Flavio de la industria

 

Este era un rey que tenía un hijo que se llamaba Flavio de la Industria. Y allí en una puerta estaba un carpintero y un arriero y siempre andaban en el disgusto y la discordia porque el carpintero decía que lo que él hacía era mejor que lo que hacía el arriero, que el arriero nada más andaba arriando sus burros. Dice: —¡No! Pero tú, ¿qué vas a saber? No sabes nada. Yo al contrario, dice, —yo sé hacer un caballo, dice, —con una... que es una maravilla.
Dice el arriero, dice: —Bueno. Si tú haces el caballo que es una maravilla, dice, —yo voy a hacer otra cosa. Dice: —Voy a hacer un libro. Dice : —Vamos a llevárselo al rey. Dice: —El libro tiene la gran maravilla de que cuando tú le preguntes alguna cosa, dice, —sale escrito en el libro la contestación, de cualquier pregunta que tú le hagas.
Dice el carpintero, dice: —Yo, yo hago un caballo de madera, y ese caballo puede correr, dice. —Cada sentada que da puede caminar una legua.
Bueno. En eso quedaron, que tenían que ir el otro día con el rey a llevarle el caballo el carpintero y el arriero llevarle aquel libro. Llegaron con el rey y le dijeron que estaban en discusión, que él debía de decidir cuál de los dos era mejor, el libro o el caballo. Dijo el rey, dijo: —Déjenme las dos.
En eso pasa el muchacho cuando salen el caballo y el libro. Pasa el hijo del rey, Flavio de la Industria, y le dice: —¡Oiga, papá! Dice: —¡Qué bonito caballo! Dice: —Es de madera.
Dice, dice: —Sí, pero no lo toques.
Dice: —¿Por qué?
Dice: —Porque este tiene la facultad de correr.
Dice: —¿Cómo? ¿De madera?
Dice: —Sí. Dice: —Cada sentada que da, camina una legua.
Ya el rey le dijo la discusión que habían tenido aquellos dos y ya le dijo que, que él tenía que decidir. Dice: Mira, papá. Dice: —Préstame el caballo y préstame el libro y yo te diré cuál es mejor, el libro o el caballo. El rey no quería porque pensaba que algo le fuera a pasar a aquel muchacho.
—¡Ándale, papá! ¡Y préstamelos!
—¡Bueno!, dice. —¡Ándale pues! ¡Vete!
Se montó en su caballo y se llevó el libro. Áhi va caminando. Camina mucho. Cada sentada que daba el caballo caminaba una legua, de manera que aventajaba mucho. Y en eso llegó ... ya se cansó de caminar y se bajó y le pregunta al libro. Dice, dice: —¡A ver! Dice: —¿Dónde existe la princesa más linda del mundo?
Y abrió el libro y entonces con letras grabadas estaba allí que en tal ciudad, ¿verdad? Ya quedaba muy cerca ese muchacho de allí. Dice: —Allí hay necesidad de estar una princesa. Dice: —La más linda, dice, —pero la tienen encerrada en uno como nicho, de vidrio. Dice: —Y no tienen entrada más que los padres de ella, el papá y la mamá, y ellos son los que entran nada más. Dice: —Nadie puede entrar, ni los mismos sirvientes. Dice: —Y es la más bonita que puede haber.
Dice: —Yo. Dice el muchacho, dice: —Yo voy por ella.
Pero luego se le pregunta otra vez al libro que cómo podía entrar. Ya le dice que dijera "Dios y hormiga." Y podía volverse hormiga y entrar por algún hoyito del nicho. Muy bien.
Se fue el muchacho y llegó cerca del palacio. Y dijo: —¡Dios y hormiga! Pero este cuando se convirtió en hormiga fue por la pared por miedo de que alguien lo fuera a pisar. Ya va mucho y ya se metió y luego se fue y al oído de la princesa le dice: —Oyes. Dice: —Yo soy...
La muchacha se asustó y dice: —¿Qué pasa?
Dice: —No. No te asustes. Dice: —Yo soy esta hormiguita que estoy aquí.
Dice: —Pero soy un príncipe. Me llamo Flavio de la Industria. Y vengo por ti a salvarte. ¿Quieres irte conmigo? Dice: —Aquí te tienen encerrada. Dice: —Y así te vas. Te vas libre y serás dueña de un palacio.
Dice la princesa, dice: —¡Ándale, pues!
