dijo Mirín Mirán.
Entonces ya dijo el rey: —Ora sí, muchacho. ¿Vas a salir a ver dónde está oculta la moneda?
Ahí va el muchacho por donde le había dicho Mirín Mirán. Ahí va y va a los cuantos pasos y luego se torcía. Y ya se pasó y le dijo: —Señor, aquí está la moneda.
¡Aa! ¡El rey se quedó pero asombrado! Fue y dijo: —A ver, sácamela.
—No, ¿para qué?, dice el muchacho. —Acá está la moneda tapada de tierra.
Y luego la princesa dice: —¿Qué te digo, papá? ¡Este muchacho está haciendo todo y me vas a casar con él!
—¡No, hija! ¡No te apures! Voy a mandarle otra cosa.
—Mira, muchacho, dice. —Me vas a hacer otra cosa. Me tienes que matar un guajolote, pero lo voy a poner a mil metros. Me lo matas y en seguida vas por él y me lo traes, que llegue allí ande todavía el guajolote, y a mil metros.
—Pues, sí, señor. Una cosa que mañana ve usted.
Otro día se levantó. Ya le tenían el guajolote, amarrado en un palo, a mil metros. Entonces le dice Tirín Tirán: —No te apures. Mira. Mientras tú estás como queriendo apuntar, yo con descuido y con cuidado paso. Yo soy Tirín Tirán y te le doy el gatillazo y lo mato.
Y le dice Corrín Corrán: —Y yo, dice. —Yo te lo traigo. Te vas a corre y corre pero yo me escondo en un zanguancito, dice. —A tiempo que pasas tú al zanguancito, sigo yo y el rey no se fija si tú eres o yo, al fin que ya vas lejos.
Como Corrín Corrán alcanza a ir en un minuto que lo trae. —No te apures. Estamos para ayudar.
Bueno, pos que ahí va el muchacho como nadie. Y mientras él se estuvo que no estuvo, queriéndole apuntar y ni alcanzaba a verlo a mil metros, entonces Mirín Mirán pasa y le da el gatillazo y mata el cócono. Y luego Corrín Corrán corrió y se lo trajo en un minuto.
Se encuentra al muchacho que agarra el guajolote y ahí llega él y se lo da al rey todavía aliando: —¡Ay!, dice. —Pos, este muchacho, dice. —Me va a traer toda la fuerza encima. Tengo que darle mi hija y la mitad de mi reino.
La muchacha apuradísima de ver aquel espanto de muchacho, tan desgarrado y tan mal vestido.
Dice: —Mira, hija. Ahora sí le voy a mandar una cosa que no me la van a hacer. Mira, muchacho, dice. —Ya no más una cosa te voy a mandar.
—Sí, señor. ¿Qué dice?
—Mañana, dice, —te voy a preparar una boda, y se la tienen que comer todo lo que se les trae y si no se come todo, entonces te me vas prontito para tu casa por siempre, y no te doy a mi hija. Lo tengo que matar.
Ya el rey lo que quería era olvidarse de aquí.
—Pos, sí, señor.
Entonces aquel Comín Comán que se muera de gusto. Dice: —¡Anima que amanezca! ¡Ahora sí que como ni que llenar! ¡No se apuren, muchachos! Dice: —Yo me estoy muriendo de hambre. ¡Imagínate! Yo he comido cinco reses y estaba yo de lleno de hambre.
Así es de que le fue rebién al muchacho. Entonces el rey dice: —Prepárenles bastante.
Mataron una res. Mataron un puerco, chivos, guajolotes, gallinas, pollos, sopas de distintas, frijoles. Bueno. Muchos guisados se les hicieron, mucha fruta, cerveza, dulces. Todo, nada más para el muchacho y sus cinco compañeros.
Pues que: —¡Pásense a comer!
Y les dijo Comín Comán, dice. —Medio prueban la comida y me la pasan, porque me estoy muriendo de hambre.
