Juan Borrachales

 

Estas eran tres hermanas huérfanas que vivían en una casa y un joven también estaba huérfano y este no hallaba ni dónde arrimarse. Fue con ellas y les pidió un cuarto que tenían desocupado allí para, pues, para meterse toda su cuestión de libros y esos, como él estaba en el colegio. Tenía unas cosas que alzar y fue y les pidió el cuarto prestado o arrendado, como fuera. Y le dijo la hermana más chica, dijo: —¡Hombre, mira! Deja que vengan mis hermanas para avisarles, que yo te aviso tan luego como ellas vengan.
—Está bien.
Pos que ya volvieron las hermanas y ya les dijo ella: —¡Hombre! ¿Cómo no le prestamos el cuarto ese al muchacho ese, que es huérfano? Y les dice que si lo...
—Si lo asistimos en todo, que él nos paga aquí mensualmente.
Dijo: —Está bien.
Entonces él ya fue y metió todas sus cosas allí. Y mensualmente les estaba pagando. Todo, ¿verdad?, y siempre con el tiempo que va... los meses. Llegó el año y empezaron, empezó la más chica a enamorarse de él. Y él de ella, nada más los dos. Ninguno se decía nada. Siempre por lo regular la más chica se quedaba allá a lo último a darle de comer, de cenar o lo que fuera. Y éste, se llegó un tiempo en que hizo el ánimo de hablarle, ¿verdad? Un día le habló del noviazgo y correspondió ella y siguieron noviando y al poco tiempo de su noviazgo le dijo él a ella, dijo —¡Hombre! Sabes que, que quiero que me pongas un plazo.
—Está bien. Ándale. El que quiera.
Ya se acordaron y le puso el plazo. Y con poco tiempo ya para llegarse el plazo, le dijo él a ella, dijo: —Sabes que vas a ser mi esposa. Para pedir, me sale muy feo que yo aquí en la misma casa te pida. Dirán que... pos, no sé bien qué. No está bien eso.
Dijo: —Pos, está bien. Ándale.
Y este otro día mandó ya portadores para que fueran a pedirla y al mismo tiempo mandó quien sacara sus cosas de allí de la casa. Y la hermana mayor dijo que no, que ella deseaba hablar con él, directamente. Bueno. Pues ya fue él y le dijo: —Mira. Aquí te queremos como a un hermano. Tú nos quieres como a unas hermanas.
—Sí. Está bien, dice.
—Entonces no hay necesidad de que saques tú tus cosas ni nada. Sabes que responderemos para dentro de un mes. ¿Qué dices?
—¡Aa, ps! 'Stá muy bien.
Al mes ya respondieron ellas que sí. Pues celebraron las... matrimonio y un todo... ya se arregló del todo. Siguieron viviendo allí ellos muy contentos y la muchacha entre más días pasaban en verdad le decía a él: —¡Ay, vida mía! ¡Yo te quiero mucho! ¡Mira que yo!...
Bueno. Aquel juramento le decía ella, diciéndole que ella lo quería muchísimo. Y él le decía: —¡Hombre, mira! Acaso dime, te quiero.
—Bueno. Mira. Para probarte que yo te quiero vamos haciendo un juramento.
—A ver, ¿qué tal de juramento quieres que hagamos?
—Pos, mira. Juramento es que cuando, pa probarte que te quiero es que yo, cuando yo muera, tú te entierras junto conmigo. Cuando si tú mueres primero que yo, yo me entierro junto contigo.
—Vamos. Está hecho el trato, dice.
—Vamos a hacer un papel, una constancia, para, para que... para después saber esto.
Ya fueron y hicieron el papel, ¿verdad?, y lo alzó él entre unos archivos que tenía él. Y siguieron viviendo allí muy contentos. Y un día que fue él a buscar no sé qué cosas al cabo allí de su archivo que tenía y sacó el papelito aquel. Ya habían pasado algunos meses, y llegó el papel y dice: —¡Hombre! Éste es el juramento que hicimos yo y mi esposa y sí lo cumplo. ¿Por qué no? Ya lo hicimos, dice, —en pruebas de que sí me quiere. Muy bien, yo lo cumplo. Lo mismo ella a mí.