Entonces ya la convirtió también en hormiguita y los dos salieron del palacio. Ya llegaron donde estaba el caballo y ya se convirtieron otra vez en como ellos eran. Se montaron en el caballo y áhi van. En eso iban caminando cuando se descompuso el caballo. Algo se le zafó de la zanca y cayeron a un barranco, todos rasguñados y golpeados. Pero ya se medio compusieron y se habían levantado.
Dice: —Pues, ¿dónde está el caballo?
No, pero ya el caballo estaba hecho pedazos. El libro también. El libro no se había hecho pedazos pero había dado, rodado a una profundidad y no podían sacarlo. En eso dice el muchacho, dice: —Pues, vámonos, a hacer por salir. Dice: —Ora sí, ¿qué vamos a hacer? Dice: —Nos falta mucho todavía de caminar para llegar a la casa de mi padre.
El muchacho que no traía dinero. Ya como pudieron salieron de aquel barranco, y ahí van caminando, caminando. En eso dice la muchacha, dice: —Bueno. Y ahora, ¿qué vamos a hacer?
Ya caminaron mucho. Llegaron a la puerta de la ciudad de donde vivía el papá del príncipe. Y le dice el príncipe, dice: —Mira. Yo voy a la casa de mi padre para traerte ropa. Dice: —Porque tú andas así. Dice: —Es una vergüenza llevarte. Aquí te quedas.
La dejó allí a las afueras de la ciudad y le dice: —Mira. Súbete áhi a ese árbol.
Áhi debajo del árbol estaba un pozo y áhi en ese pozo, dice: —Aquí puedes tomar agua y todo eso. Dice: —Para en la tarde yo vengo por ti y ya te traigo ropa para llevarte al palacio.
Se fue el muchacho y ella se subió al árbol, para que nadie la viera. Y esta se estaba asomando y se le alcanzaba a reflejar el rostro en el agua. En eso viene una señora que era... era una muchacha, ¿verdad?, no más que era una bruja, ¡muy prieta, muy fea! Venía de lejos, pero caminando, cantando muy contenta. Llegó junto al pozo y empezó a sacar el agua. En eso agachó a ver y va viendo la cara aquella, muy bonita, y luego dice: —¡Aaa! Y ella pensando que ella era, dice: —¡Ummm! Dice: —¡Yo tan bonita y acarreando agua! Quiebro el cántaro y voy a casa.
Y quebró el cántaro y se fue. Pero no era la que se reflejaba ella el rostro que se reflejaba sino que el de la princesa y ella se vio bonita y pensaba que ella era. Quebró el cántaro y se fue. Llegó a su casa y la regañaron mucho y le dieron un cántaro de fierro. Y llegó y luego se volvió a asomar y vio la misma cara y dice: —¡Mmm! Dice: —¡Yo tan bonita y acarreando agua! Quiebro el cántaro y voy a casa.
Esta empezó a quebrar el cántaro a golpe y golpe pero no se podía quebrar porque era de fierro. Entonces dice: —Pos ora lo voy a dejar ir al agua.
Y lo dejó ir. En eso la princesa le dio risa porque no era, no era la bruja la que estaba viendo sino ella. Soltó la risa y luego que voltió vio el árbol y vio que era la otra. Se enojó mucho y dice: —¡Aa!, dice. —¿Con que tú eres?
Y esta no le manifestó el coraje sino que le dice: —¡Mira, baja, bonita niña! ¡Qué linda niña!
Y esa se creyó y se bajó para abajo y entonces cuando estuvo abajo le sacó los ojos y se los puso ella. Se puso los ojos la bruja y entonces a ella... se fue volando con ella y la aventó para allá y la dejó en un camino. Ya la princesa cieguita y allí se quedó en el camino. En eso volvió el príncipe en la tarde y la vio muy prieta no más que los ojos eran los mismos. Dice: —¡Bueno! Son los mismos ojos de la princesa que yo me traje. ¡Pero la cara! Está muy prieta y muy fea. Pero en fin, esta está requemada.
Y se la llevó. Aquél creía que era la misma persona. Se la llevó al palacio y allá se casó con la bruja. Y la muchacha por acá ciega. En eso pasa un viejito que era carbonero y le dice: —Buena niña, ¿qué estás haciendo aquí?