Aquellos pobres criados asustados, a cómese y cómese sus platos y todo se iba acabando. Se acabó toda la carne de todos los animales, todas las sopas. Siguieron con frijoles. Habían mandado moler una hanega de maíz, pero todo se acabó. Todos los criados asustados y aquéllos a come y come. Pues no más hacían que probaban pero le pasaban los platos a Comín Comán y a él le atacó. Se comía una res, un plato. Como meterse así no más a la boca. A come y come y come y se acabó todo. Tomaron cerveza y... bueno, por fin hasta que se asoman los criados y les dicen: —¿Qué todavía queren comer?
—Pues, si tienen, sí.
—¡Ay!
Ya se salieron enojados y asustados y fueron y le dijeron al rey: —¡Ay! La verdad, ¡ya vaya! ¡Échelos para fuera!
—¿Ya se acabaron todo?
—Sí, señor, dice.
—Arrimen los frijoles.
—No, señor, dice. —Si ya no nos dejaron ni qué, dice. —Ya no salimos, ni aun comimos nosotros. Les pregunto que si tienen hambre y todavía dicen que tantito, que si hay más.
¡Ay! Y entonces ya fue el rey y se asoma y va viendo que ni huesos quedaron de animal, mucho menos carne. Tortas de distintas y... mucha comida, ni cerveza, ni ningún refresco, ni frutas, ni nada quedó. Todos se levantaron y aquel Comín Comán todavía pelaba los ojos para la cocina.
Entonces ya el rey asombró y dijo: —¡Éste sí que no tuvo remedio! Mira. Ya mandó que llevaran al muchacho al baño y lo bañaron. Mandó traer un costurero. Lo vistieron y lo arreglaron todito para que la princesa no estuviera tan desconsolada.
Dice: —Mira, hija. El muchacho no está tan pior. Ya no hallo ni qué mandarle. Todo va hecho. No te afiguras que ya le toca casarse contigo.
Pos, hicieron el matrimonio. En eso le dice el rey: —Oye. ¿Tú no tienes padre ni madre?
—Sí, señor. Tengo mi madre.
—Ándala traer para que viva contigo. Quítala de limosnera.
Entonces le dice Corrín Corrán, dice: —Yo te la traigo.
—Ahí está un coche.
—No, dice. —Yo te la traigo.
Se fue Corrín Corrán y que llega y agarra a la vieja y se la echa a la cabeza y como alma que se lleva el diablo, a los tres minutos ahí está Corrín Corrán con la vieja en la cabeza.
—Aquí está tu madre.
Ya llegó la vieja, tan pobre, desnuda y desgreñada, con el aironazo, con semejante carrera. Y ya llegó y se hizo rica la pobre mujer. Y ya todos la suplicaron: —Mira, todos te ayudamos.
—¡No nos desampares!
—No, dice. —Aquí van a vivir todos conmigo.
Pero siempre yo creo que aquel Comín Comán a la medida de que comía, yo creo que ya los dejó en la miseria. Todo el tiempo están todos juntos en tiempo así para adelante. A ver, ¿quién lo mantiene?

 

Nº de referencia: 103

Al habla:
Catalina González
(40 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Valle de Guadalupe (Valle de Guadalupe, Jalisco), el 9 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 86

Notas
This tale shows effects of type 513A The Strong Man and his Companions, who help the hero to guess the riddle of the louse skin and accomplish the tasks imposed by the king. Type 513A is not uncommonly found in other areas of Mexico in connection with types 300 and 301A, related to The Bear's Son. This combination was not recorded in Los Altos.

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

857. - The Louse-Skin.

 

Materiales adicionales

 

 

Los materiales de este sitio pueden ser usados y reproducidos para fines de educación e investigación sin fines de lucro, citando su fuente y sus datos correspondientes (informante, recopilador, transcriptor, etc.). Cualquier otro uso requiere autorización. Este sitio es posible gracias al apoyo de la DGAPA, proyecto PAPIIT IA400213

© Laboratorio de Materiales Orales. ENES, UNAM Morelia.