Pos otro día amaneció la esposa de él tendida de una enfermedad que... no se supo qué enfermedad tenía ella. Amaneció tendida. Ya la velaron y todo y él mandó hacer una gaveta grande como un intermedio, una ventana chica con un vidrio para estarla viendo y mandó arreglar unos barriles de agua muy grandes, suficiente comida para él en el tiempo que le duraba. Pos ya le cerraron la gaveta y toda la gente hacía cruces, como se puede decir. Iban a enterrarlo junto de ella. Pos él había hecho su juramento y tenía que cumplirlo.
Se metió y le taparon la, la gaveta. Ya quedó él enterrado. Pues pasaba el tiempo y él allí, pos, estuvo este esperando la hora en que le acabara la comida para terminar él con su vida. Bueno, pos, este ya... al... Se corrompió el cadáver. Pues siempre le llegaba el olor. Y entonces se filtraba allí por los, los agujeros muy pequeños que abría, pues que, ps, el olor por dondequiera se filtra. Ya él no hacía fuerza. Él seguía comiendo de lo poco que tenía allí dentro y tenía un tragaluz que tenía allá adentro, arriba del techito del, de la gaveta. Allí se divertía leyendo libros y cosas que se llevó allí para entretenerse. Pues que un día ya no le sobraba más que medio birote de pan. Y él se agarraba pensando, viendo el pedazo aquel de pan y que era el último día de vida que tenía él. Iba a cumplir sus juramentos. Pero que, que pudiera haber hecho, pues, la, la prueba esa del cariño que tenía él a su esposa y tenía que cumplir el juramento aquel. Claro, pues, que estaba él viendo el pedazo de pan cuando salió un ratón. Ya eran como seis meses, ¿verdad?, el tiempo aquel que había pasado.
Salió un ratoncito con una flor en la boca. Ya casi tragándosela. Y él lo, lo vio y pos no más lo asustó y se fue el ratón. Y en esto salió. Se empezó a comer el pan y luego dijo: —¡Pero, hombre! ¡Ps! De a tiro ya me friega este pos ve que es el último pedazo de pan que tengo yo para comer. Dice: —Será el último día, dice, —y me lo está comiendo.
Y lo asustó de vuelta. Ya se quedó él así pensativo siempre pensando en lo que iba a hacer para velar. Al rato salió con una rosa pero unos perfumes que le daban, que a él llamó mucho la atención. Dijo: —No. Ora sí se la quito.
Agarró el sombrero y ¡zas! Y se lo aventó. ¡Hombre! El ratoncito le dejó la flor aquella y él la agarró y la olió. Dice: —¡Qué tan bonita y tan olorosa que!... Yo voy a dársela a oler a mi esposa. Al cabo son los últimos días de vida que me quedan.
Quebró el vidrio que estaba de intermedio de donde estaba el cajón de la difunta su esposa. Y ve él. Se brincó y abrió el cajón y entonces le dio a oler la flor. Ya no estaba más que el puro esqueleto, puro esqueleto sin más ropa, sin más nada, ya de a tiro puro esqueleto. Y le dio de oler la flor y el esqueleto se estremeció y él se asustó, ¿verdad? Este quedó contemplando: —Bueno, pero, ps. Yo, no le hace. Yo la quiero mucho. Yo voy a dársela a oler a ver en qué toco.
Le dio a oler de vuelta y se volvió a estremecer más recio. Dice: —¡Aa! Pos, voy a dársela a oler otra vez.
Más, mucho rato... Ya se la dio a oler y luego se estuvo un rato y ya sentó ella, y cuál fue su sorpresa al ver que la va viendo exactamente como era antes. Igual, con su carne, su color y en todo. Y le dice, le dice ella: —¡Ay, esposo! Dice: —¡Qué sueño tan largo tuve! Dice: —Todavía tengo sueño.
Dice: —¿Qué sueño? Dice: —Lo que estás peliando tú con la muerte todavía.
Dice: —¡No, hombre! ¿Qué muerte?, le dice ella. —Y yo estaba dormida.
Dice: —¡No! Pos, ¿qué dormida?, dice. —Estabas muerta.