Pues ya le, dijo que, lo que le había pasado, que le habían sacado los ojos, todo eso. Se la llevó a su casa. Dice: —Te voy a llevar con mi señora. Te va a querer mucho. Nosotros no tenemos familia.
Y se la llevó. Estaba cieguita la muchacha y la señora la cuidaba muy bien. Y ella tenía allí un jardincito que la muchacha como podía lo cultivaba, cieguita. En eso un día estaba sentada junto al jardín cuando oye por debajo de la tierra, que empezó a hacer un ruido. —¿Qué será?, pensó ella.
Entonces era un hermano de ella, porque los hermanos de ella andaban por debajo de la tierra. Serían, pues, encantamientos y esos. Dice: —¡Hermana, hermana! ¿Ves en qué, en qué estado ya tú te estás aquí, ya cieguita? Dice: —¿Por qué te venistes del palacio?
Ya le contó ella lo que le había pasado. Dice: —¡No!, dice. —Mira. Yo no puedo ayudarte. Dice: —Porque si te llevo al palacio otra vez mi padre te puede matar, a ti y a mí. Dice: —Lo que voy a hacer. Te voy a dar unas semillas de hortalizas. Dice: —Y además unas semillas que puedes sembrar aquí en el huertito, y pueden vender.
Dice: —Sí.
Bueno. Ya le dejó allí verdura, para que sembraran allí verdura, coles y todo eso. Ya el viejito dice: —Voy a... Ya que crecieron las verduras allí, dice: —Voy a venderlas al pueblo. Y dice: —Las voy a cambiar por ojos, a ver si algunos ojos le quedan a la princesa para que ella pueda ver.
Y se fue. Llegó al pueblo y empezó a gritar: —¿Quién cambia ojos por verdura?
Y a grite y grite eso. Unos mataban perritos, otros vacas y ¡bueno!, diferentes. Y cambiaban los ojos por las verduras. En eso la princesa estaba a la ventana y dice: —¡Bueno! Dice: —Cambian ojos por verdura. Este no vende por dinero. Pues, yo tengo áhi unos ojos.
Que venían siendo los mismos ojos de la bruja. Dice: —Yo los voy a cambiar.
Ya se los cambió. Ya se fue muy contento con su canastita llena de ojos de diferentes. Empezó a medírselos a la princesa y ningunos le quedaban hasta que midió el de la bruja y esos sí le quedaron. Y entonces ya la princesa empezó a ver. Y entonces le dijo: —¡Bueno! Pues ora te voy a llevar al pueblo. Si ya puedes ver ya puedes trabajar.
Dice: —Yo orita no.
Ya ellos estaban muy pobres y ya no podían, pues, trabajar para ella, ya muy ancianos. Se fue y puso una casa de asistencia. En eso un día llegó un muchacho, ya en mucho tiempo llegó un muchacho. Y él ya ha sido... pues no lo conocía ya, pero era el mismo Flavio de la Industria. En eso le dio la ropa para que la lavara y vio las letras "Flavio de la Industria." Entonces esta corre al cuarto donde él estaba y le dice: —¡Bueno! Dice: —¿Quién le dio esta ropa?
Dice: —Mi hija, nadie me la ha dado.
—Luego, ¿usted es Flavio de la Industria?
Dice: —Sí.
Entonces ya le dice: —Pues, mira. Dice: —Yo soy la princesa. Lo que nos tocó en el caballo.
Bueno, y ya le dijo todo.
Dice: —Pero, ¿cómo? ¡Si la princesa está en el palacio!
Dice: —No, yo soy. Me sacó los ojos.
Y ya le contó todo. Entonces fue y llevó a la princesa, la verdadera princesa, y a la bruja la castigó. La amarraron de la cabeza en un caballo y la pasearon por toda la ciudad, toda golpeada. Y la princesa esa quedó en el palacio.

 

Nº de referencia: 100

Al habla:
Agustina Gómez
(24 años)

Recopilado por:
Stanley L. Robe

Registrado en: Tepatitlán de Morelos (Tepatitlán de Morelos, Jalisco), el 11 / 10 / 1947

Transcrito por: Stanley L. Robe

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Este relato fue publicado en:

 Stanley L. Robe, 1970. Mexican Tales and Legends from Los Altos. Berkeley: University of California Press, núm. 83

Notas

 

Ver los motivos
) -

 

Ver los tipos

408. - The Three Oranges.

575. - The Prince's Wings.

 

Materiales adicionales

 

 

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