—¡No, hombre! Pos.
Dijo: —¡Oo, mira! Vas a ver.
—Pero, ¿cómo puede ser eso?
—Sí.
Y él después de que ya ella revivió y todo eso. Se guardó aquella flor. Y el medio pan se lo echó a la bolsa, sin darle a saber nada a ella. Y un día le dijo: —Mira. Sabes lo que vamos a hacer, es que tan luego como amanezca, dice, —porque si salemos tan luego como anochezca, porque si salemos ahorita, dice, —es cuestión de que sembramos el pelo y si hay muchísimas muertes, o... no falta. Siempre tendrán que vemos y al rato van a saber, pues, qué tanto tiempo que tenemos enterrados. Dice: —Y al vemos, pues, es imposible que, que la gente no se vaya a sorprender. Dice: —Pues, ora lo verás.
Ya él se estaba asomando por el tragaluz que tenían. Ya oscureció y empezó él a como... barriles y cosas que tenía él allí que había arrimado con alimentos y todo eso, a hacer una pila. Y luego le dice la esposa, dice: —¡Ay! ¡Traigo un hambre que no se imagina!
Dice: —¡Hombre, mira! Ahi 'stá el último pedazo de pan que me sobra. Tómatelo y cómetelo.
Ella lo agarró y se lo comió y él mientras subió al tragaluz que estaba arriba y ya salió él para arriba. Y luego dice: —Pues, no. Yo, ¿dónde? Yo veo que no voy a poder sacar a mi esposa de adentro.
A él se le hace imposible aquello. Pos que ella le dice: —¿Ya te subiste allá arriba?
—Sí, ya. Dame la mano.
Ya la sacó para fuera. Dice: —Vámonos, pues.
Ya buscaron por allá una parte, de la parte más baja, y se salieron y áhi van.
En vez de ir allí al mismo pueblo donde estaban, agarraron otro camino, a otra parte para no asombrar allí al pueblo. Ahi van a camine y camine y camine y camine. Luego más del... al poco andar, tenían ya algo andado, ¿verdad? cuando le dice ella: —¡Hombre!, dice. —Yo traigo muchísima sed.
—Pos, vamos. Mira. Allá delantito se ve una arboleda. Quien quite y allí haiga agua.
Pos, ¡qué va! ¡No! Pos, no hubo nada. Dice: —Si no hay allí descansamos.
Ya se pusieron a descansar y pos bien. Siguieron caminando otro día muy temprano. Camine y camine y camine y ella con muchísima sed y él también, pos, sin almorzar, sin comer y sin nada. Y ya llegaron a un... donde estaba un pozo de agua no más que estaba como un veinte de metro de honda el agua. Había gradas. Y él, pos, como tanto quería a su esposa, ella quería bajar y le dijo: —No. Mira. Acuéstate allí a descansar y yo te saco agua. Ora lo verás.
Bueno. Se acostó ella. Tendió una cobijita que traía él. Se acostó ella allí en una cobijita y él se bajó abajo, con un sombrero que traía. Bebió agua él y ya le traía agua acá a la esposa pero mientras que él venía subiendo en eso pasó un carro de, de un rey. Y al verla a ella tan bonita, porque era muy bonita, le dice: —Oyes tú, muchacha. Ps ¿qué estás haciendo áhi? Vente con...
—Pos, sabe. Que estoy esperando a mi esposo, que bajó a sacarme agua, pues.
—¡Hombre! Tú tan bonita y con esos sacrificios, ¿qué andas haciendo por acá? Vente. Yo te doy agua y dinero y tú vas a ser la reina de mi, mi reinado.
Bueno. Pos, almitió ella que tanto sufría y eso que quién sabe qué tanto le hacía sufrir. Almitió ir. Ya, y el otro cuando venía a media escalera oyó el ruido, pues, del, de la carroza, ¿verdad?, y ¡bueno! Le llamó la atención y dice: —Va un carro pasando.
Ya salió y que lo primero que va viendo es que no hay nada de esposa.
Dice: —¡Esposa, esposa! Le gritó: —Pues, ¿dónde estás?
Y va viendo que no hay nadie: —¿Quién sabe qué sería de ella? Yo creo que esta ya se devolvió de vuelta a la fosa. ¡Aaa, qué caray! Pos, bueno. Yo allá voy a buscarla al pueblo. Dice: —A ver si de casualidad la veo y si no me devuelvo a la fosa.
Pues, áhi va él ande y ande y ande. Caminó todo el día y llegó al oscurecer, en la noche al, a la ciudad aquella más grande.
Y luego ya, ya que llegó se acostó a dormir allí en los primeros portales que encontró. Dice: —¡Oh, yo ya ni muevo de sueño! Aquí voy a dormir.
Y este, ¿verdad?, se acostó a dormir. Al, a pocas horas de dormir, llega la policía y dice: —¿Qué hubo, amigo? ¿Pos, qué está haciendo usted aquí?
Dice: —Pos, durmiendo. Dice: —No tengo donde dormir. No tengo, bueno, no tengo nada. Ni he comido ni he nada.
—Pos, ¿que no sabe usted que se debe ir a dormir a la presidencia?
—Oh pos yo, ¿qué sé de presidencia? Yo soy nuevo aquí.
—Bueno, pos. Vamos pues, para que te duermas allá.
¡Aa! Que lo llevaron allá a la presidencia y llegando a la presidencia allí le dijo uno de los, de los policías. Se llamaba Juan Borrachales. Dice: —¡Hombre, mira! Acuéstate. Y al cabo yo casi no duermo. Acuéstate allí en mi cama. Dice: —Y me trajeron de cenar. Cénate mi cena. Yo sé qué es venir sin cenar.
Dice: —Vengo sin almorzar, sin comer y sin cenar.
—¡Aa, qué caray!, dice. —Pos, mira. Cénate mi cena y acuéstate a dormir.
Bueno. Se acostó a dormir. Otro día se levantó él, ¿verdad?, y le pregunta Juan Borrachales. Dice: —Pos, que sí, hombre. Pos, a ver, cuéntame tu vida.
Dice: —Pos, no. Dice: —Yo no tengo más de nuevo, más de que, pos quiero trabajo, quiero modo de donde sacar de comer.
Dice: —¡Hombre! Pos, aquí no hay más modo más que de si quieres, yo te la consigo de policía.
—¡Bueno! Pos, está bien. Dice: —La cuestión es que es algo de mi comida, ps. Arréglamela, pues.
Luego que le arregló la... trabajo de policía, estuvo trabajando él y ya al poco tiempo fue con el rey. Quién sabe qué revoltijos tenían allí. Y se le ofreció él que, pues, era poca la guardia que tenía él y que era, que se fuera a escoger uno de los, unos cuantos policías para suplir aquella guardia, a aumentar más su guardia. Pues entre ellos escogió el... el señor que no había cenado y Juan Borrachales y otros siete más. Pos, ya los acomodó a ellos el rey allí en el palacio. Y el esposo de la muchacha bonita le tocó en frente del balcón de donde asistía la reina que era ora del rey.
Y la mañana lo primero que va viendo ella es al esposo allá de policía, de guardia del rey. Y se sorprendió mucho y él se sorprendió muchísimo más que ella al verla, ¿verdad?, tan catrina, con todas sus damas de honor allí, todo... toda la corte que tiene de honor. Pos, ya la mujer, pos, ¿dónde iba a quererlo, pues?, que él era un simple mozo, un... uno de allí de la guardia del rey. Y esta cuando lo vio allá le dolió verlo y le dice a una de las sirvientes, dice: —Mira. Te voy a dar diez pesos y vas. Le echas este... esta pulsera a aquél que está allí en frente, aquel policía, sin que sienta él.
—Está bien. Démela. Yo se la echo sin que sienta.
Comía él. Le llevaron comida. No faltaba qué. Pos, fue a acomodarles el desayuno, a llevarle fruta y en un descuido se la echó en la bolsa. La mujer, para criminarlo, otro día le dijo al rey: —Creo que se me ha perdido mi brazalete, mi pulsera y ¡bueno!
Allí le hizo muy grande la... cosa de aquello. Y el rey dijo: —Pues yo mato al que tenga su brazalete.
Bueno. Otro día dio la orden él y inmediatamente se pusieron a esculcar a todos los que traían. ¡No, ps! Se lo sacaron a él. Pos dijo: —Palabra de rey no vuelve atrás.
Inmediatamente lo fusiló... lo mandó fusilar y este, ¿verdad?, le dijo a Juan Borrachales: —Mira. Me van a fusilar, dice, —pero tú puedes velarme en tu casa. Toma este pan, le dice. —Y junto con este pan le da una florecita amarrada. Dice: —Mira. Vamos a hacer lo que te digo. Yo te quiero como amigo. Tú fuistes conmigo y entiendo que nos hemos de querer iguales.
—¡Sí, hombre! ¡Cómo no!
—¿Me prometes hacer todo lo que te digo?
—¡Sí, cómo no!
Dice: —¡Aaa! Pos, me tienen que velar allá en tu casa. Ya que estés solo, que no haya gente ya allí, me das a oler tres veces la flor esta. Dice: —Tan luego como la huela yo la última vez me veo despidiéndome ya de ti. Pero antes te damos las gracias.
—Bueno. Está bien. Yo sí lo voy a hacer.
—Pero no se te olvide nada de lo que te dije.
—Sí.
Pos, ya se fueron y lo fusilaron. Ya fue Juan Borrachales y le dijo al rey: —¡Hombre! Señor, ¿no me permite usted llevarme el cadáver a velarlo a mi casa?
Dice: —Andale. Si quieres que... velarlo en el camposanto o donde tú quieras.
—No. En mi casa.
Pos, se lo llevó a su casa y ya que se hizo noche y luego no hubo gente ya casi allí en el velorio y se arrimó él y le dio a oler la flor tres veces. A las tres veces se sentó él y ya le dijo: —¿Qué hubo?
—¡Tú eres! Pos, me sorprende mucho, dice, —que tú te hayas resuscitado. Y en realidad estaba muy asustado Juan Borrachales.
—No. No te apures. Ya estoy listo para otro. Dice: —Sabes. Lo que voy a hacer es que yo me voy a ir ya.
—Pero, ¡hombre! ¡Que!... Sí, dice. —Es mejor que te vayas.
Bueno, pos que ya le pidió la flor, aquélla que le había dado él y se la vuelve a echar a la bolsa y se fue. Le dijo: —¡Hombre, mira! Llévate este dinero.
Pues, que a él le cayeron pilas de caridades, para el cajón, para que ayudara él allá a la cuestión del entierro del difunto aquel.
—Mira. Aquí llevas tanto para esto, para esto otro, y hay tanto dinero. Llévatelo todo.
Dice: —No. Dame la mitad no más.
—No, dice. —Llévatelo todo.
Se lo da para llevárselo y se lo llevó. Él se va camine y camine y camine.
Hizo cuatro días más de la jornada esta, que la otra anterior que habían hecho él y la esposa. Duró más días en el camino él porque como traía dinero de qué comer, como le hacía fuerzas. Bueno, ps. Ya... llegó a una ciudad muy grande, hermosísima. Y él iba entonces por todas las calles y iba viendo moños negros en todas las puertas. —¿Qué será esto?, se preguntaba él.
Pos, llegó a una fondita a comer, ¿verdad?, y luego le pregunta a la fondera: —Oiga, señora. Dice: —¿Por qué está en todas las puertas un moño negro?
Dice: —¡Mm, señor! Ha de saber usted que murió el rey de reyes. Y este señor... sí. Es el que manda todo, el rey de reyes.
—¡Ay, qué caray!, dijo. —¿Cuándo murió?
—Murió ayer.
—¿Ya lo enterraron?
—No, todavía no lo entierran. Yo creo que lo entierran dentro de dos horas.
—¡Aa, qué caray! ¡Siquiera me permitieran verlo!
Dice: —Yo creo que sí. ¡Cómo que no!
Bueno, pos. Comió a la carrera y como pudo áhi va. Llegó allí a la puerta del rey. Ya como todos en cualquier velorio y dondequiera se metían. Llegó y se metió para dentro y les dijo allá a las damas del rey, les dijo: —¡Hombre, señoritas! ¿No me hacen favor de dejarme ver el cadáver del rey? ¿Y aplicarle una medicina que... que sé yo? Y yo entiendo que no pasa de ser un desmayo.
—¡No, señor! Es imposible que usted lo alivie, dice. —Si hubo juntas de doctores de los principales del mundo, ps.
Ps, que le dijo: —¡No, hombre! Los doctores, dice. —No crean ustedes en los doctores.
Por fin lo consiguieron ver al rey y les pidió él el favor que luego lo dejaran un rato solo con él. Pos, ya lo admitieron todo, ¿verdad?, y este sacó la flor y se la dio a oler tres veces. Y lo resuscitó. Entonces ya el rey agradecidísimo con él, que le iba a dar la mitad de su reino y que ¡bueno!, lo que él pidiera. Y él no quería nada.
Y donde de las tres hijas que tenía el rey la más chica le dijo, dijo: —¡Hombre, papá! Yo lo quiero muchísimo por haberle devuelto la vida a usted y yo me caso con él, si él me quiere.
Luego dijo él: —Pues, si es su gusto de ella, yo soy un grato humano y en ayudarles lo mucho mejor que pueda.
—¡Sí, cómo no! ¡Sí, lo quiero!, dijo.
Pues, ya así celebraron bodas y unos toros. Y le dio un palacio allí pa que viviera ricamente. Bueno. De todo tenía suficiente él. Y este al poco tiempo le empezó a decir que ella lo quería mucho y que le jurara y que luego le dijo él, dijo: —¡No, no, no, no, no! Dijo: —¡Vas muy adelante! Dice: —Mira. A mí me pasó con mi primera mujer esto y esto y estotro.
Ya le contó la historia de todo lo que le había pasado con la anterior. Dice: —Así es de que, que no. Sabes que no.
Y le platicó todo el fusilamiento que habían hecho allí con él. Y esta le dio mucho sentimiento, mucho coraje con el otro rey, que, porque todos los reyes de aquel otro lado tenían que dar aviso allí de cada ejecución que tenían que hacer, o algo así, ¿verdad? Sin permiso del rey de reyes no podían hacer nada.
Ya fue otro día y le dijo luego luego a su papá lo que había hecho aquel rey.
Dijo: —¡Mm, pos! ¡Lo voy a fusilar! ¡Palabra de rey no vuelve atrás!
Pos que ya mandó arreglar soldados. Y, ¡bueno! Muchísima actividad, la ciudad aquella para ir a la ejecución de aquel rey por no haber dado, por no haber avisado de la muerte aquella que hizo. Se van y el otro rey cuando iban llegando, áhi van a recibirlo. Y cuando se ven... pos que luego ya le dijo él: —Pos, que sabes tú que vengo yo a fusilarte.
—¡Pero, hombre!... que mi majestad y....
Ahi hizo sus pilas de ruegos.
—No, mira. Tú en tal tiempo matastes uno en esta forma y... Allí le dio él tantas señas de un modo y otro de la forma que fusiló a aquel individuo.
—Pos, sí. Yo lo fusilé.
—Pos, por eso es posible que ha de ser fusilado.
Ya, ya. Hicieron aquella ejecución y la otra muchacha le dijo: —Sabes que a mí me deja la otra.
Y en seguida subió ella para arriba y llevaba una espada. Se agarraron allá arriba y por fin le metió tres piquetes con la espada y la aventó de arriba del balcón y cayó abajo. Y mandó pedir un caballo bruto y se la amarró. Todavía se le hizo poquito, de ser una reina digna, que anda más abajo que los otros, por ser más querido que ella.

 

Nº de referencia: 102

Al habla:
Pedro González
(26 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Acatic (Acatic, Jalisco), el 26 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

Ver en el mapa: localidad / sitio de documentación / lugares mencionados

 

Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 85

Notas
This type seems to be fairly well known in Mexico. It was known to Pablo Lizordia, another informant in Los Altos, although he did not narrate it. A fairly close parallel, collected in Los Angeles, Calif., by Elaine Miller, appears in her unpublished University of California, Los Angeles, doctoral dissertation, "Mexican Folk Narrative from the Los Angeles Area" (No. LXXIV). Her informant was Candelario Gallardo, a native of the municipality of San Francisco del Rincón, Guanajuato.

 

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612. - The Three Snake-Leaves. (Including the previous Types 465A * and 612A.)

 

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